El ex ministro de Defensa alemán Karl-Theodor zu Guttenberg ha señalado irónicamente que la decisión del Gobierno alemán de respaldar los ataques en Siria de Estados Unidos, Reino Unido y Francia con retórica pero no con misiles "ha demostrado una vez más que es un gran maestro de la dialéctica".
El presidente de EE.UU., Donald Trump, puede haber hecho un bufido en acuerdo. Pero el enfoque hegeliano de la canciller Ángela Merkel hacia la geopolítica tiene más sentido que la disposición de sus aliados occidentales para agitar sus armas.
La declaración de Merkel sobre el ataque del sábado por la mañana a las supuestas instalaciones de armas químicas del presidente sirio, Bashar Al-Assad, es muestra de apoyo inequívoco. También sugiere una excusa para la decisión de Alemania de no participar directamente en el ataque: EE.UU., el Reino Unido y Francia, a diferencia de Alemania, son miembros permanentes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, naciones cuya responsabilidad final es asegurarse de que las leyes internacionales se cumplan.
Es una abrogación sutil de la ambición de liderazgo global en una situación en la que Alemania no puede liderar. El ataque del sábado, después de todo, fue resultado directo del tuit incauto del presidente estadounidense, Donald Trump, la semana pasada, en el que prometió que los misiles "venían".
Fue después de ese arranque que la administración Trump buscó obtener el apoyo de los aliados (aunque el presidente francés, Emmanuel Macron, no necesitó un empujón); Trump necesitaba seguidores desesperadamente, especialmente porque no iba a pedirle al Congreso autorización para actuar.
La primera ministra del Reino Unido, Theresa May, no pudo negarse: Trump la había respaldado tras el intento de envenenamiento de un exdoble agente ruso, y May luego tenía que ser vista como agradecida y consecuente, dado que Assad está acusado de usar armas químicas. Macron no tuvo que subir a bordo, pero está cultivando una relación con Trump que es mejor que cualquier otro líder europeo. Y Macron quiere ser visto como un líder de política exterior.
Merkel ha tenido problemas para llevarse bien con el presidente de EE.UU. y no ha podido ocultar su desagrado por sus políticas. Enviar algunos aviones para participar en el ataque habría sido una forma relativamente barata de caer en gracia con Trump, quien ha elogiado efusivamente al Reino Unido y a Francia por haberlo apoyado.
Sin embargo, la canciller alemana dejó pasar esa oportunidad. Como siempre, sus consideraciones son principalmente internas. Merkel nunca ha deseado un perfil internacional más alto para Alemania a cambio de una situación doméstica más problemática, y todavía no lo hace.
May respaldó a Trump a pesar de la fuerte oposición de la opinión pública británica a los ataques en Siria. Macron también fue contra la mayoría de los franceses. Merkel, enfrentando encuestas similares -el 60% de los alemanes considera que el ataque de las tres naciones fue un error-, se alineó con la opinión pública.
Merkel solo recientemente logró, y a duras penas, formar un Gobierno después de una elección no concluyente en septiembre pasado. Lo último que necesita al comienzo del mandato del frágil Gabinete es la controversia acerca de arrastrar a Alemania a lo que podría convertirse en una confrontación militar entre EE.UU. y Rusia.
El presidente alemán, Frank-Walter Steinmeier, quien jugó un papel decisivo para ayudar a Merkel a formar una coalición con su viejo partido, los socialdemócratas, advirtió la semana pasada contra la "alienación galopante" entre Occidente y Rusia.
Merkel y otros funcionarios del Gobierno alemán dejan en claro que no son amigos del presidente ruso, Vladimir Putin, pero que no quieren ninguna participación en una guerra caliente con su país. Eso no es tan contradictorio como podría parecer.
Merkel está siendo criticada tanto desde la derecha como desde la izquierda, de todos modos. El político del partido verde Jürgen Trittin calificó los "aplausos" del Gobierno por el ataque a Assad como "insoportables": para la izquierda alemana, la diplomacia es la única forma de resolver el conflicto sirio.
En el otro extremo del espectro están los políticos de línea dura como Zu Guttenberg y atlantistas como los líderes del Partido Democrático Libre proempresarial, que condenaron la falta de acción por parte de Alemania y la calificaron como perjudicial para la alianza del país con EE.UU.
Sin embargo, las críticas son fáciles de desviar. La izquierda debería estar contenta con la inacción de Merkel, independientemente de las declaraciones que haga: esa inacción es lo que sus votantes quieren, más que su propio deseo.
Los políticos favorables a EE.UU. deben tomar nota de que Merkel declara inequívocamente en qué campo está ella. Y, como su mano derecha, el ministro de Economía alemán, Peter Altmaier, dijo al diario Bild: "Si no realizamos ataques aéreos nosotros mismos, eso no significa que nos mantenemos fuera". Alemania, por ejemplo, entrena a las fuerzas peshmerga kurdas anti-Assad.
Otro factor interno que rara vez se menciona: desde el 2014, un total de 513,213 sirios han solicitado asilo en Alemania. La mayoría de ellos son anti-Assad, pero incluso si solo una minoría no lo es, simplemente no es prudente que Alemania se mezcle demasiado en la guerra civil siria o que preste apoyo militar abierto a uno de los lados. En comparación con Alemania, los participantes en los ataques del sábado apenas reciben refugiados sirios. EE.UU. permitió el ingreso a solo 3,024 refugiados el año pasado.
Unas pocas bombas arrojadas en las instalaciones militares de Assad les habrían costado a los contribuyentes alemanes mucho menos que la política de asilo de Merkel. Pero aprecio más la iniciativa hacia los refugiados, no solo por razones humanitarias, sino como un importante experimento de integración que ningún otro país se ha atrevido a intentar. Lanzar bombas en el país de origen de muchos de estos nuevos residentes alemanes complicaría aún más ese experimento.
Merkel es una gran maestra del consenso. Su posición sobre Siria es una: entre la estabilidad interna y la necesidad de demostrar lealtad a la alianza occidental encabezada por EE.UU. Tiene sentido que la balanza del consenso esté inclinada a favor de los problemas internos.
Después de todo, el ataque de las tres naciones sobre Assad fue en gran medida algo simbólico: no revirtió la victoria militar del régimen de Assad en el este de Ghouta, y, si el régimen tiene todavía alguna capacidad de armas químicas, es improbable que lo haya mantenido en los sitios obvios usados previamente que fueron atacados. Cuando se trata de gestos simbólicos, las palabras son tan buenas como los misiles. La mayoría de los alemanes, y este ciudadano alemán, están complacidos de que su líder comprenda eso.
Por Leonid Bershidski
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