Por Noah Smith (*)
Los ojos del país están fijos en la frontera de Estados Unidos y México. La controversia sobre la política del presidente Donald Trump de separar a los niños de los padres acusados de entrar ilegalmente al país -una práctica que no comenzó él, pero que temporalmente se amplió con una llamada política de tolerancia cero hacia los solicitantes de asilo- ha causado una ola de indignación. Si la aparente reversión de esa política por parte de Trump, y su retorno a las prácticas de la era de Obama, lograrán apaciguar las críticas, aún está por verse.
Pero el problema más amplio de la inmigración ilegal desde el sur sigue sin resolverse. Trump y sus asesores, particularmente Stephen Miller, han retratado la entrada ilegal a través de la frontera mexicana como una creciente crisis que requiere de acciones drásticas. Nada podría estar más lejos de la verdad; el problema se ha ido resolviendo por sí solo lentamente, y es probable que continúe haciéndolo.
En primer lugar, la inmigración neta de mexicanos, con mucho el grupo más grande de inmigrantes autorizados y no autorizados durante las últimas cuatro décadas, terminó. La población de origen mexicano en EE.UU. –incluidas tanto las personas que llegaron legalmente como las que llegaron ilegalmente-- alcanzó su punto máximo el 2007 en alrededor de 12,75 millones y desde entonces ha disminuido en alrededor de 700.000:
El número de inmigrantes mexicanos no autorizados ha disminuido aún más, en 1,1 millones. En otras palabras, durante la última década, EE.UU. ha visto un gran número de mexicanos no autorizados regresar a sus hogares, y un número moderado de mexicanos llegar a través de canales legales, lo que lleva a una disminución neta.
¿Por qué pasó esto? A pesar de que algunas de sus regiones están atrapadas en una guerra de drogas terriblemente violenta, la economía de México ha crecido vigorosamente: el producto interno bruto per cápita del país, valuado en paridad de poder adquisitivo, es ahora de aproximadamente US$19.500, superior al de China. La tasa de fertilidad de México también ha disminuido a 2,24 hijos por mujer, solo un poco más que la tasa de reemplazo de 2,1, lo que significa que las personas necesitan quedarse en casa para cuidar a sus padres mayores y hacerse cargo de las empresas familiares, en lugar de ir al norte a trabajar. Debido al fin de la masiva migración mexicana, la inmigración ilegal por la que Trump está molesto proviene casi en su totalidad de Centroamérica. Debido a la violencia, la inestabilidad política y las perspectivas económicas poco prometedoras, un creciente número de personas de los llamados países del Triángulo Norte de El Salvador, Guatemala y Honduras han estado realizando la peligrosa travesía hacia el norte a través de México, en busca de refugio y trabajo en EE.UU.
América Central, y el Triángulo Norte en particular, ha tomado el lugar que dejó México. A medida que la población de origen mexicano ha disminuido, la población de origen centroamericano ha aumentado casi en la misma cantidad.
La mayor parte de la reciente inmigración del Triángulo Norte ha sido ilegal. Esta es la inmigración a la que se opone Trump, y ha expresado reiteradamente su preocupación por la amenaza que representa la pandilla salvadoreña MS-13.
En los primeros años de la década, esto indudablemente era una crisis, no por el número de personas involucradas, sino por la cantidad de niños que se ponían en peligro. Niños no acompañados inundaron la frontera, lo que provocó que el ex presidente Barack Obama iniciara algunas de las políticas de detención de menores que Trump luego amplió. El número de estos niños detenidos en la frontera se ha estabilizado, aunque sigue siendo alto.
Pero hay razones para pensar que esta migración masiva centroamericana, al igual que su predecesora mexicana, disminuirá pronto. En primer lugar, al igual que en México, las tasas de fertilidad total en los países del Triángulo Norte están disminuyendo.
Los tres países han hecho la transición a familias pequeñas y El Salvador de hecho se encuentra por debajo de la tasa de reemplazo. Eso significa que a medida que la generación actual envejezca, habrá más presión para permanecer en el país.
Además, los países del Triángulo Norte han visto crecer sus economías considerablemente:
Todos son todavía considerablemente más pobres que el ingreso per cápita de México en 2008 de US$14.200, cuando se detuvo la inmigración neta desde México. Pero tanto El Salvador como Guatemala han superado el nivel de US$8.000 per cápita, momento en el que un mayor PIB tiende a reducir la emigración. En otras palabras, el crecimiento económico sostenido hará que la migración desde El Salvador y Guatemala se reduzca a partir de ahora. Honduras todavía tiene un camino por recorrer, pero está progresando de forma sostenida
Entonces, hay muchas razones para creer que la ola de inmigración centroamericana ha llegado a su punto máximo, y que ahora comenzará a declinar, tal como lo hizo la de México hace una década. En tanto, incluso ahora, la cantidad de personas que ingresa es pequeña en comparación con la cantidad de mexicanos que llegaron a EE.UU. en la década de 1990 y 2000.
En otras palabras, aunque la cuestión de los niños en la frontera presenta una crisis moral, la inmigración centroamericana no está en un nivel de crisis general, ni es probable que llegue a ese nivel. Trump está difundiendo la alarma sobre un fenómeno que probablemente disminuirá a partir de ahora. El problema de los niños no acompañados en la frontera es complejo, y se espera que Trump lo maneje mejor en el futuro, pero EE.UU. no está en peligro de ser inundado por centroamericanos.
(*) Esta columna no necesariamente refleja la opinión de la junta editorial o de Bloomberg LP y sus dueños.