La transición a vehículos de cero emisiones encabeza una lista de eventos relacionados con el transporte en la conferencia COP26 en Glasgow el miércoles. Un coro de funcionarios de la ciudad, líderes laborales y expertos en políticas instan a los negociadores climáticos a no perder de vista el transporte público como herramienta clave para descarbonizar el sector del transporte.
“Si los Gobiernos nacionales no respaldan a los alcaldes e invierten para proteger y expandir el transporte público, entonces no podrán cumplir con sus propios objetivos de carbono”, dijo en un comunicado Mark Watts, director ejecutivo de C40 Cities, una red de alcaldes globales centrados en la sostenibilidad.
Un nuevo informe de C40 Cities y la Federación Internacional de Trabajadores del Transporte resalta esta alerta, estableciendo que el uso del transporte público global debe duplicarse para el 2030 si los países quieren cumplir con los objetivos de emisiones de 1.5 °C necesarios para evitar los peores efectos del cambio climático.
Para cumplir con ese objetivo, las organizaciones piden US$ 208,000 millones en inversiones anuales para las casi 100 ciudades de la red C40, que juntas representan alrededor de 25% del PBI mundial.
El informe destaca cómo la electrificación de las flotas de tránsito, la expansión de la infraestructura de autobuses y ferrocarriles y la mejora de la accesibilidad del sistema no solo reduciría las emisiones del transporte y la contaminación del aire, sino que también mejoraría la calidad de vida y las oportunidades económicas, particularmente para los residentes urbanos de bajos ingresos.
Estima que esas inversiones crearían 4.6 millones de nuevos puestos de trabajo en un sector muy afectado por el covid-19. Además presenta ejemplos de ambiciosas expansiones de infraestructura en varias ciudades miembro del C40, incluida Austin, Texas, donde los votantes aprobaron el año pasado un plan de US$ 7,100 millones para agregar nuevas líneas ferroviarias, autobuses de tránsito rápido y vehículos totalmente eléctricos a las ofertas de tránsito de la ciudad.
Sin embargo, un cambio global sería extremadamente desafiante, incluso con miles de millones de fondos adicionales. La mayoría de las naciones ricas dependen demasiado de los automóviles personales y las emisiones de los vehículos están al alza en muchas naciones en desarrollo.
En Estados Unidos —históricamente el mayor emisor del mundo—, la inversión continua en carreteras y autopistas dificultará que el transporte público compita como una alternativa atractiva, dijo Sebastian Castellanos, líder de investigación de New Urban Mobility Alliance en el World Resources Institute, un grupo de investigación de sostenibilidad que no participó en el nuevo reporte.
En Estados Unidos, el proyecto de ley de infraestructura de US$ 1 billón que aprobó la Cámara de Representantes la semana pasada proporcionará US$ 39,000 millones para el transporte público y US$ 66,000 millones para el ferrocarril —niveles históricos de financiamiento—, pero también US$ 110,000 millones para carreteras y puentes.
“Hay mucho dinero que todavía se va a destinar a la infraestructura vial, pero eso es básicamente lo contrario de lo que queremos”, dijo Castellanos.
Para alejar a un gran número de pasajeros de los automóviles, el tránsito tiene que ser más atractivo y eficiente que los vehículos privados, dijo Castellanos. Eso probablemente requeriría cambios drásticos en las políticas de uso del suelo que han promovido la expansión orientada a los automóviles en ciudades de todo el mundo y han terminado con los subsidios gubernamentales a la conducción, como el estacionamiento gratuito. Algunas ciudades como Londres y París han tomado medidas para limitar la conducción en sus centros urbanos, con distintos niveles de éxito.
Esos desafíos abrumadores ayudan a explicar por qué los vehículos eléctricos son la pieza central de los planes de muchas naciones ricas para renovar el transporte, que actualmente representa alrededor del 25% de las emisiones globales de CO2. Pero muchos expertos en políticas dicen que incluso una transición rápida a automóviles de cero emisiones no evitaría un cambio climático catastrófico si los kilómetros recorridos por los vehículos no se reducen drásticamente.