En solo una semana las autoridades cubanas revirtieron una serie de medidas económicas impopulares entre los empresarios privados y anunciaron que atemperarán normas que provocaron quejas y protestas de centenares de artistas.
Las rectificaciones dejaron un buen sabor entre muchos cubanos que sintieron que podían ser escuchados. Pero los expertos coincidieron en que las cosas van un poco más allá: se trata de un proceso de aprendizaje del nuevo gobierno que encabeza Miguel Díaz-Canel en un país donde, hasta hace poco, el liderazgo de los hermanos Castro era suficiente para generar consenso político sobre cualquier disposición.
“Fue genial que se dieran cuenta de que era inadecuado”, dijo Niuris Higueras, propietaria del restaurante Atelier, uno de los más prestigiosos de la capital, y que se vería afectado con la restricción de tener hasta 50 sillas, ahora derogada. “Poner esas nuevas regulaciones era un paso atrás a lo que habíamos crecido, era meter la pata”.
Las autoridades dieron marcha atrás la decisión de otorgar una sola licencia por persona para ejercer trabajo independiente del Estado, los límites a la cantidad de sillas que podían tener los restaurantes privados -llamados “paladares”- y disminuyeron exigencias impositivas o límites de las cuentas fiscales.
Las medidas iban a entrar en vigor el viernes 7 de diciembre y habían sido anunciadas en julio en medio de quejas de los pequeños empresarios que las vieron como la expresión de un antiguo tira y afloje entre el muy incipiente sector privado -al cual dio paso el expresidente Raúl Castro con sus reformas desde el 2010- y el estatismo centralizado con una fuerte burocracia que caracterizó a la nación caribeña por cinco décadas.
Pero sorpresivamente, 48 horas antes de que entraran en vigor las normas y tras meses de quejas, funcionarios salieron en televisión para suavizar las disposiciones y reiniciaron la entrega de licencias en sectores exitosos como los bares o el arrendamiento a turistas, que incluso compiten con el Estado en la prestación de servicios estratégicos para la economía.
“Se impuso la racionalidad, el sentido común. Si se seguía por ese camino se iban a crear tensiones e iba a tener un impacto negativo en la economía”, explicó el ex diplomático y analista cubano Carlos Alzugaray, para quien junto con las quejas del sector no estatal -el 13% de los ocupados pero con los mejores salarios-, las autoridades enfrentan una difícil situación económica con un modesto crecimiento de alrededor de 1% para este año.
Al mismo tiempo, las autoridades también atemperaron un decreto que buscaba poner límites a la vulgaridad y el lenguaje sexista y racista en las creaciones artísticas y en algunos espectáculos públicos, lo que destacados intelectuales consideraron un arma de doble filo para limitar su libertad de creación.
Las quejas de los emprendedores se habían sumado a las de los artistas, un grupo de los cuales incluso salió a protestar públicamente y usó las redes sociales para manifestar su descontento en un país que tras cinco décadas de hostilidad por parte de Estados Unidos suele asumir que muchas de esas disidencias están orientadas y financiadas por grupos interesados en destruir a la revolución.
En este caso, el Ministerio de Cultura informó públicamente que comenzó reuniones con intelectuales para explicar el espíritu de la norma y confeccionar otras complementarias.
“La Cuba actual nos está diciendo que continuidad no es sinónimo de insensatez, que firmeza y flexibilidad pueden ser hermanos gemelos y que, sin Fidel y Raúl, el lema de hoy día pudiera ser como dijo Benito de la Fuente en Segunda Cita (un blog que coordina el cantautor): ‘Mayoría en jefe, ¡Ordene!’”, manifestó el cantautor Silvio Rodríguez, uno de los más influyentes intelectuales cubanos que expresaron su preocupación por el polémico decreto sobre contravenciones en el arte.
En cambio, no hubo modificaciones en nuevas reglas más duras y restrictivas para los transportistas privados y la molestia entre los choferes también se hizo sentir.
Díaz-Canel reaccionó en su recién estrenada cuenta de Twitter, que ahora muchos cubanos pueden ver porque esta semana se comenzó a prestar en la isla el servicio de internet móvil.
“No hay por qué creer que las rectificaciones son retrocesos, ni confundirlas con debilidades cuando se escucha al pueblo. Revolución es cambiar todo lo que deba ser cambiado. Ninguno de nosotros puede tanto como todos nosotros juntos”, escribió el mandatario, un ingeniero de 58 años que sucedió a Raúl Castro en abril.
A diferencia de los hermanos Castro, que tomaron el poder en 1959, encabezaron una radical revolución socialista y pasaron cinco décadas resistiendo las imposiciones de Washington, el nuevo mandatario -que llegó al poder subiendo paso a paso por puestos burocráticos y del Partido Comunista- no parece tener un cheque en blanco.
Díaz-Canel “no tiene la misma legitimidad histórica que Raúl o Fidel ni tiene el mismo poder ultra concentrado y el pueblo lo sabe. Como resultado... siente la presión popular más”, reflexionó Ted Henken, profesor de Sociología de la Universidad de la Ciudad de Nueva York y experto en la isla.
Además, comentó Henken, el entorno internacional “es cada vez más peligroso tanto económica como políticamente con (el presidente Donald) Trump en la Casa Blanca y la derecha en ascendencia en América Latina”.
Trump impuso una vuelta de tuerca a las sanciones contra la isla limitando aún más el comercio y los viajes como parte del embargo -ocasionando daños a los ingresos del turismo para Cuba-, al tiempo que incrementó su retórica. En paralelo, las autoridades cubanas retiraron de Brasil 8,000 médicos que prestaban servicios como parte de un programa de cooperación que les redituaba unos US$ 500 millones anuales.
“Nadie debió subestimar la llegada de Miguel Díaz-Canel a la presidencia del país”, comentó el profesor marxista y notorio bloguero cubano Harold Cárdenas. “En este nuevo proceso de cambios, con un liderazgo nacional que se muestra receptivo al diálogo con la sociedad civil... la participación de los actores sociales es más importante que nunca”.
“Es una Cuba con la que me siento mucho más identificado”, agregó Cárdenas.