El optimismo por la efectividad de las vacunas ha dado paso a la alarma en Estados Unidos, que está viendo cómo los ingresos hospitalarios han vuelto a niveles del invierno pasado debido a la expansión de la variante Delta y el estancamiento de la campaña de inmunización contra el COVID-19.
A fecha de este martes hay 55,767 pacientes hospitalizados por la enfermedad en centros de Estados Unidos, después de que el lunes se superara la barrera de los 50,000, unas cifras no vistas desde finales de febrero pasado, según el Departamento de Salud y de Servicios Humanos (HHS, en inglés).
De hecho, los números de los últimos dos días triplican a los de hace un mes, cuando había unos 16,000 pacientes de COVID-19 ingresados en centros sanitarios de Estados Unidos.
Los datos del lunes y el martes suponen una ocupación de más del 7.7% del total de camas hospitalarias del país, aunque la situación es desigual dependiendo del estado.
De acuerdo con el HHS, el lugar de Estados Unidos con el mayor porcentaje de ocupación es Florida, epicentro actual de la pandemia del país, donde más del 25% de las camas está ocupadas por enfermos de COVID-19.
De hecho, este martes se batió en Florida un nuevo récord con 11,515 personas ingresadas, de las que 2,400 están en cuidados intensivos.
Pese a que el panorama es dramático en ese estado, el gobernador, el republicano Ron DeSantis, trató este martes de minimizar el repunte de la pandemia y reiteró que no tomará medidas como ordenar el uso de tapabocas.
Los expertos atribuyen esta nueva ola de la pandemia en Estados Unidos a la expansión de la variante delta, el estancamiento de la vacunación y a la reticencia en algunas zonas a adoptar medidas de prevención como el uso de las mascarillas, que se ha politizado en el país.
Ante estas perspectivas, el director de los Institutos Nacionales de la Salud (NIH, en inglés), el doctor Francis Collins, declaró en una entrevista con la cadena CNN que puede que no sea posible lograr la inmunidad de rebaño.
“A lo mejor no es posible la idea de lograr que el 80% de la gente no pueda albergar el virus, con la (circulación) de la variante delta”, señaló el científico.
Aun así, insistió en que vacunarse de forma completa es la única manera de “mitigar la pandemia”. “Si ustedes están vacunados, la probabilidad de ser infectados y de expandir el virus se reduce de manera grande”, apuntó.
Actualmente se ha administrado al menos una dosis de la vacuna contra el COVID a más de 191.8 millones de personas en Estados Unidos, es decir, el 57.8% de la población, frente a las 164.9 millones -el 49.7%- que han recibido el esquema completo.
El lunes, Estados Unidos llegó al 70% de su población adulta con al menos una dosis de la vacuna, un mes después de la fecha que se había marcado como objetivo el presidente Joe Biden.
Es por eso, precisamente, que la Casa Blanca defiende que “ha llegado la hora” de extender las obligaciones de vacunarse, algo que el Gobierno federal ya ha hecho con sus empleados y estudia aplicar también en las Fuerzas Armadas.
En el marco de estas medidas el alcalde de Nueva York, Bill de Blasio, anunció este martes que va a requerir una prueba de vacunación a toda persona que quiera comer en el interior de un restaurante, entrar a una sala de conciertos o usar un gimnasio, entre otros.
“La gente va a recibir un mensaje muy claro: si quieres participar plenamente en nuestra sociedad, tienes que vacunarte”, dijo De Blasio, en la que subrayó la importancia de que más ciudadanos den este paso dado el avance de la variante delta del virus.
Nueva York es la primera ciudad de Estados Unidos que anuncia este tipo de requisito, con lo que busca dar un nuevo impulso a la campaña de inmunización, que se ha ralentizado en los últimos meses por las reticencias de muchos ciudadanos a vacunarse.
Tal es la situación que algunos medios del país están hablando de que el país cuenta con millones de dosis que posiblemente expirarán antes de que acabe el verano sin ser utilizadas.
En este contexto, la Casa Blanca informó este martes que Estados Unidos ha donado más de 110 millones de dosis a más de 60 países, entre los que figuran algunos latinoamericanos como Argentina, Bolivia, Colombia y Ecuador.
Ya en junio, Biden se comprometió a entregar al menos 80 millones de vacunas a otras naciones, y aseguró que continuaría compartiendo dosis siempre y cuando fuera posible.
Las vacunas compartidas están aprobadas para uso interno en Estados Unidos -las de Moderna, Pfizer y Johnson & Johnson-, y se suman a otras 60 millones de dosis que Estados Unidos ya donó en mayo de AstraZeneca, que aún no ha recibido el visto bueno de los reguladores estadounidenses.