Ante el fracaso de su guerra terrestre en Ucrania, Rusia ha intensificado el uso de drones no tripulados para atacar la infraestructura crítica del país, y ha mostrado su disposición a realizar ataques similares contra Occidente.
La semana pasada, el presidente ruso, Vladímir Putin, sugirió que “cualquier objeto de importancia crítica de la infraestructura de transporte, energía o servicios públicos”, independientemente de su ubicación, podría ser objeto de ataques. Ante estas amenazas, los líderes estadounidenses y europeos deberían redoblar sus esfuerzos para proteger la infraestructura crítica y dejar claro que cualquier acto deliberado de sabotaje tendrá una respuesta igualmente punitiva.
El último ataque aéreo de Rusia tuvo como objetivo ciudades ucranianas, incluida Kiev, así como instalaciones de energía y agua del país. El presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, declaró el martes que los ataques rusos han destruido el 30% de la capacidad de generación de energía del país en poco más de una semana.
Al desplegar olas de “drones kamikaze” —supuestamente suministrados por Irán— contra objetivos de infraestructura, Putin espera aterrorizar a los civiles ucranianos y debilitar su voluntad al llegar el invierno.
La OTAN y la Unión Europea llevan tiempo advirtiendo del riesgo de ataques híbridos contra objetivos que van desde redes eléctricas hasta cables de fibra óptica submarinos. Durante años, Rusia ha empleado este tipo de tácticas para desestabilizar a Ucrania, cortando esporádicamente el flujo de gas, interrumpiendo la red eléctrica y confiscando o dañando activos. Estas acciones parecen haber sido el preludio de la explosión que destruyó el mes pasado los gasoductos Nord Stream en el mar Báltico.
Aunque los investigadores no han identificado definitivamente a los autores, Estados Unidos y Europa sospechan que Rusia estuvo implicada en la explosión, que fue lo suficientemente grande y sofisticada como para romper el acero y el hormigón a más de 70 metros bajo el agua.
En las semanas posteriores, los ejemplos de comportamiento malicioso no han hecho más que aumentar: un aparente acto de sabotaje detuvo el tráfico ferroviario en el norte de Alemania y los sitios web de más de una docena de aeropuertos estadounidenses fueron atacados por piratas informáticos que se cree que están dentro de Rusia. A medida que las fuerzas de Moscú siguen perdiendo terreno, es más probable que Putin fomente ataques similares para sembrar el caos y socavar el apoyo a Ucrania.
Los líderes occidentales tienen que lograr que piense las cosas dos veces. Desde la explosión del Nord Stream, Noruega y Dinamarca han reforzado la seguridad en su sector energético y el secretario general de la OTAN ha prometido una “respuesta unida y decidida” a cualquier nuevo ataque.
Sin embargo, mucha infraestructura de Europa y Estados Unidos sigue siendo vulnerable. Las redes de comunicaciones y energía dependen de sistemas que a menudo son antiguos, enmarañados o expuestos, y que en su mayoría son privados —Google, por ejemplo, posee miles de kilómetros de cables submarinos, algunos de los cuales no son mucho más gruesos que una manguera de jardín. La infraestructura energética, en particular, corre el riesgo de sufrir una “falla en cascada”, en la que la desactivación de una red desencadena un trastorno más amplio e incluso la pérdida de vidas.
Reforzar las defensas de Occidente es fundamental para disuadir a Putin. La OTAN debería desplegar unidades especializadas en operaciones antihíbridas para ayudar a vigilar las instalaciones energéticas de alta prioridad en toda Europa y evitar los ciberataques. Se deberían incrementar las patrullas marítimas, especialmente en el Báltico, para detectar posibles interrupciones en los gasoductos y cables submarinos.
En el futuro, los países de la OTAN deberían destinar una mayor parte de sus presupuestos de defensa a medidas de resiliencia, como limitar las consecuencias de los ciberataques. También deberían esforzarse más en compartir información y profundizar la coordinación con las empresas del sector privado, especialmente en lo relativo a las amenazas de ciberseguridad. Inspecciones más estrictas y periódicas de la infraestructura crítica ayudarían a identificar y rectificar los puntos débiles de los cables, las redes y los ductos.
Al mismo tiempo, la alianza debería recordar a Putin que Rusia tiene sus propias vulnerabilidades, como quedó de manifiesto en el ataque al puente de US$ 4,000 millones que conectaba Rusia con la anexada Crimea, y en anteriores informes sobre incursiones en la red eléctrica rusa.
El presidente Joe Biden y los líderes europeos deberían advertir al Kremlin que los ataques híbridos destinados a dañar a la población civil serán tratados como actos de agresión militar, manteniendo al mismo tiempo la necesaria ambigüedad sobre cómo respondería exactamente la OTAN.
Las amenazas de Rusia contra la infraestructura crítica representan una peligrosa escalada. Una acción rápida y coordinada para reforzar las defensas de Occidente es la mejor respuesta.