El presidente Donald Trump se complace en poner a prueba los límites del Partido Republicano en asuntos como raza, comercio e inmigración. Ahora ha chocado con una pared: republicanos influyentes de todos los estados se apresuraron a rechazar la insinuación del mandatario de que sería necesario aplazar la elección de noviembre —algo que no puede hacer sin la aprobación del Congreso— debido a la posibilidad de fraude.
Fue una reprimenda inesperada de los republicanos a su presidente, pero podría no ser duradera, pues la verdad es que muchos necesitan acercarse a Trump y su fervorosa base de seguidores.
La víspera, muchos republicanos se apresuraron a asegurar a los votantes que la elección se realizará el día que dispone la Constitución, como ha sucedido durante más de dos siglos. El senador Chuck Grassley lo dijo sin vueltas: “Sólo puedo decir que no importa lo que dice un individuo en este país. Seguimos siendo un país basado en el estado de derecho y queremos acatar la ley”.
El gobernador de Nueva Hampshire, Chris Sununu, juró que su estado realizará las elecciones en noviembre como está previsto: “y se acabó”. La representante Liz Cheney, titular de la Conferencia Republicana de la cámara baja, dijo: “La resistencia de los republicanos a esta idea es abrumadora”.
Los líderes republicanos de ambas cámaras, que durante cuatro años han respaldado a Trump en el Congreso, también tomaron distancia de la idea de una elección demorada.
Pese a la rápida reprimenda de los republicanos a Trump, podría desvanecerse con el paso del tiempo. Hubo escasa oposición de la derecha al cuestionamiento más general de Trump sobre la legitimidad de la elección de noviembre, como su insinuación de que un resultado demorado debido a la votación por correo sería una señal de fraude.
La realidad es que todos los republicanos que también participan en la contienda del 3 de noviembre necesitan tener de su parte a la fervorosa base de Trump para tener posibilidades de ganar.
Esta dinámica ha obligado a los políticos respaldados por Trump a buscar un delicado equilibrio entre condenar las conductas e ideas más extravagantes del presidente y no malquistarse con sus seguidores acérrimos. Al mismo tiempo, muchos líderes republicanos deben sobrellevar el peso de las crisis sanitaria, económica y social que el gobierno ha sido incapaz de dominar.
El gobierno anunció el jueves que la economía sufrió una vertiginosa contracción del 32.9% anual el último trimestre a medida que la pandemia provoca una oleada de despidos que no da señales de menguar.
El gobernador de Mississippi, Tate Reeves, expresó su temor de “una nueva ola de contracción económica” mientras se esfuerza por aplicar una segunda cuarentena estricta en medio de un rebrote del contagio. El mandatario republicano dijo que hará “todo lo posible” para evitar una nueva cuarentena, pero que no podía descartar esa posibilidad.
Reeves exhortó a Trump a emitir un mensaje en su campaña enfocado en su capacidad para reanimar la economía, algo que muchos dirigentes republicanos le han sugerido, aunque el presidente ha demostrado escaso interés en un mensaje coherente.
Reeves dijo que se opone a cambiar la fecha electoral, pero que sigue “comprometido en un 100% a hacer todo lo posible para ayudar a Trump a derrotar al demócrata Joe Biden en noviembre.
Un hombre de confianza de Trump, Jerry Falwell Jr., rector de la Universidad Liberty, dijo que apoyará el aplazamiento de la elección “hasta que las cosas vuelvan a la normalidad para que la gente pueda ir”.
“Si se necesitan algunos meses más, que así sea”, dijo Falwell en una entrevista en la que planteó la posibilidad de limitar los poderes del presidente si la demora se extiende más allá de su mandato.
Trump no puede modificar la fecha electoral sin la aprobación del Congreso y dirigentes de ambos partidos han dicho claramente que se opondrán, pero el objetivo último de Trump bien pudiera que ver no tanto con la fecha como el cuestionamiento de los resultados si pierde.
Las encuestas actuales indican que Trump está en desventaja por un margen significativo en varios estados clave.
El presidente no negó que intentaba poner en tela de juicio los resultados de los comicios. En una conferencia de prensa el jueves mencionó reiteradamente la posibilidad de fraude, que es prácticamente inexistente en la política estadounidense.
“No quiero una demora. Quiero que se haga la elección, pero tampoco quiero esperar tres meses sólo para descubrir que faltan las boletas y que la elección no significa nada”, dijo e insistió sobre la posibilidad de “una elección amañada”.