El exactivista estudiantil Gabriel Boric ganó la carrera presidencial más polémica de Chile desde su regreso a la democracia. Es el presidente electo más joven hasta la fecha y el más liberal desde Salvador Allende, en 1970. El progresista de 35 años ahora debe deshacerse, sin lugar a duda, de su radical retórica inicial, incluso a costa de disgustar a sus apasionados aliados. Sin pragmatismo y una amplia coalición, tiene pocas esperanzas de gobernar, y mucho menos de abordar los profundos agravios sociales y económicos que lo llevaron al poder.
Boric ya ha tenido un mejor comienzo que otros en la región este año. Su ultraconservador oponente, José Antonio Kast, quien defendió el legado del dictador Augusto Pinochet y se describió a sí mismo como una mano firme contra el crimen y la inmigración, rápidamente reconoció su derrota y prometió una “colaboración constructiva”.
Esas son buenas noticias para la democracia que todavía está lidiando con las divisiones que dejaron al descubierto las protestas callejeras en 2019. Ayuda que Boric ganó con un decisivo 56% de los votos en la segunda vuelta del domingo, y con la participación más impresionante desde que en 2012 se implementó el voto voluntario.
Sin embargo, lo que está en juego para su presidencia sigue siendo extremadamente importante. Chile, que durante mucho tiempo fue un símbolo regional de próspera moderación, difícilmente puede permitirse el tipo de radicalismo en el que alguna vez incursionó Boric. Los mercados observarán de cerca al mayor productor de cobre del mundo en busca de nuevas señales de un giro anticapitalista. Y otros electorados polarizados en la región, incluso en Brasil y Colombia, bien pueden ver a la nueva Administración como un modelo, ya sea para copiarlo o evitarlo.
Boric ahora tiene que reconciliar el generoso nuevo contrato social que prometió con las realidades económicas del aumento de la inflación y la fuerte desaceleración del crecimiento. También necesita escuchar a los votantes inquietos que impulsaron a Kast desde los márgenes hasta la segunda vuelta de la carrera presidencial, la mayoría de los cuales quiere mejores servicios, pero no una revolución. Mientras tanto, se enfrenta a un Congreso dividido, así como a la incertidumbre que conlleva una nueva Constitución, que se presentará a los votantes el próximo año.
Debería comenzar por construir una amplia coalición para avanzar en su agenda social y económica, incorporando asesores centristas para contrarrestar su relativa inexperiencia. Un buen primer paso sería seleccionar un ministro de Hacienda de entre su equipo de asesores económicos recientemente ampliado, que incluye al expresidente del banco central Roberto Zahler.
Esta elección será vital para tranquilizar a los inversionistas y ahorradores que han sacado carretadas de dinero de Chile en los últimos dos años (US$ 8,800 millones solo en los seis meses hasta agosto, según el banco central), cambiado depósitos en pesos y elevado los costos de endeudamiento. Boric debe demostrar que, si bien es un crítico frecuente de los partidos centristas de Chile, aún puede trabajar con ellos.
Es fundamental que también demuestre que sus promesas de mejorar los servicios básicos, estabilizar las pensiones y acelerar los esfuerzos de redistribución no se producirán a expensas de la moderación fiscal que ha diferenciado a Chile durante tanto tiempo. Es difícil ver cómo puede evitar un déficit presupuestario más amplio a corto plazo, pero puede demostrar un compromiso con la prudencia a largo plazo.
Solo entonces Boric podrá pasar a las otras prioridades establecidas en su campaña, incluida la educación, las leyes laborales y la salud. También hay desafíos migratorios y enfrentamientos con el pueblo mapuche, la minoría indígena más grande del país, localizada en la zona sur.
Nada de esto será fácil. Pero Boric ha mostrado disposición para llegar a consensos y adaptarse, acercándose a los centristas y reconociendo los errores. Al construir puentes, puede esperar hacer algunos avances y sentar un precedente bienvenido. Al complacer a los extremos, solo puede hacer promesas excesivas y cumplir de manera insuficiente.