Mientras prácticamente el resto del mundo sigue sufriendo la pandemia de coronavirus y los casos no paran de crecer, China -el país donde todo comenzó- parece haber superado al menos la fase actual y lleva ya 34 días sin ningún contagio a nivel local, aunque siguen llegando infectados desde el exterior.
Los innumerables controles y rigurosas cuarentenas a todo el que llega desde el extranjero, sea chino o foráneo, son una de las principales claves de China para evitar que el virus regrese desde algunos de los países que aún padecen sus estragos, aunque para muchos de ellos estén todavía cerradas sus fronteras.
No es el caso de España y otros países europeos, desde donde tanto los chinos como los extranjeros residentes en el país pueden volver siempre que se sometan a una prueba del virus en origen y al menos tres en destino, además de aislarse totalmente en un hotel durante 14 días, corriendo con todos los gastos.
Con todo, los vuelos disponibles siguen siendo escasos y muy caros (cerca de 2,000 euros un billete de ida Madrid-Pekín), mientras que desde regiones especialmente afectadas, como Latinoamérica, no se puede siquiera viajar a China.
Además del control de los viajeros, el riguroso confinamiento de las zonas donde han surgido brotes y el uso generalizado de las mascarillas son otras de las aparentemente exitosas herramientas chinas para controlar el COVID-19.
Todavía hoy, tras más de un mes sin nuevos casos, la inmensa mayoría de la población se cubre con mascarilla, incluso en el exterior, aunque sea solo ya obligatorio hacerlo en lugares públicos cerrados.
Completamente aislados en una habitación de hotel
De todas las medidas aplicadas por Pekín para combatir la pandemia, sin duda la más dura y polémica es la muy rigurosa cuarentena hotelera, en total aislamiento, para quienes llegan de fuera.
Quienes viajan desde cualquier parte a China deben realizar un primer test del virus en origen antes de que salga su avión, no sin antes haber reunido todos los requisitos para hacerse con el visado, entre los que están la residencia en el país o ser un “trabajador esencial” de alguna industria clave.
Si se dirigen a Pekín, tendrán que hacer la cuarentena en otras ciudades, adonde se han desviado los vuelos internacionales a la capital, que las autoridades chinas protegen con un celo extremo de cualquier contagio.
María Miret, una española profesora en Pekín que volvió hace cuatro días a China, cuenta a Efe que nada más aterrizar en la ciudad de Xian, en el centro del país, les llevaron a una zona separada y vacía del aeropuerto.
Allí les hicieron un test nasal del virus en ambos orificios y otro de garganta tras rellenar decenas de papeles con información sobre las ciudades en las que habían estado en España, con qué personas, el tiempo de estancia en cada lugar y un sinfín de comprobaciones sobre su vida en China.
“Cuando acabas ese proceso de unas tres horas, te meten en unos autobuses hacia el hotel, nunca sabes a qué hotel vas a llegar, te van bajando por tandas de diez y te empiezan a rociar entero con líquido desinfectante”, relata esta joven valenciana.
Antes de que te conduzcan a la habitación hay que pagar las 14 noches de alojamiento y las comidas.
Miret explica que a una mujer de su vuelo tuvieron que prestarle dinero entre varios ya que no le alcanzaba para el hotel asignado, a razón en este caso de 500 yuanes, unos 63 euros diarios con comidas incluidas.
“Todo está cubierto de plástico, las lamparillas, los pasillos. Te llaman a la puerta al timbre tres veces al día y te dejan la comida en una mesita al lado de la puerta, las toallas no se cambian, ni se limpia la habitación. Nadie entra durante 14 días”, explica la profesora.
Lo único que puede salir de la habitación es la basura, que se deja también diariamente en la puerta.
La gerencia del hotel deja desde el primer día en la habitación rollos de papel higiénico, champús y geles suficientes para que no haya que reponer en dos semanas.
Y tres veces al día hay que reportar la temperatura corporal en un grupo de la aplicación de mensajería WeChat (el WhatsApp chino), donde se reciben además las instrucciones de un funcionario sobre los test a realizar, uno más en mitad de la cuarentena y otro al acabarla.
Solo los diplomáticos están exentos del confinamiento en hoteles y pueden hacerlo en sus casas, aunque deben aterrizar también en una ciudad distinta a Pekín.
El código verde como salvoconducto
Otro instrumento clave en China para controlar la pandemia han sido las aplicaciones electrónicas de salud en el móvil, que detectan tus movimientos y saben si has estado en algún lugar o con alguna persona “de riesgo”, tras lo que te aparece un código rojo -que te veta los accesos- o uno verde, el salvoconducto para hacer vida normal.
Sin el código verde casi mejor quedarse en casa: no puedes comer en ningún restaurante, entrar a un comercio, viajar a otra ciudad del país, coger un tren o un avión o incluso visitar a unos amigos o parientes en un complejo de viviendas, habituales en China.
Ahora incluso se ha añadido a la aplicación un botón para que tu mismo registres el lugar al que entras -por si acaso la tecnología ha sido incapaz de averiguarlo- y así "colabores en informar sobre tu ubicación “por el bien de todos”, según rezan algunos carteles a la entrada de los locales.
Cada provincia china tiene su propia aplicación y sus propios códigos, de forma que el verde que puedas tener en Pekín no sirve para otro lugar y hay que instalar nada más llegar al aeropuerto una nueva aplicación provincial, que automáticamente te dice si gozas de ese color o sufres el rojo, en cuyo caso no podrás siquiera salir de la terminal.
Afortunadamente para los extranjeros, el personal en los aeropuertos ayuda en todo lo posible y te explica pacientemente qué datos debes introducir en cada aplicación (en chino) o te los rellena él mismo.