Música, juegos en línea, telerrealidad o clases particulares... Todos están en el punto de mira del poder chino, que quiere atar corto a su juventud y reimponer sus valores en contraste a una supuesta decadencia moral de origen extranjero.
En una serie de contundentes medidas, el régimen comunista ha actuado para ordenar lo que considera los excesos del entretenimiento moderno y ha urgido a las plataformas sociales a promover contenido patriótico.
Así, ha limitado drásticamente el tiempo que los menores pueden consagrar a los videojuegos, pero también ha puesto coto a la lucrativa industria de los cursos de refuerzo escolar, en acciones justificadas en nombre de la salud pública y la igualdad.
Pero numerosos analistas lo leen como una estrategia para reformar una juventud cada vez más alejada de los valores tradicionales, socialistas y nacionalistas defendidos por el presidente Xi Jinping desde su llegada al poder en el 2012.
“Se trata de una política deliberada destinada a reforzar el control ideológico de la población”, indica Cara Willis, especialista de medios en la Universidad A&M de Texas (Estados Unidos).
Ahora, por ejemplo, es ilegal remunerar a un profesor de inglés que enseñe el idioma desde Estados Unidos. Esa ventana al mundo exterior queda cerrada.
En el radar de Pekín también aparecen los contenidos “vulgares” difundidos en la pequeña pantalla y en las redes sociales, llamadas a privilegiar los valores “patrióticos”.
De los hogares chinos han desaparecido emisiones de telerrealidad inspiradas en la cultura pop japonesa y surcoreana, algunas telenovelas y, sobre todo, las estrellas de la música con aspecto demasiado femenino.
Xi en la escuela
En medio de la creciente tensión con Occidente, Pekín promueve una visión con más testosterona del macho chino, encarnado en el “lobo guerrero”, los musculosos héroes de unos filmes de acción que causaron furor en el cine.
Algunos medios encontraron un culpable: la influencia extranjera.
El diario nacionalista Global Times ve en la supuestamente escasa virilidad de las estrellas del este asiático un complot de la CIA de antes de la Segunda Guerra Mundial que quería infiltrarse en el sector del entretenimiento de Japón para promover artistas “afeminados” y debilitar la imagen de los hombres nipones.
Esta estrategia, asegura el diario, se replicaría después a Corea del Sur y China.
Altman Peng, especialista de la representación sexual en los medios de la Universidad de Newcastle (Reino Unido), observa en el seno del poder chino “un miedo por la prosperidad futura del país vinculada a la calidad de las nuevas generaciones”.
El Partido Comunista se siente amenazado por un mundo del espectáculo “que ofrece una alternativa a su orientación ideológica”, apunta el sinólogo Steve Tsang, de la Universidad SOAS de Londres.
Pocos osan oponerse a los deseos del régimen. Cientos de programadores de videojuegos se comprometieron a vetar los contenidos “políticamente nocivos” o que promuevan “el culto al dinero”.
Controlar la información y el entretenimiento no es nuevo en la China comunista, que en el pasado había censurado a quienes llevaban pendientes o tatuajes o las letras de las canciones de rap.
Esta vez, Pekín encontró un modelo diferente para sus jóvenes: el presidente Xi en persona, cuyo “pensamiento” se encuentra en el programa académico de las escuelas primarias.
“Escapar al control”
Pero el poder no logra convencer a los jóvenes de garantizar el futuro del país.
Aunque las parejas ahora puedan tener hasta tres hijos, esta liberalización anunciada en mayo fue acogida con sarcasmo por parte de padres ahogados por el coste del alquiler y la educación.
Pero los amantes de los videojuegos ya han encontrado la forma de esquivar las limitaciones de las horas de juego: tomándolas de usuarios adultos.
“La generación de internet encuentra siempre el medio de escapar al control de los padres y el poder”, asegura Altman Peng.
Su, entusiasta de la telerrealidad de 21 años, reconoce que las nuevas reglas “pueden hacer bien a algunos adolescentes inmaduros”.
“Pero yo soy adulta y puedo decidir por mí misma”, asegura esta joven que prefiere no dar su nombre completo. “Este tipo de reglas que nos imponen a todos no favorecen la diversidad”.