Lionel Laurent
¿Dos dosis? ¿Tres? ¿Más? La euforia con la que se recibió a las seguras y eficaces vacunas contra el COVID-19 hace un año se ha convertido en confusión y debate ante el resurgimiento de casos y una desagradable variante nueva. El mundo rico está redoblando sus esfuerzos para conseguir dosis de refuerzo, ignorando las advertencias de la Organización Mundial de la Salud (OMS) de que esto empeorará la escasez de suministro en el mundo en desarrollo.
Las empresas que nos trajeron las maravillas del ARNm –Moderna Inc. y Pfizer Inc.– no están seguras de mucho, excepto por una cosa: al parecer la necesidad de vacunas no se detendrá pronto. Stephane Bancel, director ejecutivo de Moderna, advirtió que es posible que las vacunas necesiten el próximo año un reajuste contra la variante ómicron, mientras que el director ejecutivo de Pfizer, Albert Bourla, propuso un esquema de vacunas cada año para mantener un “nivel de protección muy alto” a lo largo del tiempo.
La idea de una vacuna anual contra el COVID suena, en teoría, bastante similar a las vacunas contra la influenza, que son adaptadas cada año para hacer frente a nuevas variantes. Pero en realidad, incluso los países con billeteras abultadas enfrentan dificultades con cuellos de botella mientras que lo que comenzó como una sola implementación a nivel nacional se convierte en varias.
En Francia, donde ahora hay 19 millones de personas elegibles para recibir una dosis de refuerzo, el martes solo hubo disponibilidad para alrededor de 290,000 cupos durante las próximas dos semanas desde la aplicación de atención primaria Doctolib, según los medios. En el Reino Unido, donde el lapso mínimo para un refuerzo se reducirá a la mitad –tres meses–, los médicos habrían dicho que están “abrumados” y operan a plena capacidad. Ese no es un efecto deseable.
Una posible respuesta, según un equipo de investigadores de BarcelonaTech, implicaría elaborar un nuevo marco de planificación para las vacunas contra el COVID: administrar dosis a un ritmo lo suficientemente rápido como para generar protección, pero no tan rápido como para que se necesite una nueva campaña nacional de vacunación cada ciertos meses. En otras palabras, una estrategia “ideal”, que funcionaría como un ciclo continuo, inmunizando a algunas personas, todo el tiempo.
El modelo imagina varios resultados basados en un potencial declive de la protección con el tiempo después de una tercera dosis. En este país modelo –llamémoslo Vacunolandia–, una implementación en la que se vacuna al 1% de la población cada semana brinda un bajo nivel de protección durante un largo período de tiempo, mientras que una tasa del 4% sería mejor, pero podría requerir más dosis dado el ritmo al que un mayor grupo de personas pierde protección.
La tasa “ideal” que proponen los investigadores es del 2%, lo que significaría abarcar alrededor del 80% de la población de Vacunolandia en 40 semanas. Si extrapolamos esto a la región de Cataluña, equivaldría a vacunar a entre 150,000 y 200,000 personas por semana, o 10,000 por día. Dado que la región cuenta con alrededor de 400 centros de atención primaria que distribuyen 30 vacunas por día cada uno, la situación parece totalmente viable.
Si lo ampliamos a una población del tamaño de un país, queda claro que Francia y el Reino Unido podrían administrar entre 1.3 y 1.4 millones de dosis por semana. El Reino Unido ya está sobre los 2 millones.
Pero esto implicaría una lucha permanente, con necesidad de mayor inversión en atención primaria.
Existen otras importantes salvedades, dado que nuestro mundo no es “ideal”. Para países con menos éxito a la hora de fomentar la adopción de vacunas, incluso una tasa del 2% parece exagerada. Rumania y Bulgaria, que están entre los países con menores tasas de vacunación de Europa, no han logrado alcanzar este nivel durante la mayor parte del año. La demanda es un problema en países con una gran renuencia a las vacunas, y la compulsión es una política que aún no se ha probado realmente.
El suministro es el otro gran problema en el mundo en desarrollo. Sudáfrica, donde la variante ómicron ahora parece ser la dominante, ni siquiera se acerca a una tasa semanal del 2%.
Y también existe el riesgo de que futuras variantes, ya sea ómicron u otras, escapen a los planes de vacunación mejor pensados de las autoridades de salud pública.
Sin embargo, si las vacunas anuales terminan siendo la norma, el modelo “ideal” tiene ventajas. Sería más fácil de explicar e implementar que la actual oscilación entre crisis y complacencia. Podría haber menos confusión –y cinismo y fatiga– si, en lugar de hablar de vacunas de refuerzo, terceras dosis y vacunas modificadas, existiera una mentalidad de vacunarse una vez al año.
Este tipo de pensamiento “de cuento de hadas” podría terminar humillado por la realidad del COVID, por supuesto. Pero los encargados de política monetaria deberían comenzar a trabajar en todos los posibles finales para la pandemia, incluso finales felices.