Los dos lugares más importantes para la diplomacia climática internacional, este año y el pasado, se han convertido en hospitales de campaña.
En Glasgow, el gigante centro Scottish Event Campus (SEC) ahora está lleno de camas. Hasta la semana pasada, se tenía programado que este centro albergara en noviembre las conversaciones anuales de las Naciones Unidas sobre el clima. El coronavirus ha obligado a posponer la conferencia, conocida como COP26, hasta el 2021.
En Madrid, el colosal recinto ferial Ifema ahora se parece más a una escena de la gripe española de 1918 que al sitio de la COP25 del año pasado, que atrajo a más de 26,000 personas con su ambiente carnavalesco y donde figuraron personalidades como Harrison Ford y Greta Thunberg.
Al igual que todos los demás, los diplomáticos climáticos han reemplazado las reuniones presenciales con videoconferencias. Sin embargo, como probablemente ya han evidenciado, trabajar desde casa no es lo mismo. Hay más distracciones. Las cosas se mueven más lentamente, incluso para los lentos estándares de la diplomacia climática. Además, bien parece que el toque humano cuenta.
Las reuniones climáticas preliminares como la inicialmente programada en Bonn en junio, ahora pospuesta hasta octubre, son esenciales para que los tecnócratas comiencen a redactar acuerdos antes de la COP de fin de año. En la diplomacia climática, las personalidades realmente son claves.
A diferencia de reuniones más pequeñas como el G20, las conversaciones que se llevan a cabo en las reuniones de la COP se centran en diplomáticos carismáticos y talentosos de países más pequeños. Representantes de las Islas Marshall o Costa Rica pueden cambiar las cosas. Las amistades forjadas durante muchos años de negociaciones a veces han permitido que naciones opositoras encuentren un punto medio.
Los espacios físicos de reunión también importan.
A primera vista, por supuesto, posponer la COP26 pareciera una mala noticia para el clima.
Se esperaba que los países presentaran objetivos más ambiciosos por primera vez desde que se firmó el Acuerdo de París en 2015.
Algunos temen que el sentido de urgencia y el impulso que se ha creado durante muchos meses en torno a la acción climática desaparecerán ahora que el mundo enfrenta la peor crisis de salud pública en más de una generación. En efecto, es un riesgo real. Pero también es cierto que el fracaso de la COP25 en Madrid el pasado diciembre no ha sido realmente una debacle para el movimiento climático global.
En los meses siguientes, grandes fuerzas en el sector privado como BP y BlackRock hicieron grandes promesas verdes. Incluso multimillonarios en Davos convirtieron el cambio climático en el tema principal este año.
El debate sobre la acción climática global sigue vivo en medio de esta pandemia, como lo demuestran las docenas de ensayos publicados por académicos y grupos de expertos en las últimas semanas pidiendo una recuperación verde del coronavirus.
”La respuesta a la pandemia de COVID-19 muestra que las naciones del mundo pueden unirse para enfrentar los desafíos globales, y que el panorama político puede cambiar rápidamente cuando hay suficiente voluntad política”, comentó Alden Meyer, director de la Unión de Científicos Preocupados. Él ha visto cómo es la cooperación mundial desde adentro, ya que ha sido testigo de todas las negociaciones climáticas de la ONU desde Kioto.
Para cuando la próxima gran conferencia climática de la ONU finalmente se realice en Glasgow, después de que el hospital de campaña ya no esté, quizás podamos ver señales de aceleración.