Qué esperar en 2023. Es difícil creer que en algún momento se suponía que el mundo posterior al COVID-19 marcaría el comienzo de un nuevo auge liderado por el consumidor digno de los “locos años veinte”. En cambio, las crisis solo han seguido agudizándose, desde la guerra hasta la inflación, desencadenando choques dispares y superpuestos. Algunos lo llaman “policrisis”.
Las sociedades se han mostrado notablemente capaces de adaptarse. La inflación está mostrando signos de relajación, un alivio. Pero los estrategas de Pictet Asset Management todavía esperan que el crecimiento global se desacelere al 1.7% en el 2023, junto con un estancamiento en la mayoría de las economías desarrolladas y una recesión total en Europa.
No obstante, lo más probable es que la visión del próximo año sea más bien la de unos años veinte “realistas”.
En los mercados financieros, la sobre inversión y la euforia digna de los flappers han sido derribadas a la fuerza por las alzas de tasas de interés. Las criptomonedas, las tecnológicas no rentables y los bienes raíces han sido golpeados y seguirán sin ser deseables. Los fondos de pensiones que invierten en operaciones arriesgadas de tres letras, como FTX (criptografía) o LDI (derivados), han aprendido lecciones costosas.
El realismo político también se está imponiendo. En lugar de impulsar soluciones radicales, las consecuencias de este estallido de burbujas de mercado apalancadas harán que los Gobiernos y los legisladores se vean empujados hacia la corriente económica principal. Eso es efectivamente lo que sucedió durante la crisis de los minipresupuestos del Reino Unido, que desinfló las aspiraciones de alto gasto de los partidarios del Brexit.
Los Estados tendrán que andar con cuidado en la aplicación de políticas económicas creíbles sin empeorar la recesión. El próximo año pondrá a prueba la capacidad de Francia para orientar mejor la ayuda energética, reducir su déficit presupuestario y lograr la tan esperada reforma de las pensiones. Es un objetivo que vale la pena perseguir.
De manera menos alentadora, los enormes desafíos de inversión global para el futuro, como la transición energética, se están enfrentando a sus propios golpes de realidad. La COP27 fue una decepción a los ojos europeos dado que se lograron pocos avances hacia el cumplimiento de los objetivos.
Por mucho que la guerra haya producido un espíritu de unidad frente a la adversidad, espere que más políticas con un sentido práctico marquen la pauta a nivel internacional. Las alianzas se basarán en las necesidades de suministro de energía más que en los deseos normativos.
Los límites de la reubicación de parte de la cadena de producción en economías amigas, o friend-shoring, en el comercio de bienes quedarán claros a medida que Europa se irrite por los subsidios internos de Estados Unidos que impulsan su industria automotriz. Los intentos de Estados Unidos de acorralar una coalición de voluntarios contra China encontrarán más resistencia.
Habrá poco de qué alardear el próximo año, especialmente en Europa. Pero quizás una dosis de realismo sea suficiente para evitar que la autocomplacencia triunfe frente a esta policrisis.
Por Lionel Laurent