Por Nir Kaissar
Si los inversores quieren un mundo mejor, deberán pagar por verlo. La súper elite mundial se reunió el martes en Davos, Suiza, para asistir a la cumbre anual del Foro Económico Mundial. El grupo, de más de 2,000 personas, tiene un valor estimado de US$ 500,000 millones e incluye al menos a 119 multimillonarios.
El tema de la reunión de este año es “Stakeholders para un mundo cohesionado y sostenible” e incluye paneles como “Evitar un apocalipsis climático” y “Equilibrar la desigualdad nacional y global”, así usted podrá contar con mucha información sobre los problemas más acuciantes del mundo.
Aparte del punto obvio de que nadie quiere escuchar sobre la desigualdad de la riqueza y el cambio climático de un grupo de multimillonarios cuya huella de carbono eclipsa la de cualquier persona común, la reunión se produce en medio de crecientes sospechas de que muchos de los titanes corporativos que se esperan en Davos no son solo observadores casuales de los males del mundo, si no que los perpetúan activamente en la búsqueda de ganancias.
Los propios ejecutivos empresariales parecen estar llegando a esa conclusión. Business Roundtable, una asociación de directores ejecutivos de empresas estadounidenses, abandonó en agosto pasado el principio de la primacía de los accionistas y se comprometió a “liderar sus empresas en beneficio de todas las partes interesadas”, incluidos clientes, empleados, proveedores y comunidades.
La medida es un reconocimiento implícito —por no decir explícito— de que, como dijo la semana pasada mi colega de Bloomberg Opinion Joe Nocera: “el valor para los accionistas ha causado mucho daño en las tres décadas transcurridas desde que se convirtió en el valor central del capitalismo estadounidense: diabéticos que no pueden costear la compra de insulina; estudiantes engañados por universidades con fines de lucro; pacientes abusados por el sistema hospitalario; y mucho más”.
Ese singular enfoque en las ganancias, indudablemente, también ha beneficiado a los accionistas de empresas estadounidenses. Considere que de 1871 a 1979, las ganancias por acción para el índice S&P 500 crecieron 3.4% al año, según cifras compiladas por el profesor de Yale Robert Shiller. A fines de la década de 1970 e inicios de los años ochenta, una nueva generación de ejecutivos, incluido el famoso Jack Welch, de General Electric Co., hizo de la maximización de las ganancias su única prioridad. Desde 1980, las ganancias han crecido 5,6% al año.
Las ganancias son la mano invisible que impulsa los rendimientos de las acciones. El S&P 500 tuvo un rendimiento de 11,8% anual durante las cuatro décadas entre 1980 y 2019. De eso, casi la mitad provino del 5.6% del aumento de las ganancias. Los dividendos contribuyeron con 3% y el cambio en la valoración aportó el 3.2% restante, medido por el cambio en la relación precio/ganancia retrospectiva de 12 meses.
Las ganancias han sido aún más difíciles en los últimos años, ya que los rendimientos de los dividendos han disminuido y, contrariamente a la percepción popular, los inversionistas se han mostrado reacios a pagar más por las acciones. Del rendimiento anual de 13.6% del S&P 500 entre el 2010 y 2019, un enorme 10.2% provino del incremento de las ganancias y solo 3.4% provino de dividendos y cambios en la valoración.
Es difícil ver que ese ritmo de crecimiento de las ganancias —y, por extensión, el rendimiento de las acciones— sea sostenible si las empresas deciden que los accionistas ya no son su única preocupación. Claro, algunos esfuerzos para ampliar la base de accionistas pueden contribuir al crecimiento futuro, o al menos no restarle valor.
Alemania, por ejemplo, tiene una tradición de décadas de cogestión, donde los trabajadores están representados en juntas corporativas, y las empresas alemanas han generado un mayor crecimiento de ganancias que sus contrapartes estadounidenses desde que Alemania promulgó la ley de cogestión en 1976.
Pero es probable que la magnitud de los problemas contemplados en Davos esta semana requiera una intervención más drástica. Es probable que abordar la desigualdad signifique volver a capacitar a millones de trabajadores para trabajos de mayor valor y pagarles en conformidad. Enfrentar el cambio climático implicará un importante gasto en investigación y, en algunos casos, abandonar líneas de negocio completas.
Esos costos serán asumidos por accionistas grandes y pequeños, desde los peces gordos reunidos en Davos hasta las donaciones universitarias, los fondos de pensiones y los ahorradores de jubilación comunes.
Y no solo en Estados Unidos. La ola de protestas y movimientos populistas en todo el mundo es, en parte, una reacción a los efectos negativos de la primacía de los accionistas. Los ejecutivos parecen estar escuchando. Días después de que Business Roundtable abandonara la primacía de los accionistas en EE.UU., Business for Inclusive Growth, una coalición de 34 compañías multinacionales, anunció una iniciativa para abordar la desigualdad con la ayuda de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE).
No faltarán observadores que califiquen la reunión en Davos de esta semana como un gesto vacío, pero los multimillonarios tienen razón en una cosa: ignorar la desigualdad y el cambio climático ya no es una opción. Ahora veamos quién está dispuesto a pagar por ello.
Esta columna no refleja necesariamente la opinión de la junta editorial o de Bloomberg LP y sus dueños.