Los artificieros ucranianos neutralizan cada día, de media, más de un millar de artefactos explosivos. El enorme arsenal ruso convierte su trabajo en una tarea inagotable que afrontan con coraje, pero con los medios justos.
Mijaíl forma parte de un equipo de cuatro artificieros que desactiva artefactos bélicos encontrados por los vecinos de Járkov, la que, hasta el inicio de la guerra, era la segunda ciudad más poblada del país con 1.4 millones de habitantes, es también una de las más dañadas por la guerra.
La zona más devastada de la ciudad es la norte -más próxima a la frontera rusa, que está a unos 35 kilómetros- donde se acumulan explosivos todavía no detectados de los bombardeos de los últimos meses con los que siguen lanzando ahora, aunque en menor número.
En algunos casos son restos inertes, en otros llevan carga explosiva que se debe manipular con cuidado, explica el policía de 27 años, con una experiencia de cinco como artificiero. En ningún caso los civiles deben tocar esos artefactos.
Un trabajo peligroso...
“Algunas veces tenemos situaciones de estrés, cuando llegamos a algunos sitios en los que sabemos que hay peligro. Somos humanos. Pero es nuestro trabajo y tenemos que hacerlo”, relata con calma.
En Járkov y en los alrededores han muerto desde el inicio de la guerra tres artificieros y otros siete han resultado heridos. En la ciudad hay algo más de medio centenar de agentes especializados en neutralizar explosivos, pero sólo la mitad de ellos tiene experiencia. Los otros son novatos.
Según el Servicio Estatal de Emergencias, se han desactivado en toda Ucrania más de 152,000 explosivos, incluidas casi 2,000 bombas aéreas, desde el comienzo de la invasión rusa el pasado 24 de febrero.
La mañana comienza con la llamada de un vecino del barrio de Saltivka que ha encontrado munición y restos de cohetes explosionados.
...en un barrio arrasado
Los bloques de apartamentos soviéticos de Saltivka albergaban antes de la guerra a medio millón de personas y era uno de los barrios más grandes de Europa. Ahora se encuentra casi vacío en medio de un paisaje apocalíptico, con edificios ennegrecidos por las bombas, fachadas desmoronadas y vidrios rotos.
La mayor parte del trabajo se concentra en zonas de ese barrio, donde algunas personas siguen viviendo en los apartamentos menos dañados. Una de las vecinas, Nina, ha descubierto un proyectil en el altillo del edificio en el que vive.
“Nos llaman hermanos y nos lanzan bombas. ¿Alguien entiende lo que están haciendo?”, dice esta mujer de 77 años que lleva más de medio siglo viviendo en el barrio y no tiene otro lugar al que ir.
“Cada noche a las diez comienzan a bombardear y es aterrador. A veces pensamos que nos hemos acostumbrado porque llevamos meses así pero siempre es terrible”, agrega.
Cuando los policías se marchan Nina empieza a llorar y repite: “¿Hasta cuándo va a durar esto?”.
El barrio -de momento- está fuera del alcance de la artillería rusa pero en caso de avance sería uno de los sitios más expuestos. La zona sí está a tiro de misiles y cohetes, que martillean algunas zonas durante la madrugada.
La siguiente parada es una casa particular en la que se ha encontrado un artefacto explosivo lanzado con un pequeño paracaídas. Deben sacarlo con cuidado con una pala porque, además, contiene algún tipo de corrosivo.
Vitali, de 43 años, es el hermano de la dueña de la casa y pasa un par de veces por semana por allí para alimentar a un perro y comprobar que todo esté bien. Se encontró el explosivo en un lateral de la vivienda.
“Los rusos han cruzado ya la línea de lo que consideramos humano. Han usado tipos muy peligrosos de munición en zonas civiles, por ejemplo, han disparado en ocasiones un tipo de proyectil que explota antes de llegar al suelo, al detectar sonidos, lo que aumenta su poder destructor”, critica Mijaíl.
“Es un explosivo muy potente empleado contra blindados. Pues bien, munición así la han tirado aquí, en zonas pobladas, entre edificios, para hacer el mayor daño posible”, agrega.
En Saltivka casi todas las tiendas están cerradas y en las zonas más destruidas no hay electricidad ni agua, y pese a todo, algunos vecinos siguen viviendo allí, porque no tienen otro lugar al que ir.
Algunos ancianos no han abandonado nunca sus casas pese a los bombardeos, otros, como Lena, han regresado después de pasar semanas en albergues de otras zonas de Ucrania. En su bloque, no tan dañado, sigue habiendo electricidad.
“En ningún lugar se está como en casa”, justifica esta mujer de 57 años. Y, además, dice, ahora los rusos no bombardean tanto como antes. “Ya estoy acostumbrada”, agrega. En su bloque viven cinco personas y tratan de ayudarse entre ellos para salir adelante.
Al barrio llegan varios grupos de voluntarios que, con la ayuda de una organización no gubernamental (ONG), ofrecen comida, agua y productos sanitarios.
Un voluntario de la ONG World Central Kitchen asegura que cada día reparten 12,000 comidas completas elaboradas por restaurantes de Járkov. Carestía, destrucción y bombas sin explotar, ese es de momento el presente del barrio de Saltivka.