Tras varios meses intensos en los que la economía mundial se ha visto envuelta en una fuerte guerra comercial entre EE.UU. y China, el pasado viernes Washington volvió a atacar a Pekín, generando así una nueva desestabilización en los mercados y obligando al gigante asiático a replantearse su estrategia comercial.
Todo comenzó un 8 de marzo del 2018 cuando Estados Unidos anunció una subida de aranceles sobre el acero. El gobierno de Trump impuso un arancel de 25% a las importaciones de acero y uno de 10% a las de aluminio.
Ante esta situación, la Unión Europea denotó su preocupación por una posible guerra comercial: "sería un desastre real para los dos y para el mundo".
Casi un mes después, la administración Trump hace pública una lista de los bienes chinos cuya importación tendría un valor total de US$ 50,000 millones. Los principales sectores afectados incluían los de mecánica, electrodomésticos, químicos y equipos eléctricos.
El documento, de 58 páginas, incluye un total de 1,333 productos. Según declaraciones de la Casa Blanca este castigo se impone por el robo de sus secretos comerciales, incluidos software, patentes y otras tecnologías.
Un día después, el gigante asiático impone sanciones arancelarias de 25% a 106 productos importados de Estados Unidos por un valor de US$ 50,000 millones. Los productos afectados son la soja, automóviles y aviones.
En junio del año pasado, China y Estados Unidos se abren a una nueva ronda de negociaciones con la intención de apaciguar los ánimos y evitar una posible guerra comercial.
Al mes siguiente, las negociaciones de días pasados no llegan a un punto medio. La Casa Blanca anuncia nuevos gravámenes a las importaciones chinas por un monto total de US$ 4,000 millones. China contraataca con medidas similares, atacando principalmente al sector tecnológico.
Casi a mediados de julio, Trump ordena nuevos gravámenes para China, del 10% a productos importados, por un valor de US$ 200,000 millones.
Cerca de fines de agosto, las administraciones de ambos países ponen en marcha la segunda fase de los aranceles sobre un total de bienes por valor de US$ 50,000 millones. Sus acciones alcanzan a un grupo de importaciones por valor de US$ 16,000 millones.
Tras varios meses de ataques, China denuncia a EE.UU. a la OMC por los diversos aranceles impuestos a sus productos. En setiembre,
Estados Unidos impone gravámenes del 10% por valor de US$ 200,000 millones a productos chinos, afectando en esta ocasión al sector textil.
En este contexto. Pekín arremete con gravámenes por un valor de US$ 60,000 millones a productos norteamericanos, con afectaciones directas sobre el gas natural licuado.
A inicios de diciembre, Washington y Pekín anuncian un acuerdo para detener la guerra comercial y la escalada arancelaria tras la reunión del G-20 en Buenos Aires. Además se comprometen a generar negociaciones para concretar un acuerdo comercial, poniendo como límite hasta el 1 de marzo. En caso de no llegar a un acuerdo hasta esa fecha, EEUU indica que elevará nuevamente los aranceles sobre productos chinos por un valor de US$ 200,000 millones.
Más tensión en 2019
El 25 de febrero, el presidente estadounidense decide aplazar la subida de los aranceles a China gracias a los avances de las negociaciones. Según Trump, ambos países habían logrado "un progreso sustancial" en las negociaciones comerciales, lo que hizo que las acciones chinas subieran casi un 5%.
En mayo, el deterioro de las relaciones de ambas potencias se evidencia y la tregua se termina cuando Donald Trump anuncia el incremento de 10% a 25% de los aranceles para las importaciones chinas de más de 5,000 productos.
Ese mismo mes, por medio de Twitter, Trump declara que no encontraba "ninguna razón para que el consumidor estadounidense pague por los aranceles a China que entran hoy en vigor. China no debería tomar represalias. ¡Sólo lo empeorará!".
Días después, el presidente norteamericano declara a su país en emergencia nacional y prohíbe a las compañías de su país usar equipos de telecomunicaciones fabricados por empresas chinas, bajo el argumento que realizaban espionaje y atentan contra la seguridad nacional de Estados Unidos, así arremetiendo contra la gigante asiática Huawei.
Las principales empresas tecnológicas de EE.UU., entre ellas Google, dejarán de vender componentes y software a Huawei y comienzan a bajar las ventas de dispositivos electrónicos de la gigante asiática.
Huawei niega que las restricciones estadounidenses vayan a afectar a sus productos o al despliegue de la tecnología 5G, en la que la empresa china dice aventajar a sus competidores.
A inicios de junio, China incrementa los aranceles. Existe una diferencia de 14 puntos porcentuales en el arancel medio impuesto por China a sus importaciones estadounidenses en comparación a otros socios.
A fines de ese mes, ambas potencias deciden darse una pausa en la guerra comercial, tras la reunión del G-20 en Osaka y se comprometen a restablecer las conversaciones comerciales entre ambas naciones, interrumpidas desde mayo. Estados Unidos decide no imponer nuevos aranceles sobre sus importaciones chinas y permitirá que sus empresas puedan vender productos tecnológicos de Huawei.
En julio, Estados Unidos anuncia anticipa el fin del bloqueo a Huawei y que las compañías norteamericanas pueden retomar sus relaciones y vender sus productos.
Llega agosto y EE.UU. pone fin a la tregua e impone más sanciones a China. Trump anuncia la imposición de nuevos aranceles del 10% sobre importaciones chinas valoradas en US$ 300,000 millones a partir del 1 de setiembre.
China desafía a la Casa Blanca y deprecia al Yuan a niveles que no se veían desde el 2008. La tasa de cambio se sitúa de 7 a 1. Las bolsas de todo el mundo van a la baja.