El final de la costanera del estrecho de Magallanes, al extremo sur de Chile, era a mediados del siglo XIX un punto señalado en la cartografía de los colonos británicos para ubicar con facilidad el anhelado “Río de Minas”, bautizado por su cercanía a los codiciados yacimientos de carbón.
En aquel entonces, ese mineral —al que hoy se achaca en gran parte el cambio climático—, era celebrado por los marineros europeos como un auténtico tesoro para calentarse en el helado clima austral.
Con el transcurso de los años y gracias a la minería, creció en ese lugar la actual ciudad de Punta Arenas.
Paradójicamente, el retazo final del continente americano ha logrado resignificarse y es a día de hoy el emplazamiento de plantas de hidrógeno verde, sensores que detectan el calentamiento global, el proyecto del primer Centro Antártico Internacional (CAI) y otras iniciativas que hacen del sur de Chile un laboratorio natural para combatir el cambio climático.
“Magallanes es un lugar donde confluyen el pasado, presente y futuro de la investigación científica en temas como el cambio climático, la biodiversidad y la economía sostenible”, manifestó desde Punta Arenas el ministro de Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación, Andrés Couve.
Ecosistemas únicos
Darwin, Magallanes y Elcano fueron algunos de los exploradores que se interesaron por la biodiversidad magallánica: cetáceos, pingüinos, pumas y un sinfín de vida microscópica componen el paisaje de esta región, sobre la que científicos de todo el mundo han puesto sus ojos.
Elie Poulin, investigador francés del Instituto Milenio de Biodiversidad de los Ecosistemas Antárticos, explicó que el océano austral es el lugar “idóneo” para evaluar los efectos del cambio climático.
“Se trata de un ecosistema prístino, el único lugar del mundo sin estresores de la fauna y la flora como la contaminación, la sobreexplotación de suelo o el uso masivo de pesticidas” detalló.
La biodiversidad de Magallanes podría, incluso, servir para anticiparse al calentamiento global, según trata de demostrar una pionera investigación que estudia la única colonia de pingüinos rey del continente, ubicada en Tierra del Fuego, un gran archipiélago al sur de Punta Arenas.
“Magallanes es un experimento geográfico extraordinario donde se juntan el océano Pacífico, el Atlántico y el mar del Sur, pero al mismo tiempo es un lugar muy frágil y susceptible al cambio climático”, señaló la prestigiosa bióloga Valeria Souza, académica de la Universidad Nacional Autónoma de México y líder del estudio.
Su equipo analiza los microbios que habitan entre las plumas de los pingüinos y otras especies animales.
“Estos microorganismos reaccionan antes que los animales a los cambios de temperatura y salinidad. De esta forma, nos avisan de las señales de alarma de cambio climático antes de que el resto los sintamos”, dijo.
La puerta a la Antártida
Punta Arenas funciona como el punto de conexión entre la parte más austral de Suramérica y la Antártida, uno de los territorios mejor conservados del planeta.
Recientemente, fue elegida como la ubicación del primer Centro Internacional Antártico, que busca atraer a científicos del mundo que deseen disfrutar de las particularidades del continente blanco para analizar el cambio climático, explicó a Efe Marcelo Leppe, director del Instituto Antártico Chileno.
“Estudiar hoy en día este vasto territorio helado es primordial puesto que, por su influencia atmosférica y oceánica, juega un rol determinante en el clima del resto del planeta”, apuntó.
En paralelo, el continente helado será uno de los puntos clave del Observatorio de Cambio Climático (OCC), un proyecto pionero que pretende recoger y almacenar en una plataforma de libre acceso data sobre calentamiento global con cientos de sensores de norte a sur del país.
Sharon Robinson, especialista en la Antártida de la Universidad de Wollongong (Australia), expresó que la longitud de Chile (más de 8,000 kilómetros si se cuenta el continente helado), es “ideal” para analizar las variaciones del cambio climático.
“Se trata del observatorio que más rango latitudinal cubre del mundo y el mayor del hemisferio sur”, indicó.
Vientos patagónicos, una fuente de energía
Los indomables vientos de la Patagonia chilena (sur) son un ingrediente más que orienta a la región a ser precursora en la lucha contra el cambio climático.
Con rachas de más de 90 kilómetros por hora, las corrientes de aire funcionan como un recurso idóneo para producir energía eólica e hidrógeno de forma sostenible, el denominado “hidrógeno verde”, que apunta a convertirse en la fuente energética del futuro.
Muy próximo a Punta Arenas, la empresa chilena Highly Innovative Fuels (HIF), con capital de las alemanas Siemens Energy y Porsche, está construyendo la mayor planta para fabricar combustible a base de hidrógeno verde de Latinoamérica, que tendrá como objetivo producir 130,000 litros anuales a partir del 2022.
Todas estas iniciativas fueron destacadas durante la firma de la “Declaración de Punta Arenas”, en la que el Gobierno junto con autoridades regionales, representantes de la academia e instituciones reafirmaron su compromiso de consolidar a Magallanes como un polo de ciencia y tecnología.
“Aquí —concluyó el ministro de Energía y Minería, Juan Carlos Jobet— tenemos todos los ingredientes para convertir a este país en productor líder de hidrógeno verde a nivel mundial y en un motor para frenar el cambio climático”.