Natalya Zadoyanova perdió el contacto durante semanas con su hermano pequeño, Dmitriy, que quedó atrapado en la asediada ciudad portuaria de Mariúpol.
Fuerzas rusas habían bombardeado el orfanato donde trabajaba, y él se refugiaba con docenas de personas en el gélido sótano de un edificio sin puertas ni ventanas. La siguiente vez que habló con él, Dmitriy lloraba. “Estoy vivo”, le dijo. “Estoy en Rusia”.
Zadoyanov enfrentaba el siguiente capítulo de la devastación para la gente de Mariúpol y otras ciudades ocupadas: traslados forzosos a Rusia, el país que había matado a sus vecinos y bombardeado sus localidades hasta casi borrarlas del mapa.
Casi dos millones de refugiados ucranianos han sido enviados a Rusia, según funcionarios ucranianos y rusos. Ucrania describe esos traslados como viajes forzosos a territorio enemigo, algo que se considera un crimen de guerra. Rusia las llama evacuaciones humanitarias.
Una investigación de Associated Press ha descubierto que, si bien la situación tiene más matices de lo que sugiere el gobierno ucraniano, muchos refugiados son efectivamente obligados a viajar a Rusia, sufren abusos, se les despoja de su documentación y enfrentan incertidumbre sobre su futuro y en ocasiones incluso sobre dónde se encuentran.
Todo comienza con una decisión envenenada: morir en Ucrania o vivir en Rusia. Pasan por lo que se conoce como puntos de filtración, donde pueden sufrir interrogatorios y registros sin ropa o ser apartados y desaparecer. Los refugiados describieron cómo una anciana había muerto de frío, con el cuerpo hinchado, y otro evacuado recibió una golpiza que le dejó la espalda cubierta de magulladuras.
Los que “pasan” los sucesivos filtros son invitados a quedarse y a menudo se les promete un pago de unos 10,000 rublos (US$ 170) que pueden recibir o no. En ocasiones se les arrebatan los pasaportes ucranianos y se les ofrece una oportunidad de obtener la ciudadanía rusa. Y a veces se les presiona para que firmen documentos que incriminan al gobierno y el ejército ucraniano.
Los que no tienen dinero o contactos en Rusia -la mayoría, según casi todos los relatos- sólo pueden ir a donde les envían. AP verificó que ciudadanos ucranianos habían sido alojados de forma temporal en más de dos docenas de ciudades y localidades rusas.
Sin embargo, la investigación de AP también encontró indicios de discrepancias en Rusia ante el mensaje del gobierno de que los ucranianos estaban siendo rescatados de nazis. Casi todos los refugiados entrevistados por AP hablaron con agradecimiento de rusos que les ayudaron con discreción a través de una red clandestina para recuperar sus documentos, encontrar cobijo, comprar pasajes de tren y autobús, cambiar moneda ucraniana por rublos rusos e incluso para cargar las valijas donde llevan lo que queda de su vida antes de la guerra.
La investigación, la más extensa hasta la fecha sobre esos traslados, se basó en entrevistas con 36 ucranianos, la mayoría de Mariúpol, que salieron hacia Rusia. Once de ellos seguían allí, mientras que otros estaban en Estonia, Lituania, Polonia, Georgia, Irlanda, Alemania y Noruega. AP también reunió entrevistas a voluntarios clandestinos rusos, imágenes de video, documentación legal rusa y publicaciones de medios estatales rusos.
Exhausto y hambriento en el sótano de Mariúpol, Zadoyanov aceptó por fin la idea de evacuar. Sólo había autobuses a Rusia.
Por el camino, las autoridades rusas registraron su celular y le interrogaron. Le preguntaron lo que significaba estar bautizado y si había tenido deseos sexuales hacia un chico en el campamento.
Él y otras personas fueron conducidas a la estación de tren y les dijeron que irían a Nizhny Novgorod, a 1,300 kilómetros (800 millas) de la frontera ucraniana. Desde el tren, Zadoyanov llamó a Natalya en Polonia. El pánico invadió a su hermana.
Baja del tren, le dijo. Ahora.
El traslado de cientos de miles de personas desde Ucrania forma parte de una estrategia deliberada y sistemática del gobierno, como reflejan documentos oficiales. Algunos ucranianos se quedan en Rusia porque si bien técnicamente son libres de marcharse, no tienen a dónde ir, ni dinero, ni documentos, ni forma de cruzar las distancias de un enorme país el doble de grande que Estados Unidos.
Otros podrían tener familia y fuertes lazos con Rusia, o prefieren comenzar de nuevo en un país donde al menos conocen el idioma. Y algunos temen erróneamente que, si regresan, Ucrania les procesará por acudir al enemigo.
La familia de Lyudmila Bolbad salió a pie de Mariúpol y terminó haciendo el viaje de nueve días en tren a la ciudad de Khabarovsk, cerca de la frontera con China y casi a 10,000 kilómetros (6,200 millas) de Ucrania.
Bolbad y su esposo encontraron empleo en una fábrica. Pocas cosas más han salido como esperaban.
Entregaron sus pasaportes ucranianos a cambio de promesas de ciudadanía rusa, sólo para descubrir que los caseros no arrendaban a ucranianos sin un documento válido de identidad. Los pagos prometidos llegan despacio y se han quedado varados con cientos de personas más de Mariúpol en un hotel venido a menos donde la comida apenas es comestible. Pero Bolbad cree que, si regresa, Ucrania la verá como una traidora, y tiene previsto quedarse en Rusia.
“Intentamos regresar a una vida normal de algún modo, animarnos a comenzar nuestra vida desde cero”, manifestó.
Para los ucranianos que intentan escapar, la ayuda a menudo viene de un lugar inesperado: los rusos.
En un día reciente en Estonia, un tatuador ruso acompañó a una familia de Mariúpol a cruzar la frontera hasta un refugio.
El tatuador, que pidió que su nombre no se publicara porque aún vive en Rusia, era el último eslabón en una cadena de voluntarios que se extendía 1,900 kilómetros (1,100 millas), desde Taganrog y Rostov a la localidad fronteriza estonia de Narva. Duerme en San Petersburgo un par de veces por semana, viaja a Finlandia y en ocasiones a Estonia.
Los rusos que ayudan, señaló, sólo se conocen entre sí a través de Telegram y casi todos mantienen el anonimato “porque todo el mundo tiene miedo a alguna clase de persecución”.
“No puedo detenerla”, dijo sobre la guerra y la deportación de ucranianos a Rusia. “Lo que puedo hacer es esto”.
El pasado mayo, voluntarios en Penza, Rusia, abandonaron sus esfuerzos para ayudar a refugiados ucranianos debido a amenazas anónimas. Las amenazas incluían neumáticos rajados, el símbolo Z ruso pintado en blanco sobre un salpicadero y graffiti en puertas y acceso que les acusaban de ser colaboracionistas de los “ucra-nazis”.
Para Zadoyanov y muchos otros, su línea de salvación fueron los rusos.
Zadoyanov bajó del tren a Nizhny Novgorod con los demás pasajeros ucranianos, y contactos en la iglesia local les dieron cobijo y los primeros pasos para encontrar una forma de salir de Rusia y llegar a Georgia. “Estaba emocionalmente destrozado”, dijo su hermana, Natalya. “Todos lo estaban”.