Por David Fickling
La historia de las conferencias de las Naciones Unidas sobre el cambio climático es una historia de fracasos. Eso viene con el territorio. Si una sola reunión resolviera todos los problemas para evitar el calentamiento global catastrófico, no habría necesidad de ninguna otra acción.
Esa es la mejor manera de pensar en el decepcionante resultado de las conversaciones entre el Grupo de las 20 grandes economías antes de la cumbre climática de Glasgow de esta semana. En el comunicado de los participantes no se hizo un compromiso firme de eliminar el carbón, uno de los objetivos clave de los negociadores del Reino Unido.
El comunicado final tampoco incluye compromisos para reducir las emisiones de metano, y la fecha en que el mundo alcanzará el objetivo cero neto se describió como “hacia mediados de siglo o alrededor del 2050″ en lugar del 2050, mientras que otras referencias se suavizaron o eliminaron.
Esto no parece ser un buen augurio para lo que vendrá en los próximos quince días, pero no es que todo esté perdido, todavía.
Por un lado, lograr un acuerdo del G20 no es solo un aperitivo antes de la principal fiesta diplomática. Todas las grandes economías clave que harán que sea tan difícil concretar un acuerdo en Glasgow también participaron en las negociaciones en Roma.
Entre los miembros del G20 se encuentran los mayores exportadores de combustibles fósiles, como Rusia, Arabia Saudita y Australia; grandes consumidores, como China, Estados Unidos e India; naciones ricas, como Japón y Francia; y otras relativamente pobres, como Indonesia y Brasil. Como las verdaderas negociaciones aún no han comenzado, cada parte mantiene sus cartas ocultas.
Pensar en el proceso como un juego de cartas es una forma útil de ver lo que está sucediendo. En la teoría de los juegos, una forma muy utilizada de analizar los asuntos mundiales, la clásica paradoja del dilema del prisionero demuestra que la mejor estrategia de los jugadores es delatar a sus compañeros y dejar a todas las partes en peor situación.
Eso es preocupante, pero si se ejecuta el juego repetidamente, sucede algo extraño: los beneficios de cooperar para obtener un resultado mutuamente beneficioso comienzan a aumentar, porque los malos actores sufren daños en su reputación y son rechazados por sus compañeros.
Esa es, en esencia, la estructura que reproducen las Conferencias de las Partes de la ONU, como la COP26 de Glasgow. Se espera que las reuniones individuales no sean suficientes. Por ello, el Acuerdo de París del 2015 incluye un “mecanismo de trinquete”, según el cual los países siguen aumentando la ambición de sus objetivos climáticos cada cinco años. (Las esperanzas son tan altas en torno a Glasgow precisamente porque es la primera vuelta de ese trinquete desde París).
Apenas ayuda el hecho de que el éxito de este tipo de eventos a menudo dependa de las habilidades diplomáticas de los Gobiernos anfitriones. Eso no es motivo de optimismo, teniendo en cuenta que el Reino Unido ha pasado cinco años alienando a sus mayores socios comerciales y que actualmente está explotando una disputa común con Francia por los derechos de pesca con analogías con el conflicto de las Malvinas de 1982.
Es inevitable cierta decepción. Incluso si las flotas de carbón de China e India cierran durante las próximas dos décadas porque las energías renovables más baratas las expulsan del negocio, es poco probable que los líderes de los países se comprometan a seguir ese camino a estas alturas.
Incluso París —ahora recordado como un éxito histórico de la diplomacia climática— fue considerado por muchos en su momento como una tregua, gracias a la aceptación tardía de que los 197 Estados miembros nunca iban a acordar un tratado jurídicamente vinculante como el anterior Protocolo de Kioto o el Protocolo de Montreal sobre sustancias químicas que dañan la capa de ozono.
La conferencia de París no presagió ningún gran cambio, según declaró Benjamin Sporton, entonces director ejecutivo de la Asociación Mundial del Carbón, al Financial Times después del evento.
No podía estar más equivocado: el consumo de carbón ahora es alrededor de un 10% inferior a lo que la Agencia Internacional de Energía creía entonces que sería, y los escenarios a largo plazo de la AIE han cambiado una imagen de crecimiento interminable de la demanda por otra en la que el consumo ya había alcanzado su punto máximo cuando Sporton estaba hablando.
Es probable que en las próximas semanas hayan muchas decepciones y recriminaciones. El tiempo que queda para abordar la crisis climática se acorta con cada reunión, y no podemos permitirnos desperdiciar ninguna oportunidad para bajar la curva.
Sin embargo, lejos de las salas de conferencias, se está desarrollando una historia más importante: una revolución en los sistemas energéticos que han impulsado al mundo desde la revolución industrial. Un acuerdo más sólido sin duda aceleraría ese proceso, pero la falta de un acuerdo no será suficiente para revertirlo.