A medida que el Gobierno chino intentaba la semana pasada enfocar la atención hacia los Juegos Olímpicos de Invierno, cientos de millones de aficionados al fútbol en el país estaban de luto. Apenas unos días antes, su selección nacional masculina había sido eliminada por Vietnam de la clasificación para la Copa del Mundo 2022. La humillante derrota 3-1 significa que China, loca por el fútbol, y que participó por última vez en 2002 en una Copa del Mundo, permanecerá un quinto torneo consecutivo en casa.
La derrota no se limita al terreno de juego. Desde finales de la década de 2000, Xi Jinping ha buscado construir un equipo chino digno de una superpotencia. Es una de las iniciativas de más alto perfil de Xi, y hasta ahora es un fracaso: la selección nacional de China actualmente está clasificada como la número 74 del mundo, ubicada entre Montenegro e Irak.
En China, la pompa y amplia cobertura de los Juegos de Invierno eclipsan este fracaso conspicuo. Pero después de que se apague la llama olímpica, los chinos tendrán razón al preguntarse por qué su líder más poderoso en generaciones no ha logrado crear un equipo de fútbol digno del estatus mundial de su país.
En la China moderna, la política y el deporte son inseparables. En la década de 1950, Mao Zedong impulsó a su Gobierno a desarrollar deportistas que pudieran competir contra deportistas de Occidente en eventos de prestigio y servir como representantes de la creciente fuerza nacional china. En 1984, cinco años después de la reforma y apertura económica de China, el país envió una delegación a los Juegos Olímpicos de Los Ángeles con el lema: “Salir de Asia y avanzar hacia el mundo”.
China ganó el oro en esos juegos, el primero desde 1952, y ahora compite regularmente contra EE.UU. para encabezar el medallero en los Juegos Olímpicos de Verano. En casa, estos éxitos, combinados con la organización de dos Olimpiadas en el país, se presentan regularmente como logros (y merecidos) de una potencia global emergente.
Sin embargo, China carece de un éxito deportivo uniforme, especialmente en deportes de equipo como el baloncesto y el fútbol. Este último ha resultado particularmente problemático tanto para los aficionados al deporte como para los funcionarios chinos. No solo es muy popular en China, sino que sigue siendo el deporte más importante a nivel mundial. Y la Copa del Mundo, el evento deportivo individual más destacado del mundo, sigue siendo la aspiración atlética más elusiva de China.
Los problemas son varios, incluida la falta de oportunidades de entrenamiento de fútbol juvenil y décadas de corrupción endémica en el deporte. Durante la breve participación de China en la Copa del Mundo en 2002, el equipo no logró anotar ni un solo gol, un lamentable punto álgido para el equipo en apuros.
El fracaso, como el éxito, está politizado en los deportes chinos. Los fanáticos han equiparado durante mucho tiempo Las corruptas ligas de fútbol de China con la corrupción política que ha acosado durante mucho tiempo al Gobierno, especialmente a nivel local. Un equipo nacional débil, desde este punto de vista, es un referente de una nación de bajo rendimiento. En 2013, después de una derrota de la selección nacional ante un equipo tailandés, los aficionados chinos causaron alboroto, y un destacado periódico propiedad del Gobierno editorializó: “La creciente fuerza nacional frente a un nivel decreciente de fútbol conducirá a una creciente insatisfacción entre un gran número de aficionados”.
Esa insatisfacción no pasó desapercibida. En 2011, el entonces vicepresidente Xi Jinping había dicho a los periodistas que había tres sueños para el fútbol chino: clasificar, ser sede y ganar la Copa del Mundo. En 2014, el ahora máximo líder de China, comenzó a desplegar programas para ayudar a cumplir ese sueño, incluido un plan de estudios de fútbol obligatorio en las escuelas, el establecimiento de 50.000 nuevas academias de fútbol, y un comité de líderes del Partido Comunista de alto nivel para supervisar el programa.
Mientras tanto, las empresas chinas de bienes raíces y tecnología captaron la indirecta y compraron equipos y estadios, e importaron talentos internacionales de primer nivel. En busca del éxito deportivo mundial, la liga de primer nivel de China permaneció inactiva durante cuatro meses en 2021 para que la selección nacional pudiera entrenar y competir por un puesto en la Copa del Mundo.
Sin embargo, perdieron. La afición china, acostumbrada al fracaso futbolístico y tal vez esperándolo, saludó la derrota ante Vietnam con un huracán de indignación que llevó la discusión a lo más alto de las listas de trending topics en las redes sociales. “Vergonzoso” y “humillante” fueron algunas de las formas más comunes en que los fanáticos chinos calificaron la derrota de un país con un ejército, una economía y una población de solo una fracción de su tamaño. Más concretamente, muchos fanáticos pidieron que el equipo financiado por el Gobierno, una de las principales prioridades de Xi, sea disuelto y el dinero devuelto.
No habrá reembolsos. Pero habrá recriminaciones sobre los tipos de errores de política que llevaron al último fracaso futbolístico de China.
Sospechosos, hay muchos. En diciembre China prohibió a los jugadores de fútbol tener tatuajes, y recomendó encarecidamente que aquellos que los tienen, se los quiten. La política es desacertada: muchos, si no la mayoría, de los mejores jugadores del mundo tienen tatuajes. Pero la regla encaja perfectamente con las recientes represiones sobre figuras del espectáculo consideradas malos modelos a seguir.
Asimismo, las recientes medidas enérgicas de China contra la sociedad civil han paralizado la creación de equipos de fútbol juveniles y comunitarios. Sin una base que evolucione independientemente de la autoridad centralizada de China, la potencia asiática tiene pocas esperanzas de desarrollar, y mucho menos encontrar, talento futbolístico.
Durante febrero, estas discusiones y recriminaciones quedan relegadas a favor de un espectáculo olímpico que está cautivando y distrayendo a la audiencia nacional. Pero los buenos sentimientos que ha despertado la orgullosa puesta en escena de China y la creciente cantidad de medallas no durarán para siempre.
Cuando llegue el otoño y el inicio de la Copa del Mundo de 2022, los fanáticos chinos volverán a preguntar: ¿Por qué no estamos allí? Entonces, el líder más poderoso de China desde Mao no tendrá una respuesta.