La guerra más larga de Estados Unidos termina con una derrota ante un enemigo al que había vencido en Afganistán hace casi 20 años, una conmoción por el rápido derrumbe del gobierno y el Ejército al que apoyó y caóticas operaciones de evacuación de última hora.
Y ahora, el vigésimo aniversario de los atentados del 11 de setiembre en Nueva York y Washington se celebrará con los talibanes de nuevo en el poder.
“Esta no ha sido una guerra de 20 años. Ha sido una guerra de un año que se ha librado 20 veces”, dijo un oficial militar estadounidense, que transmitió la frustración por la lógica de a corto plazo, los múltiples errores y la falta de coherencia a lo largo de cuatro gobiernos estadounidenses.
Entrevistas con casi una docena de funcionarios y expertos estadounidenses, en funciones y retirados, ponen de manifiesto los fracasos que paralizaron los esfuerzos de Estados Unidos para estabilizar Afganistán, en los que Washington gastó más de US$ 1 billón y que llevaron a la muerte de más de 2,400 militares estadounidenses y decenas de miles de afganos, muchos de ellos civiles.
Dos gobiernos republicanos y dos demócratas intentaron luchar contra la corrupción y los abusos contra los derechos humanos, incluso consintiendo gran parte de ellos, mientras trataban de fomentar la democracia y el Estado de derecho, levantar un Ejército afgano fuerte y mantener el compromiso de estadounidenses cansados de la guerra.
Promovieron un poderoso gobierno central en un país en el que durante siglos las tribus disfrutaron de autonomía local. Sus programas de erradicación de droga antagonizaron aún más a los habitantes de los bastiones rurales de los talibanes, que dependen del cultivo de la amapola real para sobrevivir.
También pesaron las deficiencias de inteligencia, como cuando la semana pasada el presidente estadounidense Joe Biden anticipó que los talibanes tardarían unos meses en entrar en Kabul. Se demoraron sólo unos días.
Hubo algunos éxitos innegables
Estados Unidos y sus socios ayudaron a mejorar innumerables vidas en uno de los países más pobres del mundo, promoviendo los derechos de las mujeres y las niñas, apoyando a los medios de comunicación independientes y construyendo escuelas, hospitales y carreteras. Todo eso está ahora bajo amenaza.
Distraído por Irak
El presidente George W. Bush declaró la “guerra contra el terrorismo” y derrocó al gobierno talibán de Kabul, que había acogido a los militantes de Al Qaeda responsables de los ataques del 2001 con aviones secuestrados. La estrategia funcionó durante un tiempo. Los talibanes fueron derrotados y Al Qaeda huyó.
Sin embargo, exfuncionarios y expertos dijeron que en lugar de trabajar para asegurar Afganistán contra un resurgimiento de los talibanes, el gobierno de Bush desvió recursos, personal y tiempo a la invasión de Irak sobre la base errónea de que la dictadura de Saddam Hussein tenía programas ilícitos de armas de destrucción masiva.
“Estados Unidos sí se distrajo con la guerra de Irak durante varios años”, dijo Lisa Curtis, exanalista de la CIA y experta regional que sirvió en las presidencias de Bush y Trump y ahora es miembro principal del Centro para una Nueva Seguridad Americana.
Funcionarios y exfuncionarios dicen que la obsesión del gobierno de Bush por Irak dejó su estrategia en Afganistán a la deriva.
Cuando el presidente Barack Obama llegó al poder en el 2009, los mensajes contradictorios continuaron. Pretendía reducir las fuerzas estadounidenses en Afganistán, pero aceptó un aumento de tropas en un intento de presionar a los talibanes para que entablaran conversaciones de paz.
En un discurso en West Point en noviembre del 2009, dijo que enviaría 30,000 soldados más, pero añadió que “después de 18 meses, nuestras tropas empezarán a volver a casa”. Al tratar de apaciguar el frente interno, Obama le dijo en la práctica a los talibanes que debían esperar a que Estados Unidos dejase el país.
Corrupción endémica
Como candidato a la presidencia, Obama calificó a Afganistán como una “buena guerra”, comparándola con el desastre militar de Irak.
Las tropas estadounidenses aumentaron a más de 90,000 en el 2010, al igual que la financiación. En la desesperada y constante necesidad de un gobierno estable, Estados Unidos trabajó con afganos que tenían influencia, pero que estaban involucrados en casos de corrupción y violaciones de derechos humanos.
Peter Galbraith, exembajador de Estados Unidos que fue representante adjunto de la ONU para Afganistán, dijo que la doctrina de contrainsurgencia de Estados Unidos hacía hincapié en la necesidad de un “socio local”, lo que llevó a Estados Unidos, Naciones Unidas y otros países a legitimar a los sucesivos gobiernos afganos, aceptando de hecho la corrupción generalizada.
La política, dijo, se manifestó en las bendiciones que Washington, otros países y Naciones Unidas dieron a las elecciones presidenciales del 2009, 2014 y 2019, a pesar de estar al tanto de que había fraudes y otras irregularidades.
“No tenemos el kit de herramientas para erradicar la corrupción endémica en las sociedades”, declaró un exalto funcionario del gobierno, bajo condición de anonimato.
La corrupción infectó también al Ejército afgano, al que Estados Unidos destinó US$ 88,000 millones durante dos décadas. Por ejemplo, Washington nunca superó del todo el problema de los “soldados fantasmas”, tropas inexistentes que estaban en las listas de comandantes corruptos que se llevaban su paga.
Las fuerzas de seguridad afganas cuentan con 300,000 efectivos sobre el papel, pero el número real es mucho menor. Un informe del 2016 realizado por un organismo de control del gobierno de Estados Unidos descubrió que sólo en la provincia de Helmand, entre el 40% y 50% de las fuerzas de seguridad no existían.
La cuestión de Pakistán
Funcionarios y exfuncionarios de Estados Unidos dicen que los talibanes no habrían ganado si los sucesivos gobiernos estadounidenses hubieran tomado medidas para poner fin al refugio y otras medidas de asistencia que Pakistán y su agencia de Inteligencia Interservicios (ISI) dieron a los insurgentes.
“Sin Pakistán, los talibanes serían simplemente una molestia”, dijo Christine Fair, una experta en el Ejército pakistaní de la Universidad de Georgetown. “No serían una fuerza de combate competente”.
Islamabad ha negado repetidamente que respalde a los talibanes como parte de lo que, según expertos, es una estrategia para asegurar un gobierno aliado en Afganistán que atenúe la influencia de India.
Cansancio con la guerra
El presidente Donald Trump llegó al cargo en el 2017 prometiendo poner fin a lo que llamó “ridículas guerras interminables”.
En parte, el cálculo de Trump fue que a los estadounidenses simplemente no les importaba lo suficiente Afganistán como para gastar miles de millones de dólares anualmente mientras las tropas estadounidenses morían.
Esto llevó a un acuerdo con los talibanes en febrero del 2020 para una retirada completa de las tropas estadounidenses si los insurgentes cumplían ciertas condiciones. El gobierno afgano quedó fuera de las conversaciones.
John Bolton, veterano de las presidencias de Bush y Trump, comentó que el acuerdo fue el mayor error de Trump y que Biden debería haberlo reevaluado.
Biden, sin embargo, procedió a una retirada completa en contra del consejo de los líderes militares estadounidenses y sin resolver un retraso en las solicitudes de visados especiales de afganos en riesgo por trabajar para Estados Unidos, lo que provocó una caótica evacuación.
Un funcionario estadounidense dijo a Reuters bajo condición de anonimato que las encuestas internas mostraban que la mayoría de los estadounidenses apoyaban una retirada, lo que hacía que Biden se sintiera cómodo con su decisión.
Lo que no está claro es cómo verán los estadounidenses la decisión de Biden tras las imágenes de televisión de helicópteros militares estadounidenses evacuando la embajada de Estados Unidos y de afganos pululando por el aeropuerto, desesperados por salir.
Biden había insistido en que en Kabul no se repetiría la infame evacuación de Estados Unidos de Saigón en 1975.