Por Clara Ferreira Marques
Las fuerzas rusas han bombardeado silos granos y granjas y saqueado el trigo ucraniano, que según diplomáticos estadounidenses Moscú intenta vender ahora. Los puertos ucranianos del Mar Negro están bloqueados por minas para proteger la costa del ataque de la Armada rusa, lo que también genera cuellos de botella en los envíos. Y, sin embargo, si hay que creerle al presidente Vladímir Putin, el egoísmo y las sanciones occidentales son los culpables de la actual crisis alimentaria que está aumentando los precios, no la invasión rusa de uno de los mayores exportadores de trigo, maíz y aceite de girasol del mundo.
Putin intenta chantajear a Occidente para que levante las medidas punitivas, y eso es de esperar. Pero más preocupante es la amplificación del Kremlin de la mentira de que las naciones ricas se entrometen y castigan sin preocuparse por los más pobres.
En el mundo emergente, las poblaciones ya son escépticas con respecto a los motivos de Occidente, sin mencionar que son muy sensibles al aumento de los costos de los alimentos, y sus gobiernos temen que la combinación de los estragos provocados por la pandemia y las costosas canastas de compras genere protestas.
“El conflicto está en Europa, pero las implicaciones y los daños son globales”, dijo el ministro de Defensa de Malasia, Hishammuddin Hussein, en el marco de una reunión de seguridad realizada en Singapur este fin de semana, en un discurso en el que subrayó los riesgos que se avecinan con una referencia puntual a los disturbios en Sri Lanka y la inflación galopante de Pakistán.
Al detectar una oportunidad para dividir, el Kremlin aviva estas preocupaciones y siembra la desconfianza en un momento en que Ucrania necesita desesperadamente apoyo práctico, y una coalición más amplia es esencial para aislar económicamente a Rusia. Hace falta una diplomacia alimentaria más asertiva.
Las naciones ricas que sancionan a Rusia deben dejar en claro que reconocen que la preocupación por el hambre mundial no es infundada —la libertad no es gratis— y enfrentar el problema de los costos, junto con el motivo para soportarlos en términos que resuenen. Rusia está librando una guerra de conquista contra un país que ve como una colonia, algo familiar para muchos en el mundo emergente.
Como dijo el presidente Volodímir Zelenski a la misma audiencia de Singapur, citando al líder de Singapur, Lee Kuan Yew, “si el pez grande se comiera al pez pequeño y el pez pequeño se comiera a los camarones”, muchos serían vulnerables.
Pero las naciones ricas también pueden apaciguar parte del pánico: el problema aquí no es la escasez, sino el acceso y el precio. Deben apoyar a Ucrania en sus esfuerzos urgentes para sacar del país cereales y otros productos acumulados, ya sea por tierra o por mar, y al mismo tiempo prepararse para brindar apoyo a los agricultores y compradores si resulta demasiado costoso llevar eso a cabo.
La comunidad internacional debe simultáneamente mantener bajas las barreras comerciales y de otros tipos para los productos e insumos alimentarios, asegurándose (en particular para los fertilizantes) de que el cumplimiento excesivo de las sanciones no empeore una mala situación.
El problema, por supuesto, es que esta guerra es entre dos países que se encuentran entre los mayores exportadores de alimentos del mundo, y Rusia y Ucrania abastecen en particular a las naciones más pobres del mundo, que dependen de ese trigo para gran parte de su consumo de calorías. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO, por sus siglas en inglés), los dos países representaron casi un tercio de las exportaciones mundiales de trigo el año pasado.
Eritrea compró todo su trigo a Rusia y Ucrania en el 2021, mientras que Egipto, el mayor importador de trigo del mundo, abasteció la mayor parte de sus necesidades allí. Rusia (junto con su aliado Bielorrusia) también es un importante productor de fertilizantes, lo que significa que otros exportadores de alimentos a su vez se ven afectados por sus vicisitudes, sin mencionar que es un importante exportador de petróleo y gas, lo que vuelve a elevar aun más todo, desde el transporte hasta los fertilizantes nitrogenados.
Lo peor de todo es que la invasión se produjo en un momento en que los precios de los alimentos ya habían estado al alza durante casi dos años gracias al COVID-19, los altos costos de energía, logística y fertilizantes, además de los problemas climáticos. El índice de precios de los alimentos de la FAO, que rastrea los productos básicos más comercializados a nivel mundial, alcanzó un récord en marzo. Esto ha dejado a los países pobres aún más vulnerables y ha agotado las divisas.
Putin sabe que puede usar el suministro básico de alimentos y los insumos para estos como armas para infligir dolor en Ucrania. Ya ha alcanzado objetivos agrícolas y sus tropas han imposibilitado el envío de suministros a pueblos hambrientos como Mariúpol. Hace recordar la hambruna brutal infligida a Ucrania bajo el líder soviético Joseph Stalin, en su esfuerzo por reprimir el nacionalismo y la autonomía cultural.
Pero la posición de Rusia es aun más poderosa como medio para obligar a los aliados de Ucrania a un pacto faustiano que intercambiaría fertilizantes y productos agrícolas por una reducción de las sanciones, y para presionarlos aun más utilizando el Sur Global. A Putin no se le puede dar ese espacio.
Las naciones aliadas deben contrarrestar tanto a Putin como al hambre con un apoyo financiero significativo. Iniciativas como el Servicio de Financiamiento de Importaciones de Alimentos propuesto por la FAO contribuirán de alguna manera a reducir una factura mundial de importación de alimentos que subirá en US$ 51,000 millones este año, de los cuales US$ 49,000 millones corresponden a precios más altos. Puede y debe expandirse, transmitiendo las buenas noticias por todo el mundo. Apoyar las finanzas de los países también es importante, al igual que las redes de seguridad social y, en última instancia, la ayuda humanitaria. Una carga desigual debe ser compartida.
Luego está la necesidad, tanto para Ucrania como para los mercados mundiales, de liberar los millones de toneladas métricas de grano atrapados en el país. Se están llevando a cabo esfuerzos vitales para usar rutas terrestres y desbloquear los puertos, pero como señala David Laborde, investigador sénior del Instituto Internacional de Investigación de Políticas Alimentarias, las rutas terrestres son lentas y costosas, mientras que la alternativa marítima es compleja, sobre todo teniendo en cuenta el riesgo de que cualquier escalada allí pusiera en peligro otras rutas del Mar Negro que aún funcionan. El punto, como él argumenta, no puede ser sacar el grano a cualquier costo, si hay formas más efectivas de apoyar a los compradores y a los ucranianos.
También es vital mantener abiertos los mercados. Eso significa alentar a los países a no poner barreras y relajar los mandatos de biocombustibles, pero también garantizar que las sanciones no afecten donde no deberían, por lo que los esfuerzos de Estados Unidos para alentar a las compañías navieras a transportar fertilizantes rusos son importantes. Más soporte legal y técnico puede ayudar a los transportistas, banqueros y aseguradores a navegar las exclusiones actuales.
Otras soluciones ayudarán al mundo mucho más allá de este año y el próximo, incluida la provisión de mejor información a los agricultores sobre el uso más eficiente de los nutrientes de los cultivos, la promoción de la producción nacional de fertilizantes y la diversificación de los cultivos y el consumo para asegurar el suministro, porque la guerra en Ucrania ha intensificado una crisis alimentaria que el cambio climático promete empeorar aún más.
Putin puede haber iniciado esta lucha por los alimentos, pero es una que el resto del mundo aún puede ganar.