Si las elecciones del 28 de julio le favorecen, como muchos prevén, Nicolás Maduro tendrá que lidiar con la devastación económica que ha asolado a la nación rica en petróleo durante sus 11 años de gobierno. Más que salir victorioso, como ha logrado hacer, una y otra vez, también deberá convencer al resto del mundo de que su victoria fue legítima.
Desde hace tiempo, Maduro ha dado por sentado que obtendrá otro mandato de seis años, al tiempo que se dispone a revivir la maltrecha economía de US$102,000 millones. El mandatario ha suprimido subsidios, se ha acercado a inversores y ha firmado acuerdos con grandes petroleras. Pero nada de eso importará a menos que potencias mundiales como Estados Unidos, que solo recientemente han empezado a suavizar condicionalmente las amplias sanciones financieras, consideren que la votación del domingo ha sido limpia y justa.
Las encuestas que muestran a la oposición con una ventaja de 20 puntos o más a pocos días de la votación seguramente pondrán en duda cualquier resultado que favorezca al mandatario.
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“Es muy difícil imaginar en este momento que habrá un resultado que satisfaga la necesidad de Maduro de reconocimiento internacional”, dijo Phil Gunson, analista de International Crisis Group en Caracas.
Sin esa aprobación, es probable que Venezuela siga bloqueada en los mercados financieros internacionales. Eso significa que seguirá teniendo problemas para reestructurar miles de millones de dólares en deuda impagada y reunir el capital necesario que resucite su abandonada industria petrolera.
Las sanciones, impuesta por la administración de Donald Trump como parte de una estrategia para debilitar y desbancar a Maduro, aceleraron una caída de años en la producción de petróleo, el sustento de la nación. La producción es actualmente de alrededor de 900,000 barriles de crudo diarios, menos de un tercio de los 3 millones de barriles que producía diariamente en 1998, el año en que el predecesor y mentor de Maduro, Hugo Chávez, fue elegido por primera vez. Las condiciones de vida se han hundido con él.
Pero, Maduro, de 61 años, logró ganar un respiro de la administración Biden, que adoptó un nuevo enfoque hacia Venezuela tras la invasión rusa a Ucrania.
Como parte de un acuerdo alcanzado con Washington en 2023, su gobierno consiguió celebrar elecciones limpias a cambio de la eliminación de algunas sanciones, incluida una que prohíbe a la compañía petrolera estatal, Petróleos de Venezuela SA, de vender crudo a Estados Unidos. Sin acceso a lo que había sido su principal mercado de exportación durante casi un siglo, Maduro recurrió a venderlo a través de canales secretos con grandes descuentos.
El acuerdo finalmente fracasó cuando el gobierno venezolano mantuvo inhabilitada a María Corina Machado, la figura más popular de la oposición. En abril, EE.UU. reimpuso bruscamente sanciones a todo el sector, pero mantuvo la licencia de operación para Cheurón, que actualmente bombea alrededor de 200,000 barriles de crudo venezolano al día. Otros productores como Repsol y Maurel & Prom también han obtenido licencias.
Al tiempo que siguen llegando permisos adicionales, la inesperada oleada a favor de Edmundo González, el candidato de la oposición respaldado por Machado, hará que una victoria de Maduro sea aún más difícil de reconocer por las potencias mundiales.
“El problema para Maduro es que todas las cosas han ido en la dirección equivocada”, dijo Francisco Monaldi, director de la política energética de América Latina en el Instituto Baker de la Universidad Rice.
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Sin la entrada de nuevos productores y la falta de efectivo propio, Monaldi dijo que la producción de Venezuela podría aumentar a sólo 1 millón de barriles de petróleo al día en 2025, antes de estancarse al año siguiente.
Pero pocos esperan que Maduro se doblegue. Los diplomáticos que han tratado directamente con su gobierno dicen que éste es muy consciente del deseo de EE.UU. de estabilizar los precios de la energía y evitar que aumente el éxodo que ya ha hecho huir a 7,7 millones de venezolanos.
Maduro se ve a sí mismo teniendo “probablemente más influencia que nunca”, dijo Thomas Shannon, ex subsecretario de Estado para Asuntos Políticos del Departamento de Estado. “La cuestión es cómo se celebran las elecciones y cuáles son las secuelas”.
Cómo reaccionarán los venezolanos a los resultados está lejos de ser algo predecible, pero más represalias de EE.UU. probablemente cortarían la lenta recuperación del país.
Arruinado y aislado, Maduro ha conseguido insuflar algo de vida a la economía adoptando una disciplina fiscal y desmantelando los controles y subsidios que formaban parte de la llamada Revolución Bolivariana de Chávez. Abrazó el negocio privado permitiendo que los dólares y las importaciones fluyeran libremente, y puso fin a años de hiperinflación.
La economía de Venezuela es actualmente menos de la mitad de lo que era cuando Maduro ganó por primera vez el cargo en 2013, pero ha experimentado un escaso crecimiento en los últimos años.
La apertura ha dado nueva vida a negocios como el de Jesús Linares, de 49 años, que regenta una panadería en la ciudad portuaria de La Guaira, situada a 30 kilómetros de la capital, Caracas. Dice que está fluyendo más dinero, pero las ventas siguen siendo bajas porque la mayoría de los consumidores siguen pasando apuros.
“La gente compra muy poca comida, incluso poco pan”, dijo Linares.
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Tal penuria está alimentando el deseo de cambio de los venezolanos. Pero con los aliados de Maduro controlando el Ejército, los tribunales y el Congreso, es probable que cualquier transición sea lenta, incluso si González resultara ganador.
Algunos observadores de Venezuela creen que Maduro es muy consciente de su propia impopularidad y de lo que su victoria significaría para las potencias extranjeras, los acreedores y las empresas. Dicen que, en última instancia, podría intentar compartir el poder o incorporar a algunos de sus oponentes a su coalición para que las cosas sigan como siempre. Eso podría hacer que los resultados fueran más aceptables.
Otros, como Francisco Rodríguez, economista de la Universidad de Denver, dicen que Maduro puede estar preparado para simplemente salir del paso. Irán, comparó Rodríguez, fue golpeado por las sanciones de EE.UU. en 1979 y sigue en pie hasta el día de hoy. Nunca volvió a los niveles de producción anteriores a la Revolución Islámica, pero ha recuperado gran parte de su producción.
“Al final, se adaptan”, dijo Rodríguez. “Consiguen nuevos socios comerciales, encuentran formas diferentes de hacer negocios”.
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