Por Clara Ferreira Marques
Es difícil leer los informes que surgen de Bucha y otros suburbios de Kiev, y es casi imposible mirar las imágenes. Los soldados rusos en retirada han dejado evidencia de una brutalidad impensable. Hombres y mujeres comunes yacen muertos en la calle, en el barro oscuro y la suciedad, muchos muertos con disparos, algunos con las manos atadas a la espalda.
Se encontró a personas aún con bolsas de compras, una extendida junto a una bicicleta enredada. Hay fosas comunes y hay evidencia de tortura. Las autoridades ucranianas dicen que los cuerpos de 410 civiles han sido recuperados de pueblos alrededor de la capital.
Incluso sin saber con precisión qué sucedió, está claro que Bucha e incidentes como este son una atrocidad: crímenes de guerra de proporciones horribles. Pero esto no debería ser una sorpresa. Las fuerzas rusas han utilizado tácticas similares antes, y lo volverán a hacer, a menos que Europa, Estados Unidos y otras naciones aliadas actúen rápidamente sobre la base de este horror.
Deben hacer que el costo de esta guerra no solo sea elevado para Rusia, cuya economía ha comenzado a estabilizarse desde que se impusieron sanciones masivas por primera vez, sino intolerable. Y sí, eso significa ir más allá de los esfuerzos para cerrar las lagunas de los bancos y la tecnología, y abordar, por fin, las exportaciones rusas de petróleo y gas.
Los detractores en Bruselas y en otros lugares tienen razón al temer el impacto de tales medidas en los consumidores internos. Habría un choque inflacionario y un golpe al crecimiento en Europa. Pero no existe una opción creíble que no tenga un costo. Y los líderes occidentales deben recordar que no se trata de vengar a Bucha o a cualquier otra ciudad en particular, se trata de prevenir las muchas otras atrocidades que las fuerzas rusas, indisciplinadas y que tratan con ciudadanos deshumanizados por la propaganda del Kremlin, sin duda cometerán. La inacción cuesta vidas y nos pone en peligro a todos.
Es crucial entender que lo que estamos viendo tras la retirada rusa es más que la consecuencia de la guerra, porque incluso en la guerra hay reglas básicas. Aquí, Ucrania acusó a los soldados rusos de matar a civiles desarmados y las pruebas vistas por periodistas y activistas de derechos humanos lo respaldan.
Human Rights Watch dice que ha documentado crueldad y violencia deliberadas en áreas ocupadas, incluidas violaciones, ejecuciones, saqueos y más. En Bucha, encontró un caso en el que los soldados obligaron a los hombres a arrodillarse al costado de la carretera, les taparon la cara con sus camisetas y le dispararon a uno de ellos en la nuca.
Para los observadores de Rusia desde hace mucho tiempo, esto parecerá horriblemente familiar, y eso es porque realmente lo es. Moscú usó tácticas similares en Chechenia, particularmente durante la segunda guerra que comenzó bajo la supervisión de Vladímir Putin en 1999, cuando se usaron arrestos arbitrarios, torturas, desapariciones y ejecuciones para espantar a los rebeldes y amedrentar a la población local. Los pueblos y aldeas indefensos fueron atacados sin justificación militar.
Lo que ha sucedido en Bucha durante las últimas semanas ocurrió en pueblos fuera de Grozni a principios de la década del 2000, cuando Human Rights Watch y otros grupos documentaron saqueos, extorsión y violación e informó que obligaron a los civiles a salir de su escondite y les dispararon a quemarropa. Luego, los asesinatos, como los de Bucha, fueron rechazados por el Kremlin.
Ucrania no es Chechenia. Este es un país independiente de 44 millones de habitantes, no una provincia rebelde donde Rusia supuestamente luchaba contra los extremistas islámicos. Pero la comparación importa porque en Chechenia el terror se convirtió en una táctica legítima, entretejida en la estrategia; estos no fueron incidentes aislados de exceso. ¿Cómo? En gran parte porque la retórica oficial rusa en torno a Chechenia asociaba a la población local con combatientes y a los combatientes con terroristas, por lo que todo el mundo se convirtió en un objetivo legítimo.
Los ucranianos, que han resistido mucho más de lo que esperaba Rusia, parecen haber sido etiquetados de la misma manera. El nazismo, han argumentado los propagandistas de Moscú para explicar su lento progreso, ha penetrado profundamente en la sociedad ucraniana, por lo que necesita ser “limpiado”.
Todo esto debería llevar a la acción a los líderes occidentales y alentarlos a actuar con rapidez. Rusia ha reaccionado con la falacia lógica habitual. Zelenski ya ha dado un discurso conmovedor reprendiendo el “mal concentrado”, apelando directamente en ruso a las madres de los soldados de Moscú y a los líderes del país, enumerando los horrores: “Así es como se percibirá al Estado ruso. Esta es tu imagen ahora. Tu cultura y tu humanidad murieron con los hombres y mujeres ucranianos por los que viniste”.
Pero, ¿qué hará Occidente? Está claro que Rusia puede infligir mucho daño, incluso sin armas químicas. Estas tácticas no dan la victoria, pero pueden sembrar una destrucción impensable.
Cada parte de la Ucrania ocupada es insegura. También es evidente que el conjunto actual de sanciones, aunque extenso, no detendrá la guerra lo suficientemente rápido, ni tampoco lo harán otras medidas actualmente sobre la mesa que fortalecen las acciones existentes —con controles de exportación de tecnología y aplicando más restricciones para los bancos— ni ampliar la lista de personas sancionadas. La economía de Rusia está muy dañada, pero se ha ajustado y el banco central aún puede brindar apoyo.
Ir tras el petróleo y el gas —Occidente todavía compra la mayor parte de lo que produce Rusia— sería un golpe mucho más duro, que dañaría las finanzas de Moscú y su capacidad para soportar otras sanciones ya vigentes. Elina Ribakova, economista jefe adjunta del Instituto de Finanzas Internacionales (IIF, por sus siglas en inglés), estimó durante el fin de semana que un embargo energético acabaría con el superávit de cuenta corriente de Rusia y afectaría su posición fiscal.
Cualquier acción de este tipo, para ser claros, también será dolorosa para Occidente, particularmente para Europa, donde la reducción del gas ruso requerirá un apoyo social significativo para ayudar a los más pobres a sobrellevar la situación. Pero se puede hacer: los precios altos reducen la demanda, y una guerra en Europa no es, precisamente, algo que esté exento de costos.
¿Y China? Allí el panorama es previsiblemente complicado. Es poco probable que las preocupaciones humanitarias empujen a Pekín a actuar, sobre todo porque sus propios ciudadanos no verán las imágenes que están horrorizando a los espectadores en otros lugares. Pero el impacto de estos horrores en la inflación y el crecimiento global, en un momento en que Pekín está lidiando con un aumento significativo del covid en casa, podría hacerlo.