Camisas, chocolates, jugos, cigarrillos... El bulevar de un barrio pobre de Caracas está repleto de comerciantes informales que ofrecen todo tipo de productos en dólares en una Venezuela en crisis. Es una especie de juego diario, entre la poca venta y el “soborno” de policías.
Sentado en un banco de hierro está Eduard Delgado, de 20 años, con una nevera portátil en la que guarda jugos que intentará vender durante el día.
“Desde hace dos años venimos emprendiendo de manera informal, vendiendo algún producto que salga el mismo día”, dice el joven, que depende de esta venta que hace en moneda extranjera para vivir, aunque -lamenta- “tampoco es que da mucho para estar tranquilo”.
“A un dólar, un dólar, un dólar”, se escucha al fondo y prácticamente en coro en el bulevar de Catia, en el oeste de Caracas. La voz de un niño logra sobresalir entre tantas. El pequeño está parado a ras de avenida y tiene en la mano chocolates para la venta.
La mayoría de los artículos se comercializan con la divisa estadounidense, ante la debilidad del bolívar y su limitada capacidad de compra.
Nadie se ha detenido en el improvisado puesto de Eduard, preocupado porque no ha hecho la primera venta del día, pero no pierde la esperanza.
“Tienes que jugarla a diario para ver como resuelves”, afirma este joven que se graduó de técnico en comercio exterior, una profesión que no puede desempeñar en un país cuya crisis alcanza, incluso, hasta los empleos más cualificados.
“Es muy difícil conseguir empleo (formal) y si lo consigues (el sueldo) es muy poco”, agrega Eduard, que consigue un dólar de ganancia por cada seis jugos que vende.
A pesar del escaso beneficio, asegura que “se obtiene más dinero trabajando en la informalidad que en una empresa”
Según explica, en una empresa “tienes que hacer hasta el trabajado de ocho personas porque no hay empleados se fueron por el sueldo no tiene sentido cuando cobras no te alcanza”, alega.
Industrias cerradas
El presidente del gremio de industriales de Venezuela, Luigi Pisella, indica que la remuneración en las empresas privadas “no está acorde con los ingresos que debería recibir cualquier trabajador”, en un país que transita por su octavo año en recesión y cuarto de hiperinflación, y que redujo la capacidad de compra del ciudadano de a pie.
Según Pisella, en promedio un empleado del sector industrial gana “US$ 90 mensuales”, y en el sector comercio recibe “alrededor de US$ 66 y US$ 70”.
“Por eso se ha ido mucha gente a la informalidad no hay fuentes de trabajo y no se remunera a nuestros trabajadores como se lo merecen”, explica Pisella.
En los últimos 20 años, miles de industrias han cerrado, no están operativas, o están subutilizadas, lo que ha desencadenado pérdidas de empleos. “Al sol de hoy 2021 somos alrededor de 2,000 industrias, generamos 532,000 empleos de manera directa e indirecta.
“En el año 1998 nosotros teníamos 12,400 industrias y generábamos de manera directa e indirecta a empleos cercanos a 1 millón 480,000 trabajadores”, dice Pisella, que recuerda que “el salario mínimo se ubicaba en US$ 389” hace 23 años.
Migrar a la informalidad
La presidenta del Consejo venezolano de Comercios y los Servicios (Consecomercio), Tiziana Polesel, comentó que muchos comercios están migrando a la informalidad por el aumento de impuestos municipales que muchos no pueden pagar por las bajas ventas.
Polesel agregó que “el emprendedor que está naciendo hoy no tiene posibilidades de irse a la formalidad por lo costoso que es, por lo problemático que es”.
“Hay una medición del estado Zulia que reporta que en los corredores viales comerciales de la ciudad más del 60% de los locales están cerrados, estamos hablando de que esos locales cerraron sus puertas por los problemas y los aumentos desproporcionados de impuesto. Entre 30% y 40% migró a la informalidad”, estima.
“Se gana más en la calle”
A unos pocos metros de Eduard está Anderson Sánchez, 30 años, que dice que, desde hace cuatro años, prefiere la economía de calle que los beneficios de un trabajo formal.
“¿Un sueldo mínimo para que te alcanza? Más se gana en la calle”, dice Anderson, que sostiene unas camisetas que él fabricó y que aspira vender por US$ 2.5 cada una. “Tengo un pequeño taller en el que fabricamos y acá lo vendemos”, cuando la Policía se lo permite.
“Los policías nos matraquean (extorsión) siempre para vender acá, siempre te cobran para dejarte vender, no le das y te quitan la mercancía al día (hay que darles) US$ 2, US$ 3 y los sábados US$ 5; suma todo eso a la semana” responde.
Anderson saca la cuenta rápido y dice que puede ganar entre “US$ 100 y US$ 150” en una semana, que invierte en su negocio.