Los izquierdistas vitorearon y los inversionistas temblaron cuando Gabriel Boric, cuya coalición política incluye al Partido Comunista chileno, ganó la elección presidencial el 19 de diciembre. En contra de lo que se esperaba, venció al candidato de extrema derecha José Antonio Kast por 11 puntos porcentuales.
Cuando sea investido, en marzo, se convertirá en el presidente más joven de Chile (36 años). El análisis preliminar de los resultados electorales indica que buena parte de sus votos provino de jóvenes, particularmente mujeres, que están hartos de la clase política tradicional. ¿Pero qué tan radical será su Gobierno?
A pesar de sus grandes planes para transformar Chile, mucho de su primer año estará acotado por tres fuerzas. Primero, la convención que redacta una nueva Constitución –proceso que se inició por los disturbios contra la inequidad, el 2019–. También estará limitado por el Congreso, fragmentado en 22 partidos. Y pagará las consecuencias si asusta demasiado a los mercados. La relación entre la presidencia, la convención y los legisladores determinará cuán a la izquierda virará el país.
Cuando entró a la política, Boric se hizo conocido por arremeter contra los partidos centristas que han gobernado Chile desde que acabó la dictadura militar de Augusto Pinochet, en 1990. Llamó al expresidente de centroizquierda Ricardo Lagos, “productor de descontento”, y afirmó que el partido Demócrata Cristiano no ha hecho más que “torpedear las transformaciones”, ignorando que tales partidos centristas estuvieron al frente de un impresionante crecimiento económico (5% anual entre 1990 y el 2018) y una fuerte reducción de la pobreza (de 36% el 2000 a 9% el 2018; hoy se sitúa en 11%).
Desde que se convirtió en diputado, el 2014, ha encrespado al Congreso por presentarse con un peinado mohicano, tatuajes y –lo más chocante para algunos– sin corbata. Pero más preocupante que eso, el 2018 visitó a un exparamilitar comunista exiliado en Francia, acusado del asesinato de Jaime Guzmán, uno de los autores de la Constitución actual, vigente desde la dictadura. Luego pidió disculpas por la visita.
Su plan de gobierno original incluía propuestas para revisar tratados de libre comercio y exigir a las empresas ceder la mitad de sus directorios a trabajadores. Durante la campaña electoral, prometió que “si Chile fue la cuna del neoliberalismo, también será su tumba”. Pero tras perder en primera vuelta frente a Kast, Boric atemperó su tono.
Comenzó a trabajar con partidos de centroizquierda y retocó su plan de gobierno tras consultar con un grupo de economistas centristas. Prometió ser duro contra la delincuencia y reclutó a Izkia Siches, la popular presidenta del Colegio Médico de Chile, para que lidere su campaña. Y cambió su aspecto con ternos y un nuevo corte de pelo. La noche de su triunfo, prometió que será el presidente “de todos los chilenos” y que implementará reformas “con responsabilidad fiscal”.
Pero muchos siguen escépticos. Su plataforma política sigue siendo radical e incluye aumentar la recaudación tributaria a 8% del PBI en ocho años y abolir los fondos privados de pensiones. También formula promesas grandiosas, como transporte público gratuito para todos y acceso universal a la salud financiado con un gravamen de 7% a los trabajadores, pero muestra menos entusiasmo por promover la actividad económica que podría ayudar a pagar esos ofrecimientos.
Su plan de gobierno original, que se declaraba feminista, menciona “género” 90 veces y “crecimiento económico” solo diez. El 20 de diciembre, prometió cancelar un gran proyecto minero por motivos ambientales. También respaldó una propuesta que habría permitido a los chilenos retirar un 10% de sus pensiones por cuarta vez en un año. Esto hubiese perjudicado en el largo plazo a los fondos de pensiones e incrementado la inflación –que está en 6.7% y ya supera en más del doble la meta del Banco Central de Chile–.
Mucho dependerá de los dos órganos políticos que podrían limitar los planes de Boric. La Convención Constituyente ya se inclina a la izquierda, aunque está por elegir nuevos líderes que podrían moderar su radicalismo. El más probable de restringir su agenda es el Congreso.
Las elecciones de noviembre dejaron el Senado dividido a partes iguales entre partidos de izquierda y derecha. La coalición de Boric solo obtuvo cinco curules. La Cámara de Diputados también está casi empatada y la coalición solo obtuvo 37 de las 155 curules. Esto debería forzarlo a buscar amplio respaldo para sus propuestas.
Boric asegura que es diferente de los izquierdistas de la vieja guardia en América Latina. Se autodenomina social demócrata y ha criticado las dictaduras izquierdistas de Cuba, Nicaragua y Venezuela. Algunos tienen la esperanza de que su Gobierno sea similar al de Luiz Inácio da Silva (“Lula”), que pasó de la izquierda al centro cuando fue presidente de Brasil, entre el 2003 y el 2010. Los moderados están ansiosos por saber qué pasará.
Traducido para Gestión por Antonio Yonz Martínez
© The Economist Newspaper Ltd, London, 2022