En la terminología militar, se llama una maniobra “penetrante”. En el este de Ucrania, una ruta nacional que atraviesa la llanura con colinas se anuncia como uno de los principales campos de batalla de la inminente ofensiva rusa en el Donbás.
Esta lengua de asfalto de dos carriles que une las regiones de Járkov y Donetsk, rodeada aquí y allá de bosques frondosos, es uno de los principales ejes del noreste del país.
Entra como una flecha en el corazón del Donbás aún bajo control ucraniano, convertido en una caldera rodeada por las dos “repúblicas” separatistas prorrusas de Donetsk al sur y Lugansk al este, y ahora bajo la presión de una aplanadora rusa venida del norte.
“¡Los esperamos!”, lanza con una gran sonrisa y el pulgar en alto un teniente al frente de una sección encargada de reforzar con troncos sus posiciones a los costados de esta carretera.
Preservar el control del asfalto
“Vamos a destruir al enemigo que vino a invadir nuestra madre patria, la Rusia fascista, no se la puede llamar de otro modo. Quien a hierro mata, a hierro muere”, promete el joven oficial.
“Que los países del oeste nos den más vehículos, que nos ayuden a cerrar el cielo (a los aviones rusos). Y la victoria será nuestra”, agrega.
Trincheras cavadas con topadoras, piezas de artillería y otros artefactos blindados más o menos enterrados siembran los alrededores.
El bosque, donde florecen jardines de campanillas malvas anunciadoras de la primavera, está atiborrado de refugios y otros materiales camuflados que prometen más bien siniestras tormentas de fuego.
La ruta fortificada está plagada de obstáculos antitanques. Con el invierno terminado, y la tierra negra empapada que limita el avance de los tanques en los cultivos vecinos, hay que preservar el control del asfalto.
Tras haber capturado hace algunos días Izium, las tropas rusas se encuentran estacionadas a unos 20 kilómetros al norte de las ciudades gemelas de Sloviansk y Kramatorsk, capital de la parte del Donbás controlada por Kiev.
Para el centro de estudios estadounidense Institute for Study of War (ISW), “Sloviansk será la próxima batalla crucial de la guerra en Ucrania”.
A medio camino en la ruta entre Izium ruso y Sloviansk ucraniano, el pueblo de Krasnopillia marca la línea del frente, estabilizada desde hace dos semanas.
“Los rusos se activan, sabemos que se preparan para atacar”, dice un oficial superior, mencionando una multiplicación de vuelos de helicópteros rusos sobre el frente, generalmente sinónimo de un ataque de gran envergadura.
“Estamos listos. Les hemos preparado algunas sorpresas”, comenta este robusto veterano de la guerra del 2014 contra los separatistas prorrusos, herido dos veces, que estuvo “a punto de perder su pierna derecha” y ahora camina con autoridad.
Krasnopillia, con sus casas campestres eslavas con vallados y ventanales de madera, está repleta de militares, miembros de la 95º Brigada Aerotransportada, una unidad de élite con el águila como emblema. ¿Temen el huracán ruso que vendrá? “Usted conoce la historia de David y Goliat...”, responde el oficial.
Otra señal de la guerra que se aproxima son las ambulancias con la cruz roja -tan importantes para la moral del soldado- estacionadas bajo los árboles. Los disparos de artillería hacen temblar el suelo y una de ellas parte hacia el frente, con dos soldados enfermeras a bordo.
“Montaña Santa”
Unos kilómetros al este de la ruta nacional, la configuración es otra, sin duda más favorable a los ucranianos. El tortuoso río Severski Donets constituye un obstáculo natural para el invasor, en un paisaje muy diferente de pequeña Suiza con colinas boscosas y pinares.
Varios de los ocho reservorios de agua en el río fueron realizados por los ucranianos para dificultar aún más su cruce. Severski Donets desbordó de su lecho, “su nivel subió cerca de dos metros”, según un habitante del lugar.
Los puentes fueron destruidos, como en el pueblo de Bogorodishne, donde solo quedan las personas mayores.
“Todo el mundo está nervioso en este momento. Los viejos no quisieron partir”, afirma Artur Nazarov, de 58 años, director de la escuela local. “Este es el final de la ruta, tenemos provisiones, esperamos...”, agrega delante de su puente hundido, mientras a lo lejos suena un cañón.
Solo un puente sobrevivió, tres kilómetros río abajo, en la pequeña localidad turística de Sviatogirsk, pero le espera también la destrucción.
En la ladera de la colina, el monasterio ortodoxo -bajo la autoridad del patriarcado de Moscú- de la “Montaña Santa” atrae habitualmente a peregrinos y visitante que se acercan para disfrutar de la tranquilizadora atmósfera de este lugar espiritual.
El lugar también es conocido por su estatua del camarada “Artiom”, colocada en 1927 en la montaña por los soviéticos en homenaje a un “héroe” bolchevique local.
Abajo, el puente de un solo carril que cruza en un centenar de metros las aguas crecidas del Severski Donets ya está minado, listo para ser saboteado.
De ese lado del río, los ucranianos viven pendientes, y lo saben. “Cuando los rusos lancen su ofensiva, tendremos una hora a dos como máximo para evacuar hacia la margen oeste”, explica un comandante local de la defensa territorial, Andréi Bezrushko.
Las tropas rusas se encuentran un puñado de kilómetros al norte, en el pueblo de Pasika por ejemplo. Y no están forzosamente en terreno hostil, ya que “la población del lugar es 80% prorrusa”, señala Andréi, con la kalashnikov colgada.