Alexei Cazac mira con orgullo su campo de color malva lleno de turistas maravillados, cerca de la capital Chisinau. Es uno de los nuevos productores de lavanda en Moldavia, un sector que vuelve a florecer tras su declive postsoviético.
Este joven agricultor, de 40 años, empezó a cultivar lavanda hace cinco años y actualmente ya dispone de 60 hectáreas de esta planta aromática, muy apreciada para hacer perfumes.
El cultivo de lavanda es uno de los sectores con cierto dinamismo económico en Moldavia, un pequeño país situado entre Ucrania y Rumania y uno de los más pobres de Europa.
“Aquí el clima es ideal” para esta planta que necesita mucha luz solar y que resiste muy bien a las altas temperaturas, explica este empresario, que vende su producción a un grupo francés. “En Moldavia, cada vez hay más gente que planta lavanda”, añade Cazac.
La industria moldava de la lavanda gozó de gran prosperidad durante el periodo de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), de la que Moldavia formaba parte.
Los aceites de esta planta, famosos por sus efectos relajantes en la piel, se vendieron en Moscú hasta el hundimiento del bloque soviético en 1991.
Sin embargo, tras el fin de la URSS, “los agricultores ya no sabían a dónde exportar su producción y prácticamente todas nuestras fábricas cayeron en ruinas”, explica Alexandru Badarau, presidente de la asociación moldava de cultivo de lavanda.
Entre 1989 y el 2001, se pasó de 5,400 hectáreas de esta planta a solo 500. La producción de aceites esenciales cayó en apenas una década de 180 toneladas anuales a 10 toneladas.
“Una cualidad superior”
Pero este declive es cosa del pasado. Los campos de lavanda ocupan actualmente 1,400 hectáreas y la producción de aceites alcanzará este año 20 toneladas, según la asociación de productores.
“La industria está renaciendo”, afirma con cierta satisfacción Badarau, quien presume de que cada año “al menos cinco nuevos agricultores” empiezan a plantarla.
Las empresas internacionales tienen constancia de este reflorecimiento y, de hecho, el 99% de los aceites moldavos se exportan a otros países de la Unión Europea.
La mayoría de ellos se exportan a Alemania, pero también a Bulgaria y Francia, dos importantes productores de esta planta.
El sector en Moldavia ya sueña con competir pronto con los agricultores de Bulgaria, uno de los principales exportadores de lavanda.
La variedad moldava destaca porque “da menos aceite, pero su calidad es superior. Es más agradable y más dulce”, explica Ulinici Nicu, un joven agricultor que cultiva diez hectáreas en Chisinau.
Atracción turística
Pese a este renacimiento, el futuro de este sector moldavo resulta incierto.
Según un informe del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), los cultivos de lavanda se vieron afectados en el 2020 por el frío en primavera y la sequía en verano, lo que redujo entre un 30% y 50% la producción respecto al año anterior.
Pero los productores moldavos mantienen su optimismo y confían en aumentar la producción.
La asociación de productores creó la marca “Aceites esenciales de Moldavia” para promoverlos en el extranjero y espera obtener pronto un certificado de calidad internacional.
“La lavanda se convertirá pronto en una carta de presentación de nuestro país”, presume Nicu.
Mientras tanto, los productores sacan algunos ingresos extras gracias a los turistas que visitan los bellos y coloridos campos de esta planta.
“No me lo esperaba, pero el campo se encuentra cerca de una carretera y mucha gente se detiene” para contemplarlo, explica Cazac, que ante la llegada de numeroso turistas decidió hacerles pagar dos euros para visitar su explotación.