“No nos quedaremos sentadas en casa”. En Herat, una empresaria que produce azafrán con mano de obra casi exclusivamente femenina, quiere alzar la voz para que la escuchen los talibanes, cuya vuelta al poder amenaza el trabajo de las mujeres en Afganistán.
“Vamos a alzar la voz de tal forma que la oigan”, advierte Shafiqeh Attai, quien inició su negocio en esta gran ciudad del oeste de Afganistán en el 2007.
La Pashton Zarghon Saffron Women produce, procesa, acondiciona y exporta el azafrán cosechado por más de mil mujeres. Cada año vende entre 200 y 500 kilos de la especia más cara del mundo, que se puede comprar por más de US$ 5,000 (4,300 euros) el kilo.
Para estas mujeres del sector rural el dinero del azafrán es una bendición.
“En las aldeas, las mujeres afganas pasan muchos apuros debido al analfabetismo y las enfermedades”, explica. Por lo general “no tienen más remedio que ocuparse de las tareas domésticas”.
Pero el dinero del “oro rojo” está en peligro. Un mes después de su regreso al poder, los talibanes aún no han anunciado oficialmente qué les espera a las mujeres trabajadoras.
Varios dirigentes del movimiento islamista han declarado en las últimas semanas que las mujeres por el momento deben quedarse en casa, por su seguridad, y han dicho que pronto podrán trabajar, separadas de los hombres. No han dado fechas.
‘Confinadas’
En Herat, una investigación de la ONG Human Rights Watch (HRW) publicada hace una semana afirma que las mujeres “están confinadas en casa” y que las que se han atrevido a salir sufren “acoso y abusos de los talibanes”.
En las calles de esta ciudad comercial, muchos combatientes exigen que vayan acompañadas de un hombre, como durante el primer gobierno islamista (1996-2001), al contrario de lo que afirma el gobierno islamista, según HRW. En estas circunstancias ir al trabajo es casi imposible.
Pero algunas mujeres “están solas y sin un tutor”, afirma preocupada Shafiqeh Attai, quien teme “perder veinte años de trabajo duro”.
En la cámara de comercio de Herat, cerca de las fronteras con Irán y Turkmenistán, también reina la incertidumbre. Su director, Yunes Qazizadeh, quiere que el nuevo régimen revele la suerte que reserva a las mujeres.
“Algunas áreas del comercio en Afganistán estaban dirigidas solo por mujeres”, especialmente en el sector alimentario y textil, afirma.
Apoyo al sector
El caso de Pashton Zarghon Saffron Women es interesante porque, además de que casi solo emplea a mujeres, se dedica a una actividad con mucho potencial que ha recibido ayuda de donantes internacionales bajo el régimen anterior.
Durante mucho tiempo, se alentó a los agricultores afganos a convertirse al “oro rojo” para frenar el cultivo del opio en un país que produce el 90% de las cosechas mundiales de esta sustancia que se extrae de la adormidera. Sin mucho éxito, ya que en el 2018 la superficie dedicada al azafrán era cuarenta veces inferior a la de la amapola.
Los talibanes se financiaron en gran medida durante sus veinte años de insurgencia con el dinero del opio, del que proviene la heroína.
A mediados de agosto dijeron que querían convertir Afganistán en “un país sin narcóticos” y “necesitaban ayuda internacional” para proporcionar ingresos o sustitutivos de cultivos a los agricultores. Por ahora los donantes son reacios a financiar su régimen.
Attai sigue en su puesto y no ha perdido del todo la esperanza. “Yo también podría haberme ido. Pero no lo hice por todo el trabajo duro y el esfuerzo que hicimos”, explica. “No soy solo yo, están todas estas mujeres que tienen puesta la esperanza en mí”.
“No creo que nos impidan trabajar, porque somos una empresa dirigida por completo por mujeres y que emplea a mujeres. Ni un solo hombre es lo suficientemente valiente como para ponerle fin”, declara.