La Unión Europea quiere duplicar su producción de chips en la próxima década para depender menos de otros países, pero no todo el mundo está convencido de que embarcarse en una costosa carrera de subsidios para atraer fábricas al continente sea el mejor camino hacia la autonomía.
La escasez mundial de semiconductores desatada por la pandemia ha evidenciado la dependencia de la UE, sobre todo de Asia, para obtener unos componentes imprescindibles para producir los chips que se encuentran en cualquier dispositivo electrónico.
A corto plazo, la falta de suministros está ya ralentizando e incluso obligando a paralizar la actividad industrial en Europa, ensombreciendo la recuperación. A largo, pone de relieve un punto flaco de la UE en la carrera global por la digitalización y su vulnerabilidad ante tensiones geopolíticas que afectan a las cadenas de valor.
Bruselas se ha propuesto revertir esta falta de autonomía aumentando la producción, de modo que para 2030 la UE represente el 20% de la fabricación mundial de semiconductores y produzca chips de última generación, recuperando terreno en un mercado que mueve anualmente US$ 433,000 millones y donde ha pasado de representar el 22% del comercio mundial en 1998 a solo un 9%.
Para ello, la Comisión Europea planteará una Ley Europea de Chips que, según ha avanzado el comisario responsable, Thierry Breton, combinaría una estrategia de investigación con un aumento de la capacidad de producción, incluida la construcción de “mega-fábricas”, y cooperación con terceros países para diversificar el suministro.
A falta de que se concrete la propuesta en 2022, Breton quiere explorar la creación de un fondo específico que complemente la financiación que movilizarán a través del Proyecto de Interés Común en Microelectrónica, la Alianza en Semiconductores o el presupuesto europeo.
Sin embargo, los expertos cuestionan que centrarse en la fabricación, sobre todo de los chips más punteros, sea la estrategia adecuada para que Europa gane peso en una industria en la que ninguna potencia es autónoma.
La fabricación de chips está concentrada en Asia, con el duopolio entre la taiwanesa TSMC y la surcoreana Samsung, mientras que Estados Unidos domina en el diseño -un control de la propiedad intelectual que ha usado para sancionar a China-. La UE tiene su fortaleza en la investigación, a través de IMEC o Fraunhofer, y en el suministro del equipamiento para producir chips, con la holandesa ASML.
“Dónde la estrategia es problemática, es en que mucho del énfasis se pone en estas mega-fábricas, que es el camino más caro y probablemente menos efectivo”, dijo a Efe Niclas Poitiers, experto del centro de estudios Bruegel, quien ve poco factible alcanzar la meta del 20%.
A su juicio, tener una de estas grandes plantas en Europa no reduciría la dependencia, porque estarían gestionadas por una empresa extranjera, seguirían dependiendo de Estados Unidos para la propiedad intelectual y no evitarían que los europeos sigan importando desde Asia muchos chips y productos tecnológicos.
Además, para atraer una fábrica de última generación, que cuesta entre US$ 10,000 y US$ 20,000 millones y tarda años en levantarse, Europa tendría que entrar en una feroz competencia global a base de subsidios.
Aunque Bruselas no ha puesto cifras al esfuerzo en la próxima década, los hasta 30.000 millones de euros que prevé movilizar con la alianza en microelectrónica palidecen frente a los 400.000 millones de dólares que destinará al sector Corea del Sur, los US$ 170,000 millones de China e incluso los 52,000 millones de Estados Unidos.
A ello se suma que Europa representa solo el 20% de la demanda mundial de chips y se centra en los menos avanzados, usados en automoción e industria.
“Los incentivos económicos para construir estas fábricas en Europa no son tan grandes. La demanda está en Asia, una empresa que tenga que decidir dónde construir no va a ir solo donde ofrezcan subsidios, sino también donde estén sus consumidores”, apunta Poitiers, quien cree que Europa debería centrarse en la investigación.
Como él, muchos analistas abogan por potenciar actividades dónde Europa tiene cierto dominio, en particular en el diseño de chips, y centrarse en satisfacer la demanda local del sector de la automoción, industrial o sanitario, dónde la necesidad de chips crecerá.
Breton, por contra, defiende que “sin capacidad de producción, la autonomía estratégica está abocada al fracaso” y que Europa no puede confiar en una “división global del trabajo” en la que Asia y EEUU se queden con la producción de chips de vanguardia, “el auténtico mercado del futuro”.
“La producción es una parte de la cadena de valor que te da un alto grado de autonomía estratégica si lo haces bien y dependiendo del coste asociado en términos de apoyo público”, explicó a Efe Frederico Mollet, del Centro de Política Europea.
En su opinión, es “razonable” tener una megafábrica en Europa, sobre todo si se hace con inversión directa por parte de multinacionales líderes en lugar de partir de cero.
La producción es una de las partes de la cadena “más difíciles de replicar” y, aunque fuese con una empresa extranjera, tener ese “importante” eslabón en Europa supondría una “ventaja geopolítica”.