España, uno de los pocos países que restableció el uso de la mascarilla en las calles para combatir la variante ómicron del coronavirus, levantó este jueves esta exigencia, aunque en Madrid la mayoría seguía llevándola.
Otra medida emblemática verá su fin en España la medianoche de este jueves, cuando Barcelona, y toda Cataluña, permita la reapertura de discotecas y bares de noche.
“La llevo y la voy a llevar, aunque la ley diga que se pueden quitar, que hagan lo que quieran”, declaró en la céntrica Puerta del Sol Alberto Díaz, un jubilado andaluz que estaba en Madrid para asistir a un concierto.
De todas las medidas que se tomaron para combatir la pandemia de coronavirus, antes de que aparecieran las vacunas, “la más efectiva es la mascarilla”, sostuvo Díaz para justificar su apego.
Por si acaso...
En España se abrazó sin resistencia el uso de la mascarilla, tanto en calles como interiores, y ha pasado a convertirse en parte del paisaje, como ocurría en grandes ciudades asiáticas.
Aunque seguirá siendo obligatoria en concentraciones multitudinarias al aire libre cuando las personas no puedan mantenerse separadas, pero también, desde este jueves, los niños tampoco tendrán que llevarla en el patio de las escuelas.
“La voy a seguir llevando, para evitar otros virus, en exteriores e interiores”, explicó Sol Carvalho, una turista argentina de 20 años de Nueve de Julio, en la provincia de Buenos Aires.
Después de todo, el coronavirus “apareció de la nada, no nos lo imaginábamos, y no teníamos la costumbre de llevar el tapabocas”, añadió.
Quienes sí lucían felices sin su mascarilla eran Ricardo Alfredo Sánchez e Yvette Candero, de Leganés, en el sur de Madrid, que acababan de casarse, habían ido a la Puerta del Sol a hacerse unas fotos y se congratulaban por la coincidencia del fin de la obligatoriedad.
“No es lo mismo que tomes una foto de recuerdo con un cubrebocas, en la que no se ve la expresión de la persona, la felicidad”, manifestó él. “Es algo genial”, añadió ella.
Adiós a las gafas empañadas
Otros grandes beneficiados por la medida eran quienes llevan gafas, hartos de los cristales constantemente empañados por el aliento.
Como Carmen Algora y María Jesús Remacha, dos amigas de Zaragoza que estaban de turismo en Madrid.
“Creo que tampoco hace falta ya, la hemos llevado mucho, mucho tiempo, y, sobre todo, la alegría [de quitársela] con las gafas, es un horror, un horror”, afirmaba Algora, secundada por su amiga.
“Confío en las personas que han estudiado, como son los epidemiólogos y todas esas personas, y si han dado la orden es porque no hay ningún peligro”, sostenía Remacha.
También estarán previsiblemente contentos los noctámbulos catalanes que esta noche vuelvan a ver sus locales de ocio reabrir.
Cataluña implantó algunas de las medidas más draconianas en España para combatir el auge de casos ligado a la variante ómicron, decretando, desde el 23 de diciembre, un toque de queda de 01:00 a 06:00, el cierre del ocio nocturno, y límites de aforo en restaurantes (50%) y en recintos deportivos y culturales (70%).
De todas estas medidas, sólo quedaba vigente la que afectaba a discotecas y bares de noche.
España resultó especialmente golpeada por el coronavirus, que ha dejado casi 95,000 muertos en dos años de pandemia.
Al mismo tiempo, su campaña de vacunación, ajena a las polémicas vividas en otros países, sobresale, con más de un 90% de la población mayor de 12 años inmunizada con la pauta completa.