Por Mac Margolis
Desde el cierre de Argentina hasta la despreocupación en Nicaragua; los gobiernos latinoamericanos han experimentado con una serie de distintas estrategias antes de la violenta pandemia de coronavirus. Pero Brasil ha agregado algo nuevo a la ecuación: vendas en los ojos.
Claramente había que hacer algo. La semana pasada, Brasil superó a la mayoría de los países más afectados en el mundo y ahora solo está detrás de Estados Unidos en términos de casos activos, superando a Francia y el Reino Unido con el tercer mayor número de muertes por COVID-19.
Esas cifras han convertido al país más grande de América Latina en un escándalo internacional, hicieron que Donald Trump prohibiera el ingreso a EE.UU. de viajeros provenientes de Brasil y provocaron que las calles se llenaran de manifestantes.
Pero, un momento. El presidente Jair Bolsonaro tiene la medicina perfecta. En lugar de someter a su país a más burlas en medio de una crisis de salud cada vez peor, ¿por qué simplemente no cambiar las normativas?
El sábado, dos días después de que el país registrara un récord de 1,473 muertes en un solo día, la página web del Ministerio de Salud se cayó. Al regresar, horas después, solo mostraba el número de nuevos contagios y muertes del día anterior. No había un recuento de nuevos contagios y muertes, un indicador importante para monitorear la enfermedad conforme pasa el tiempo; los metadatos y los totales subnacionales ya no estaban disponibles.
¿Qué hacer con todos esos controvertidos titulares en la televisión en horario estelar, que sustentan el pesar nacional y el ciclo de noticias del día siguiente? No se preocupe: simplemente se retrasa la publicación del boletín diario de salud, que en las últimas semanas ha pasado de las 5 p.m. a las 7 p.m. y las 10 p.m. más o menos.
El Ministerio de Salud aludió a problemas técnicos por el retraso y el restablecimiento de datos. Bolsonaro tenía una explicación diferente: “No más historias para Jornal Nacional”, dijo de forma sarcástica, criticando al popular noticiero de TV Globo que se transmite en la hora de la cena.
Incluso para el oportunista Gobierno de Bolsonaro, este fue un verdadero chasco. Desde marzo, ha respondido a la emergencia con negación (es “solo una pequeña gripe”), pensamiento poco realista (que haya coroquina en todos los botiquines) y arrogancia. Sí, muchos caerán, reconoció, pero los patriotas brasileños deben aguantar y retomar la economía.
¿Ese irritante recuento de cuerpos? Es exagerado, afirmó. Dos ministros de Salud han renunciado desde abril, y un tercer candidato objetó el domingo, luego de causar indignación nacional al acusar a autoridades regionales de salud de abultar su recuento de víctimas para recibir más ayuda federal.
Tan confusas fueron las cifras que siguieron al cambio estadístico, que la Universidad Johns Hopkins, que monitorea la pandemia en 188 naciones, eliminó brevemente a Brasil de su lista de países afectados.
Pero los trucos de Brasilia no engañaron a nadie. “¿Creen que los cuerpos no aparecerán?”, preguntó el expresidente Fernando Henrique Cardoso en una entrevista televisada transmitida el domingo. El exministro de Salud Luiz Henrique Mandetta, cuyos repetidos llamamientos al distanciamiento social llevaron a su despido en abril, calificó el apagón de información como una tragedia.
Las medidas oficiales para ocultar las muertes son “autoritarias, insensibles, inhumanas y poco éticas”, señaló el consejo nacional de secretarías estatales de salud en un comunicado dado a conocer el 6 de junio. “Ni nosotros ni la sociedad brasileña olvidaremos la tragedia que azota a la nación”.
Los principales grupos de medios acordaron el lunes trabajar en conjunto para recopilar y publicar las cifras nacionales y estatales completas de contagios y muertes por coronavirus.
Los sostenidos ataques de Bolsonaro a los datos –por ejemplo, no le pregunten sobre la deforestación en la Amazonía– lo pusieron en la misma línea de los líderes latinoamericanos de izquierda que él más insulta. Cuando la economía argentina se deterioró la última década, la entonces presidenta Cristina Fernández de Kirchner manipuló las estadísticas de inflación y pobreza, haciendo que el FMI le mostrara una inusual “tarjeta roja”. El negligente líder Nicolás Maduro simplemente dejó de publicar cifras cuando la economía cayó en picada y ahora ha hecho lo mismo durante la pandemia.
Para agravar la desgracia de Bolsonaro, los intentos oficiales de ocultar las estadísticas de salud también son un ataque a una disciplina en la que los brasileños, a pesar de las graves crisis económicas y políticas, se han destacado: la medicina pública.
Algunos de los funcionarios públicos más respetados del país han sido los médicos que se enfrentaron no solo a enfermedades mortales, sino también al rechazo popular y la oscuridad política que los mantuvo enfervorizados. A principios del siglo pasado, el microbiólogo Oswaldo Cruz ayudó a librar a Río de Janeiro, entonces capital brasileña, de la fiebre amarilla al tiempo que combatió una violenta reacción popular contra la campaña obligatoria de vacunación contra la viruela.
A Cruz le siguieron generaciones de médicos, epidemiólogos e investigadores de salud pública que persiguieron patógenos incluso mientras los políticos ponían reparos. Ciro de Quadros realizó una campaña de vacunación contra la polio en todo el mundo, persuadiendo a combatientes de El Salvador y Guatemala, devastados por la guerra civil, para que abandonaran las armas el tiempo suficiente para inocular a los ciudadanos en riesgo.
Virólogos e investigadores laboratoristas brasileños fueron pioneros en la medicación antirretroviral asequible para pacientes con VIH/SIDA, ofreciendo tratamiento sin costo para todas las víctimas. Dirigieron investigaciones de flagelos más recientes como el Zika, que provoca trastornos neurológicos graves en recién nacidos, y están en la primera línea del desarrollo de vacunas para las cuatro cepas de la fiebre del dengue, que el año pasado registró cerca de 3 millones de casos en Latinoamérica.
El sistema universal de salud de Brasil, SUS, aunque no cuenta con fondos suficientes y está lleno listas de espera, trata a cualquiera de forma gratuita y organiza campañas nacionales de vacunación. Una red de institutos de investigación para vacunas produce 80% de todas las dosis de inoculación, lo que permite una respuesta rápida a los brotes.
Cuando el H1N1 llegó a toda América a fines de la década del 2000, el equipo de respuesta a las epidemias de Brasil vacunó a 89 millones de personas, casi la mitad de la población. Una serie de institutos nacionales de investigación, incluida la fundación homónima de Oswaldo Cruz, se ha unido al esfuerzo global para desarrollar vacunas contra el SARS-CoV-2.
Esa es una gran cantidad de medicina que atender. Y, sin embargo, Brasil ya lo ha vivido. Durante los 21 años de dictadura militar de Brasil, los generales prohibieron toda mención de uno de los peores episodios de meningitis viral del país. El resultado fue una respuesta oficial confusa y un aumento de muertes prevenibles. Esa es una recaída histórica que Brasil no puede permitirse.