Los dos años de pandemia extendieron entre la población creencias en teorías de la conspiración que mutaron para adaptarse a los acontecimientos y que, alimentadas por la desconfianza en las instituciones públicas, contribuyen ahora a propagar desinformación sobre la guerra en Ucrania.
Así lo advierten expertos que analizan cómo en torno a la pandemia del COVID-19 se ha generado una espiral de conspiración y negacionismo que, en lugar de menguar al conocerse más datos sobre el coronavirus, ha ido reforzando y mutando sus mensajes para mantener su influencia en gran número de personas.
Como explica Ana Romero-Vicente, investigadora de la organización EU Disinfolab, en estos dos años la evolución ha consistido en “cambiar las narrativas según la mejor conveniencia”, de modo que, cuando el rechazo a la existencia del virus “ya no funcionaba”, los negacionistas empleaban otros argumentos, en lugar de admitir que estaban equivocados.
Alejandro Romero, doctor en sociología y profesor de la Universidad de Granada, indica asimismo que, para las teorías conspirativas, “los hechos son secundarios pero no totalmente indiferentes”, de modo que “se va produciendo una adaptación a ellos”, aunque solo sea para “incorporarlos a la teoría dándoles una explicación conspirativa”.
Por ejemplo, si la noticia de actualidad era la vacunación de los niños, enseguida surgían falsas informaciones sobre muertes o daños cardiacos irreversibles provocados en los menores por las vacunas.
A ello se suma el hecho de que los antiguos argumentos de la conspiración y desinformación retroalimentan a los nuevos, si bien, mientras los primeros bulos “podían funcionar muy bien” para algunos, “especialmente en los momentos iniciales de máxima incertidumbre”, los nuevos “sirven sobre todo para reafirmar a los ya convencidos”, apunta Romero.
Dos años de pandemia que han dado alas a los conspiranoicos
Lo que antes de la pandemia parecían meras corrientes minoritarias que negaban el discurso científico (es el caso del movimiento antivacunas), en estos dos años han visto crecer sus bases con las teorías sobre el coronavirus, los fármacos creados contra el COVID y un supuesto orden mundial controlado por una supraélite.
“La pandemia ha puesto más en boga las teorías de la conspiración; hay mucha gente que antes no tenía una posición y que ahora la han tomado frente al discurso consensuado de la ciencia”, advierte Antonio Diéguez, catedrático de Lógica y Filosofía de la Ciencia de la Universidad de Málaga (sur de España).
Diéguez señala como una de las causas la necesidad de mucha gente de tener “una visión mágica del mundo”, que entra en confrontación directa con “el mundo desencantado” que dibuja la ciencia, donde “todo se puede explicar racionalmente”.
“Prefieren vivir con una concepción del mundo más abierta a otro tipo de visión que no sea racionalista, por lo que ven en la ciencia un enemigo”, argumenta.
Más desconfianza en las instituciones, más desinformación
Pese al gran número de evidencias científicas e información de dominio público que explican por qué estas teorías no tienen fundamento, existe un porcentaje significativo de gente que sigue estos postulados.
Y precisamente la ciencia puede explicar por qué: “El cerebro no está hecho para buscar la verdad”, sino “para optimizar energía química”, de modo que uno escoge “aquella información que confirme sus creencias previas, lo que se conoce como sesgo de información”, subraya Carlos Elías, catedrático en Periodismo de la Universidad Carlos III de Madrid.
Elías, director de la Cátedra Jean Monnet “UE, Desinformación y ‘Fake News’”, considera que el deterioro de la confianza en las instituciones públicas y la escasa formación en ciencia son otros factores que explican la proliferación y consolidación de teorías conspiranoicas en los dos últimos años.
El peligro de no creerse nada en el contexto de la guerra
La vorágine de conspiraciones y mensajes falsos sobre el coronavirus ha propiciado además las condiciones perfectas para que se expanda la desinformación sobre otros asuntos.
Así, en el contexto de la invasión rusa de Ucrania, se han creado “las condiciones favorables para que no nos creamos nada, que es quizá lo más peligroso”, porque implica no saber diferenciar entre “una democracia mejorable y una dictadura”, recalca Romero.
Y “ese es el fondo de la mayoría de teorías conspirativas: la democracia es una farsa que oculta la dictadura de los verdaderos amos del mundo”, precisa este experto.
La desinformación surgida en pandemia ha empujado a las instituciones públicas a trabajar en herramientas para frenar su expansión y la UE, por ejemplo, buscará sancionar a los responsables de desinformar.
De no ser eficaces hay riesgo de un retroceso social. Según alerta Elías, si “cada uno cree lo que le da la gana”, nadie creerá “la información verdadera” y al final, las instituciones “pierden prestigio y poder”.