Uno de los desafíos principales de la COP26 es mantener vivo el objetivo de limitar a +1.5° centígrados de incremento medio de la temperatura del planeta, pero los científicos temen otras amenazas: los denominados puntos de inflexión, o de no retorno.
Hay varios lugares del planeta que están expuestos a esos momentos decisivos, en el que su destino ecológico puede inclinarse hacia un lado o hacia otro.
Y todo el ecosistema planetario depende de esos intrincados nudos.
En Groenlandia y la Antártida, el deshielo de las enormes extensiones heladas podría elevar el nivel medio de los océanos en más de una docena de metros.
En la Amazonía, la selva tropical puede sufrir un proceso de “sabanización” que afectaría irremediablemente a la capacidad del planeta de reciclar CO2.
Siberia representa por su parte un enorme depósito de CO2 que podría acabar en la atmósfera si se extiende el proceso de disolución del permafrost.
“Ya hemos detectado varios puntos de inflexión en los arrecifes coralinos y los sistemas polares, y con las proyecciones de calentamiento del planeta en la mano, habrá probablemente otros a corto plazo”, alertó un borrador del Grupo Intergubernamental de Expertos de la ONU sobre Cambio Climático (IPCC) al que tuvo acceso la AFP.
Puntos irreversibles
Muchos de esos puntos ya son irreversibles. El fundador del Instituto Potsdam de Investigación Climática, Joachim Schellnhuber, recuerda cómo se dio cuenta hace quince años de esos momentos decisivos en la historia del cambio climático.
“Me di cuenta de que la maquinaria del planeta, ya sea los monzones, la circulación oceánica, las corrientes marinas, tienen muchos sistemas no lineares. Eso significa que hay muchos puntos de no retorno”, explicó.
En la Antártida, porciones de masas heladas de la talla de Escocia e Inglaterra podrían en un momento determinado desplomarse en el océano, a causa del calentamiento del planeta, que resquebraja esa región.
“Es como descorchar una botella. Las estamos descorchando una detrás de otra”, explica Schellnhuber.
El cambio climático y la deforestación también han provocado que una gran parte de la región amazónica deje de absorber CO2 y empiece a emitirlo.
Esa transformación podría convertir a uno de los grandes aliados contra el cambio climático en un enemigo.
Los científicos se esfuerzan en determinar qué temperaturas provocan el punto de no retorno en un ecosistema.
Pero el desafío es enormemente complejo porque los modelos de predicción se basan en una atmósfera siempre cambiante, e impredecible. A ello se añade la continua aportación de CO2 y metano de origen humano.
“Los puntos de inflexión son riesgos claves, existenciales, y tenemos que hacer todo lo posible para evitarlos”, explicó Tim Lenton, director del Instituto de Sistemas Globales de la Universidad de Exeter y autoridad en la materia.
Una quincena de puntos
Los científicos han descubierto 15 puntos de inflexión significativos, algunos regionales, otros globales, todos interconectados.
Partes del sistema climático más resistentes al alza de temperaturas incluyen las corrientes que redistribuyen el calor a través de los océanos, como el fenómeno de El Niño en el Pacífico, el monzón del Sudeste Asiático, o la desertificación en el Sahel africano.
Aunque el permafrost en Siberia no tiene un umbral de temperatura que vaya a provocar un cambio dramático, su lento deshielo liberaría decenas de miles de millones de toneladas de CO2.
El IPCC ha publicado cinco grandes informes a lo largo de tres décadas sobre el cambio climático. Y en el próximo, de acuerdo al borrador al que tuvo acceso la AFP, los puntos de inflexión toman un protagonismo creciente.
“Respuestas abruptas y puntos de inflexión del sistema climático no pueden ser descartados”, cree este grupo de expertos.
La amenaza siempre estuvo presente, pero es difícil concretarla porque los modelos climáticos están construidos sobre largas series de observaciones científicas.
“Llevo una década diciendo que tenemos que tomarnos este riesgo en serio, y que el IPCC debería dar a los puntos de inflexión más importancia”, explica Lenton.
Algunos estudios parciales ya abordan las consecuencias físicas directas. Por ejemplo, la aceleración del deshielo en Groenlandia afectará la circulación de corrientes en el Atlántico, y empujará las lluvias tropicales hacia el sur, debilitando a su vez los monzones de África y Asia, que son vitales para los cultivos de millones de personas.
Esas corrientes podrían desaparecer, como ya ha sucedido en el pasado. Lo que provocaría que los inviernos europeos sean mucho más duros, mientras que el nivel de las aguas subiría sustancialmente en el norte del Atlántico.
Las dudas subsisten porque, al mismo tiempo, los rastros del pasado indican que la Tierra podría estar encaminada hacia un exceso de calor, según el último informe del IPCC.
La última vez que la atmósfera soportó los actuales niveles de concentración de CO2, hace tres millones de años, las temperaturas eran como mínimo 3° centígrados superiores a las actuales, y los océanos, entre 5 y 25 metros más elevados.
Esa trayectoria podría llevar al planeta a una situación sin retorno en menos de un siglo, explica Jan Zalasiewicz, profesor de paleobiología de la Universidad de Leicester.
Según otro experto, Johan Rockstrom, “a partir del momento en el que los sistemas de la Tierra pasen de enfriar, como sucede en la actualidad, a calentar, ahí perderemos el control”.