El año del juicio político ha sido una verdadera montaña rusa: un lento ascenso a un pico en el momento del informe del abogado especial Robert Mueller; una caída rápida y profunda después; un ascenso como de cohete tras la denuncia del informante sobre la llamada del presidente Donald Trump con Ucrania; y ahora, a fin de año, una desgarradora carrera hacia un juicio político que probablemente terminará en una decepcionante votación en el Senado a favor de la absolución del presidente.
Retroceda, si puede, a principios del 2019, cuando la investigación de Mueller seguía en curso en secreto, con notoriamente pocas filtraciones. Lo único que sabíamos era que Trump había despedido al director del FBI James Comey por su investigación sobre Rusia (el presidente mismo lo había admitido). Lo que no sabíamos era la pregunta más importante sobre si la campaña Trump había confabulado activamente con Rusia para influir en los resultados de las elecciones del 2016.
En el camino, también tuvimos varias acusaciones penales, como las de Paul Manafort (quien ahora cumple condena en prisión), varios hackers de inteligencia rusos (acusados pero que probablemente nunca enfrentarán un juicio) y, probablemente la más prometedora de todas, Michael Cohen, el exabogado personal de Trump y quien le arreglaba todo (y también se encuentra en prisión).
Cada una de ellas fue un giro completo de la montaña, que le agregó drama, pero no cambió su curso fundamental. La investigación a Cohen concluyó con el hombre declarando abiertamente y bajo juramento que Trump le había ordenado violar la ley de financiación de campañas electorales. Eso era importante, o debió haberlo sido.
Sin embargo, de alguna manera, nadie lo trató como algo del nivel de un juicio político, aunque como asunto de derecho constitucional claramente incluía actos enjuiciables. Tal vez los demócratas, conscientes de la historia del juicio político a Bill Clinton, simplemente no quisieron juzgar a un presidente por cubrir un vínculo sexual ilícito.
O tal vez querían esperar lo que parecía el evento principal: el informe de Mueller, que sabían que llegaría. Cuando en efecto llegó, empezó con una salida en falso: el fiscal general, Bill Barr, “resumió” el informe antes de que se hiciera público y aseguró engañosamente que exoneraba a Trump. Para cuando otros lo leyeron, la mayor parte del efecto había desaparecido. Parecía que la aventura del juicio político había terminado.
El informe halló que no había suficiente evidencia para concluir que la campaña de Trump había confabulado con Rusia, pero parecía presentar un caso convincente de que el presidente había obstruido la justicia: analizaba su conducta en términos de la definición normativa de obstrucción, encontró que concordaba, y sin embargo declinó concluir que Trump hubiese roto la ley —y tampoco dijo que no lo hubiera hecho—.
Los historiadores se preguntarán por qué el informe se abstuvo de expresar las conclusiones derivadas de su propio razonamiento lógico. Más allá de eso, el testimonio de Mueller ante el Congreso se pareció a la conversación entre personas desilusionadas por un viaje en montaña rusa que termina antes de lo esperado.
Entonces, justo cuando pensábamos que sería seguro regresar al puesto del algodón de azúcar, el viaje de repente continuó con las primeras señales de la denuncia del informante de la CIA al Congreso. Desde ahí fuimos catapultados a toda velocidad.
El memorando de la llamada del 25 de julio fue como ese momento justo arriba de la montaña rusa en el que se sabe exactamente lo que va a pasar, pero no cómo sobrevivir sin perder el almuerzo. No debe pasar desapercibido que Trump hubiera hecho la llamada justo después del testimonio de Mueller. Fue casi como si él también hubiera creído que el viaje había terminado.
Desde entonces hemos estado cayendo. La constante acumulación de hechos en las reuniones del Comité de Inteligencia de la Cámara nos ha permitido entender mejor la manera en que Trump abusó del poder de su cargo para obtener una ventaja de cara a las elecciones de 2020, presionando a Ucrania para que anunciara investigaciones a Joe y Hunter Biden. Esto es enjuiciable por definición.
La culminación del viaje del 2019 es la adopción de los artículos de juicio político, primero por parte del Comité Judicial de la Cámara, luego por el pleno. Con eso bastará por este año.
Pero el viaje no terminará con el año. En enero de 2020 tendremos el juicio en el Senado. Es difícil imaginar que el juicio se parezca a una montaña rusa en absoluto. El resultado es de lo más predecible en la política estadounidense. Lograr que dos tercios del Senado voten por la destitución de Trump parece casi imposible. Tal vez haya un poco de suspenso sobre si algún republicano vota en contra de Trump, o si algún demócrata vulnerable rompe filas y apoya al presidente; pero comparado con el viaje que hemos tenido, eso no se comparará ni con el drama de las tacitas de te.
Por Noah Feldman