Se reúne con oponentes en la Casa Blanca, en el Congreso, por video, incluso en la pista de un aeropuerto.
Pero por muchas manos republicanas que Joe Biden estreche, el veterano dirigente demócrata no puede enfrentarse a un problema extraordinario: la mayoría de los republicanos todavía no aceptan que él sea el presidente legítimamente elegido por el pueblo en las elecciones de noviembre pasado, cuando venció a Donald Trump.
La desconexión con la realidad entre los republicanos es extraña incluso para los estándares de Washington.
“En la historia moderna realmente no hemos visto nada ni remotamente parecido con esto”, señaló Capri Cafaro, quien es docente en la Escuela de Asuntos Públicos de la American University y además fue senadora demócrata del estado de Ohio. “Esto no tiene precedentes”, subrayó.
Durante toda esta semana, se espera que Biden promueva su tono de unidad en sus apariciones.
El martes debe reunirse virtualmente con un grupo de gobernadores de ambos partidos. El miércoles, recibirá en la Casa Blanca a los cuatro principales líderes demócratas y republicanos del Congreso.
Y para el jueves programó un encuentro con cinco senadores republicanos.
Las conversaciones del miércoles, con los demócratas Nancy Pelosi y Chuck Schumer y los republicanos Mitch McConnell y Kevin McCarthy, pondrán en la misma mesa a las personas más poderosas y ferozmente opuestas del país.
“Tendrán un diálogo sobre políticas de mutuo acuerdo e identificarán puntos en común en los que puedan trabajar juntos y entregar resultados sobre los desafíos que enfrentan las familias estadounidenses”, adelantó un funcionario de la Casa Blanca. Suena bastante positivo.
Pero Biden hablará con líderes de un partido en el que el 55% de sus seguidores, según una encuesta de Reuters/Ipsos de abril, todavía cree que la derrota Trump ante Biden en noviembre pasado fue objeto de fraude.
La mayoría de los legisladores republicanos también votaron a favor de objetar el resultado. Y que no exista ni una pizca de evidencia de sus reclamos no les hace ninguna diferencia.
Como cualquier otra espeluznante teoría de la conspiración estadounidense, lo que Biden llama la “Gran Mentira” ha cobrado vida propia.
Fantasía y realidad
Muchos, incluido Biden, esperaban que las cosas fueran diferentes con Trump fuera de escena.
“Veremos ocurrir una epifanía entre muchos de mis amigos republicanos”, predijo el entonces candidato.
Cuando Trump instó a sus partidarios a marchar hacia el Congreso, posteriormente invadido con violencia, el 6 de enero mientras los legisladores certificaban los resultados de las elecciones, el país se sorprendió.
Aun así, Trump dejó el cargo dos semanas después y parecía posible volver a la normalidad.
Después de todo, los alborotadores, incluido un autoproclamado “chamán QAnon” con una gorra de piel con cuernos, no parecían exactamente representativos.
Sin embargo, al igual que la QAnon, una teoría de la conspiración en apariencia ridícula y difícil de tomar en serio que considera a Trump como un salvador de la humanidad, la fantasía de fraude electoral se ha filtrado hacia el mundo real, con consecuencias palpables.
Incitado por Trump desde su lujoso resort en Florida, todo el Partido Republicano está atravesando una metamorfosis en la que oponerse a la mentira electoral es invitar a la desgracia.
Es probable que Liz Cheney, la republicana número tres en la Cámara de Representantes e incondicional de la derecha desde hace mucho, sea despojada de su cargo este miércoles porque denunció el “peligroso y antidemocrático culto a la personalidad de Trump”. Y McCarthy, uno de los cuatro grandes líderes que Biden verá el miércoles, supervisará su castigo público.
Biden experimentado
Por supuesto, los convencidos de la conspiración y un expresidente vengativo no son los únicos problemas de Biden para unir a Estados Unidos. Tiene su propio partido que manejar.
En los primeros tres meses de su administración, Biden y su jefe de gabinete, Ron Klain, lograron mantener unidos a los demócratas. Pero a medida que se intensifican las negociaciones sobre propuestas de gasto enormemente ambiciosas y multimillonarias, las divisiones se profundizan.
Para conseguir algo a través de un Senado dividido en partes iguales, la Casa Blanca necesita el voto de hasta el último demócrata, incluidos senadores tan diversos como el centrista Joe Manchin o el progresista Bernie Sanders.
Pero para que avance gran parte de su agenda, Biden también necesitaría apoyo de al menos 10 republicanos.
Carl Tobias, profesor de derecho en la Universidad de Richmond, opinó que Biden, quien fue senador durante cuatro décadas, es sincero en su búsqueda de la unidad bipartidaria.
“Él realmente cree que el gobierno funciona mejor cuando ambos partidos trabajan en forma cooperativa”, señaló Tobias. “Creo que tendrá éxito en lograr su objetivo de mejorar la democracia”, acotó.
Y como mínimo, Biden está predicando con el ejemplo. El mes pasado, antes de su discurso en una sesión conjunta del Congreso, los televidentes de todo el país vieron cuando saludó con un choque de puños a Liz Cheney.
Cuando voló la semana pasada al sureño estado ultrarrepublicano de Luisiana, Biden conversó en la pista del aeropuerto con el gobernador John Bel Edwards. Ambos católicos, al menos encontraron una cosa en común de qué hablar: sus rosarios de oración.
Estos gestos simbólicos fueron sorprendentes en un Washington donde la guerra política de trincheras se ha convertido en la norma.
Pero puede que no sean suficientes. Si los demócratas pierden la Cámara Baja en los comicios del 2022, el bipartidismo podría quedar descartado.