Valparaíso. (Foto: AFP)
Valparaíso. (Foto: AFP)

Entre los cerros de Valparaíso el avanza y amedrenta a un puerto sin turistas. Con los funiculares cerrados, pocas personas suben y bajan a pie con sus compras mientras los vendedores abundan en el centro de este lugar de marcado por el estallido social y ahora por la .

En este puerto del Pacífico, a 150 km al oeste de Santiago, el amontonamiento de casas sobre laderas pronunciadas con vista al mar lo convirtió en una postal turística de Chile.

Conviven 300,000 personas, en su mayoría humildes, ajenos, en apariencia, a la alarma de las estadísticas chilenas, donde figuran como el segundo foco de casos activos en un país de casi 18 millones de habitantes.

La Región de Valparaíso, que incluye el puerto de San Antonio, con más de 1.8 millones de habitantes, tiene cinco alcaldes que han dado positivo al COVID-19 y en una semana sumó 1,801 contagios.

"Aquí seguimos abriendo. Sin turistas, pero no podemos darnos el lujo de cerrar", admite Gonzalo Correa, encargado de la panadería El Trigal, con una terraza improvisada para tomar café en el cerro Artillería.

Un hombre pasa con un colchón al hombro, y otras mujeres suben cortando el aliento con bolsos pesados. La pandemia hace que en los almacenes de barrio se atienda desde la puerta y siempre con mascarilla. "Hay que hacer dinero para el día", recalca Correa.

El virus apagó desde marzo los 14 funiculares que aquí llaman "ascensores", por los que se pagan simbólicos 100 pesos (0.13 centavos de dólar; 0.11 centavos de euros). Con capacidad para ocho personas, suben desde 1,883 tramos cortos pero muy empinados.

En el centro, la plaza Victoria o la Sotomayor y también las aceras de las avenidas comerciales, están repletas de transeúntes, de vendedores ambulantes e incluso de ferias donde abunda la comida -las tradicionales frituras sopaipillas-, y de accesorios para protegerse del frío.

"El grueso de nuestra ciudad, si no sale de su casa, no come", dijo el martes el opositor alcalde de Valparaíso, Jorge Sharp, a medios locales.

Una fragilidad familiar

Valparaíso tiene una geografía accidentada y su historia está marcada por incendios y terremotos tan devastadores que la han obligado a reconstruirse varias veces. En el 2003 su centro histórico fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, pero hoy, luce como una ciudad herida.

"El COVID nos dio la razón, salud digna para todos", se lee en una de las tantas pancartas que muestran al igual que lugares públicos vandalizados, la fuerza de las protestas sociales que desde octubre sacudieron Chile.

"Ya el estallido nos obligó a parar y frenó el flujo de turistas, ahora ya estamos con el agua al cuello", dice por su lado Daniela Olivares, una vecina del cerro Alegre.

Gran parte del encanto de este puerto pintoresco son sus restaurantes pequeños con platos de pescados y mariscos muy caseros, que se sirven en comedores con algún balcón con tres o cuatro mesas con vista al mar y que ahora están cerrados y ofrecen esa comida "para llevar".

Andrés, un residente de 36 años, se acomoda su carga al final de una cuesta. Viene caminando desde el centro, pasando al costado de los rieles de un funicular detenido.

"Nos complica algo", dice sobre las dificultades de desplazamiento. "Pero el tema del turismo es lo que afecta más a lo que es Valparaíso. Pero para mí igual, es un ejercicio más", dice resignado en esta zona, donde el salario mínimo o menos es la regla (unos US$ 470).

Apagando “fuegos”

Como en otras zonas pobres de Chile, el gobierno de ha anunciado bonos y cajas de alimentos.

Algunos las han recibido, pero muchos no y consideran tardía la respuesta ante la aceleración de una pandemia que golpea con fuerza a aquellos para los que el teletrabajo es una fantasía y asegurar las tres comidas una batalla diaria.

"En Valparaíso la situación es crítica. Es necesario decretar cuarentena. Se está perdiendo ventana de oportunidad para actuar como se perdió en Santiago", advirtió el lunes el médico Juan Carlos Said, una referencia en Salud Pública en el país.

Rodrigo Ruiz, encargado de Confinamiento Comunitario de la municipalidad, explicó que están tratando de evitar los movimientos entre distintas zonas.

“Un ascensor es básicamente hoy día un vehículo que permite a la gente de la parte baja de los cerros llegar hacia el plano de la ciudad. Y donde se producen las mayores aglomeraciones hoy día de gente, que son como se sabe, lugares de alto riesgo de contagio”, señala Ruiz de esos funiculares que nunca estuvieron tanto tiempo apagados y con sus maquinistas, la mayoría de más de 60 años, confinados.