La nueva amenaza alimentaria

Redacción Gestión

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Como si no fuese suficiente con la crisis de la zona euro y los problemas de la economía norteamericana, otra amenaza sistémica se cierne sobre la comunidad global. Me estoy refiriendo al espiral alcista en la cotización del maíz y la soya, gatillado por la peor sequía que ha golpeado a los agricultores norteamericanos en los últimos cincuenta años. Para entender la incidencia de este shock hay que recordar que los productores de la referencia son responsables del 40% de la producción mundial de soya y maíz, y el 35% de las exportaciones totales de ambos.

Los precios de estos dos productos han sufrido un fuerte aumento en los últimos dos meses, alcanzando récords históricos en el caso del maíz (casi 30% de incremento en el año). Lo mismo es cierto de los contratos a futuro para ambos, situación que refleja las preocupaciones en los mercados por las que podrían ser alzas venideras. Dependiendo de los estimados ajustados que publiquen las autoridades agrícolas norteamericanas la próxima semana, la situación podría agravarse.

Recordemos que en el 2007-2008 se produjo una crisis alimentaria global como resultado también de condiciones climáticas adversas. Entonces el incremento de precios desencadenó fuertes protestas políticas en más de 20 países, llevando en algunos casos al derrocamiento de gobiernos. En esa oportunidad, la situación se acentuó por la respuesta errática y desorganizada de la comunidad internacional, situación agravada por las restricciones a las exportaciones alimenticias en algunos países (principalmente Rusia).

Hay otros dos factores estructurales condicionantes, adicionalmente al mal clima recurrente. La decisión norteamericana de incrementar el contenido de etanol en las mezclas para la gasolina con el propósito de mitigar los impactos ambientales negativos ha tenido resultados adversos impensados. Y es que este uso alternativo del maíz insume el 40% de la producción del grano en EE.UU., volumen que podría fácilmente direccionarse para fines alimenticios. Para poner el tema en perspectiva basta considerar que llenar el tanque de una camioneta con etanol de maíz desplaza el equivalente al consumo calórico de todo un año para una familia de agricultores pobres.

De otra parte, el crecimiento demográfico y acelerada expansión de las economías emergentes, particularmente China e India, se han traducido en el incremento significativo del consumo de carne por parte de cientos de millones de ciudadanos que antes vivían debajo de la línea de pobreza. La producción de cada libra de carne insume en promedio 30 de maíz y 12 de soya. De allí que la demanda china de este último producto haya estado creciendo a tasas anuales del 10%.

La nota positiva en este panorama desalentador es que, a diferencia de lo ocurrido en la última crisis, en esta oportunidad no todos los productos alimenticios vienen siendo arrastrados por el espiral inflacionario. El caso más notable es el del arroz, cuyos inventarios felizmente se mantienen elevados.

Más allá de la actual coyuntura, conviene reflexionar acerca de las proyecciones futuras. La demanda mundial de alimentos podría crecer 70% en los próximos 35 años, superando largamente las capacidades productivas proyectadas. Para responder a este desafío, resulta vital lograr incrementos notables en la productividad agropecuaria, algo alcanzable únicamente con el perfeccionamiento de nuevas variedades de semillas mejoradas.

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