Pumalín fue encontrado moribundo y con signos de enfriamiento cuando aún era un bebé en el parque nacional del sur de Chile con el que comparte nombre. Se cree que se cayó del nido durante una voraz tormenta.
Desde entonces, su familia ha sido Liquiñe, un cóndor hembra que también fue hallada en pésimas condiciones, pero esta vez en la zona central del país. Ambos han vivido meses en cautiverio mientras se recuperaban y aprendían algo que no consiguieron de pequeños: volar.
“Perder un cóndor es dramático. La especie es vulnerable y podría pasar pronto a estar en peligro de extinción”, alertó Cristián Saucedo, director de Vida Silvestre en la Fundación Rewilding Chile.
Emblema de los Andes
Pumalín y Liñaque pasaron la primera etapa de la rehabilitación en un centro para rapaces en Santiago y luego fueron trasladados a una gran jaula en el corazón de la Patagonia chilena.
Allí se acostumbraron a los vientos y las temperaturas patagónicas, aprendieron a desmembrar cadáveres de guanacos e incluso fueron visitados por otros cóndores, que se posaban durante horas en el techo de la jaula.
El cóndor, la especie emblemática de los Andes, “es muy social y gregario y su supervivencia depende de su capacidad para interactuar con sus pares. Necesitan al grupo para encontrar rutas de vuelo o lugares para descansar”, explicó Saucedo.
El pasado fin de semana, sus cuidadores decidieron que había llegado el momento de “volar del nido”. Habían alcanzado el peso preciso (entre 8 y 10 kilogramos), medían cerca de 2.7 metros de envergadura, su plumaje estaba en buenas condiciones y mostraban miedo a los humanos, señal de que no estaban domesticados.
En medio de la estepa, cerca de la frontera con Argentina y con el pico San Lorenzo de fondo, se abrieron las puertas de la jaula. Contra todo pronóstico, Liquiñe fue la primera en salir. Pumalín, en cambio, estuvo un rato dudando.
“Este era el segundo intento para ella. La liberamos hace unos meses, pero tuvimos que rescatarla al poco tiempo porque no se acostumbraba a vivir en libertad”, aseguró Dominique Durán, directora de Proyecto Manku, que junto a Rewilding y Fundación Meri son los responsables de este proyecto para conservar cóndores iniciado en el 2021.
“Conexión entre cielo y tierra”
Para las culturas precolombinas, “el cóndor significaba la conexión de la tierra con el cielo”, indicó el camarógrafo Mateo Barrenengoa, quien grabó la liberación para un documental que está preparando sobre el carroñero andino.
“Es un animal que entrega momentos maravillosos. Hay veces que pasa a muy poca distancia y se puede escuchar hasta el movimiento de las alas”, añadió.
Chile concentra la población más grande de cóndores de Sudamérica y el 70% de estos se encuentran en la Patagonia, una agreste zona compartida con Argentina donde habitan otras especies andinas emblemáticas como guanacos, huemules o ñandús.
“La distribución norte de cóndores es la más frágil, sobre todo en Ecuador y Colombia, pero nosotros estamos fortaleciendo el núcleo más sano porque, si aseguramos Patagonia, podemos hacer luego programas de reinserción allá”, indicó Saucedo.
Durán apuntó que la liberación “es solo el inicio de un largo proceso de reinserción en la naturaleza” y que los dos transmisores radiales y satelitales que llevan implantados les permitirán estudiar sus movimientos y aprender más sobre esta especie tan vulnerable.
La caza ilegal, los vertederos mal manejados, la falta de guanacos para comer o los “cebos tóxicos” -cadáveres de animales que los ganadores envenenan para matar zorros o pumas- son sus principales amenazas.
“Estos cóndores -añadió el documentalista- han vuelto a la naturaleza después del cautiverio y nosotros deberíamos aprender de ellos y volver a la naturaleza, a las raíces, a conectarnos”.