Una economía en la basura es por lo general una sentencia de muerte para un presidente en busca de la reelección. Sin embargo, hasta ahora, Mauricio Macri, de Argentina, tiene oportunidad de volver a ganar en octubre.
Su resistencia electoral contradice la máxima de "Es la economía, estúpido", y demuestra que otros asuntos pueden captar y captan la imaginación de los votantes. Más importante aún, muestra los cambios en Argentina a los que sus oponentes no han logrado adaptarse.
En Argentina, el 2018 fue un año para el olvido. El valor del peso cayó a la mitad, la inflación alcanzó sus mayores niveles desde principios de la década de 1990 y una recuperación incipiente se desvaneció en la recesión. El gobierno tuvo que negociar no uno, sino dos rescates del Fondo Monetario Internacional, por un total de US$ 57,000 millones.
La mayoría piensa que la economía ya tocó fondo. La próxima cosecha parece más prometedora, la sequía del año pasado se ha ido. Las exportaciones argentinas se benefician del fortalecimiento de la moneda brasileña y la recuperación económica del vecino país. Y la energía está en auge: los campos petroleros de Vaca Muerta están demostrando ser más ricos y más productivos de lo esperado.
Sin embargo, incluso en los escenarios más optimistas, pocos esperan más que un tímido crecimiento económico para cuando los argentinos se dirijan a las urnas. Aun así, salvo por otra crisis financiera, puede que esto no afecte mucho las oportunidades de reelección de Macri.
Una razón es que los votantes son más importantes que sus bolsillos. Como han aprendido recientemente otros políticos de la región, la seguridad es una de las mayores preocupaciones de los electores: en una encuesta reciente de D’Alessio IROL-Berensztein, seis de cada diez argentinos la consideró un asunto importante.
Otra razón son los cambios sociales que han dejado grandes bloques de votantes a la deriva. Los alguna vez ubicuos miembros de los sindicatos argentinos ahora son una clase privilegiada: en 1990, dos de cada tres trabajadores estaban sindicalizados; para el 2008, solo lo estaba la mitad.
Los trabajadores informales ahora constituyen casi la mitad de la fuerza laboral, y la terca persistencia de la pobreza desde la crisis económica del 2001 ha dejado a toda una generación, y a un cuarto de los argentinos, en los márgenes.
El alguna vez dominante partido peronista no se ha adaptado. Con seguridad, se enfrenta a una crisis de liderazgo. La expresidente Cristina Fernández de Kirchner, con todos sus escándalos de corrupción y su pasado populista, es por mucho la candidata del partido más favorecida por las encuestas. Su fortaleza continua ha dificultado la reunión en torno a una alternativa.
Pero el deslucido desempeño del partido refleja dificultades institucionales más profundas. Al igual que el Partido Revolucionario Institucional de México –en el gobierno por mucho tiempo y recientemente sacado del cargo–, los peronistas se han quedado atascados en estructuras clientelistas y corporativistas desactualizadas y cada vez menos representativas. Aunque su control sobre su base sindical histórica está intacto, los nuevos movimientos y organizaciones sociales son menos leales.
El apoyo rural se ha desintegrado a medida que los jóvenes se han desplazado a las ciudades, y los años de castigo a los impuestos sobre las exportaciones han enfurecido a sus leales aliados agrícolas. Aunque el partido sigue controlando buena parte de los gobiernos y las legislaturas provinciales, su cohesión se ha desvanecido.
Las elecciones presidenciales de 2015 y las de mediados de mandato en 2017 reflejan este desarraigo: el partido perdió su bastión en la Provincia de Buenos Aires, además de asientos en el Congreso.
Macri está explotando estas vulnerabilidades. Él y los medios han mantenido vivo el escándalos de la "libreta" de la administración Kirchner, una absorbente saga de más de una década de reuniones clandestinas y bolsas de dinero intercambiando manos entre líderes empresariales, miembros del gabinete y presuntamente la misma Kirchner, todo meticulosamente registrado en libretas de espiral por un conductor de confianza.
En asuntos como la seguridad, Macri se ha beneficiado de su popular ministra de seguridad (y potencial candidata a la vicepresidencia), Patricia Bullrich, con quien ha programado apariciones conjuntas, como el reciente anuncio de un decreto para el embargo de activos.
Su campaña se beneficia de un manejo diestro y enfocado de las redes sociales, además del contacto personal: el sitio web de la coalición Cambiemos ha registrado cientos de miles de voluntarios. El gobierno no se ha negado a construir sus propias redes clientelistas, cultivando a las organizaciones de la sociedad civil a través de la generosa financiación del ministerio de desarrollo social.
Macri podría perder fácilmente su ventaja actual. Otra crisis financiera lo hundiría. La oposición podría reunirse en torno aun candidato. Pero el mayor riesgo es la base de su coalición política. Ya se está cocinando un debate en su círculo cercano respecto a qué tan amplia debería ser la red.
Los gobernantes de Buenos Aires y la provincia circundante quieren un paraguas amplio que abarque la oposición: consideran que a pesar de las derrotas que ha soportado el peronismo, las maquinarias locales del partido aún pueden producir votos. Otros en la Casa Rosada creen que estas alianzas traicionan las promesas de cambio de la coalición y mancharían la reputación de Macri de hacer las cosas de otro modo.
La próxima administración tendrá un camino difícil por delante. El salvavidas del FMI venía con compromisos impopulares: la eliminación del déficit requerirá reformar las pensiones, recortar empleos gubernamentales y reducir los gastos en general. Además, la red de la estabilidad financiera no estará disponible, dado que el gobierno debe la pesada suma de US$ 57,000 millones al FMI y miles de millones a los inversionistas privados.
En este punto, Macri parece ser la persona que enfrentará esos desafíos. No obstante, también tendrá que lidiar con cambios más fundamentales: la limitada competitividad de Argentina, el envejecimiento de la población del país y tendencias económicas más amplias que relegan a los productores de productos básicos a los márgenes de las cadenas de valor globales. Ganar la reelección podría resultar más fácil que adaptar a Argentina al futuro que le espera.
Por Shannon O’Neil