El sistema financiero estadounidense de hoy no se parece en nada al que existía antes de los colapsos del 2001 y 2008, aunque últimamente ha habido señales de burbujas y miedo en Wall Street: días de alocadas ruedas de bolsa, repentinas oscilaciones de precios y una inquietante sensación en muchos inversionistas de haberse excedido en su optimismo por el sector tecnológico.
Las acciones en Wall Street, tras haberse disparado el 2021, tuvieron su peor enero desde el 2009 (cayeron 5.3%). Los precios de activos preferidos por inversionistas minoristas, como títulos de tecnológicas, criptomonedas y acciones de fabricantes de autos eléctricos, se han hundido. Es tentador pensar que esa corriente vendedora fue lo que se necesitaba –purgar los excesos especulativos en la bolsa–, pero el sistema financiero del país sigue lleno de riesgos.
Los precios de los activos están altos: la vez anterior en que las acciones estaban tan caras en relación con las ganancias de largo plazo fue antes de las recesiones de 1929 y el 2001, y el retorno extra de bonos riesgosos está cerca de su nivel más bajo en 25 años. Muchos portafolios se han llenado de activos con rendimientos en el futuro distante. Y los bancos centrales están subiendo las tasas de interés para controlar la inflación; se espera que la Reserva Federal (Fed) realice cinco alzas de 0.25% este año.
La mezcla de valorizaciones por las nubes y mayores tasas de interés podría resultar en grandes pérdidas, pues la tasa usada para descontar ingresos futuros se elevará. Si esas pérdidas ocurriesen, la pregunta para inversionistas, bancos centrales y la economía mundial es si el sistema financiero las absorberá de manera adecuada o si las amplificará. La respuesta no es tan obvia, pues ese sistema ha sido transformado en los últimos 15 años por la regulación y la innovación tecnológica.
Las nuevas reglas sobre capital han alejado de los bancos mucho de la toma de riesgos y la digitalización ha otorgado a las computadoras más poder decisorio, ha creado nuevas plataformas para la tenencia de activos y ha reducido casi a cero los costos de negociación. El resultado es un sistema de alta frecuencia con un nuevo plantel de jugadores. La negociación de acciones ya no es dominada por fondos de pensiones sino por fondos indexados y multitud de inversionistas minoristas.
Asimismo, el crédito fluye gracias a gestoras de activos como BlackRock, y no solo con prestamistas globales como Citigroup. Los mercados operan a velocidad de vértigo: el volumen de acciones negociadas en Estados Unidos es 3.8 veces mayor que hace diez años. Muchos de estos cambios han sido positivos, pues han abaratado y facilitado transacciones de una gama más diversa de activos. Pero la reinvención de las finanzas no ha eliminado la temeridad.
Destacan dos peligros. Primero, cierto apalancamiento se esconde en la banca en la sombra y fondos de inversión. Por ejemplo, el endeudamiento y pasivos similares a depósitos de fondos de cobertura, fideicomisos inmobiliarios y fondos de divisas ha crecido de 32% a 43% del PBI en diez años. Las empresas pueden contraer enormes deudas sin que nadie lo note. Si los precios de los activos cayesen, podría haber más estallidos como el de la family office Archegos, el año pasado (sus acreedores perdieron US$ 10,000 millones).
El segundo es que, aunque el nuevo sistema está más descentralizado, aún depende de transacciones canalizadas vía pocos nodos que podrían ser desbordados por la volatilidad. Millones de millones de dólares en contratos de derivados se canalizan vía cinco cámaras de compensación, muchas transacciones son ejecutadas por nuevos intermediarios y el mercado de bonos del Tesoro ahora depende de firmas que realizan negociaciones automatizadas de alta frecuencia.
Todas estas firmas o instituciones mantienen reservas de seguridad y la mayoría puede exigir más garantías para protegerse de pérdidas de sus usuarios. Pero la experiencia reciente indica que hay motivos para preocuparse. En enero del 2021, la frenética negociación de una acción (GameStop) provocó problemas en el sistema bursátil de liquidación. Por su parte, los mercados de bonos del Tesoro y de divisas se agarrotaron el 2014, 2019 y 2020.
El sistema financiero basado en la bolsa es hiperactivo la mayor parte del tiempo; en tiempos de estrés, áreas enteras de negociación pueden secarse, y eso puede provocar pánico. Eso podría perjudicar al resto de la economía. El 53% de hogares estadounidenses posee acciones (en 1992 era el 37%). Si los mercados de crédito se deterioran, hogares y empresas tendrán problemas para financiarse.
Desde 2008-2009, bancos centrales y reguladores han tenido dos metas tácitas: normalizar las tasas de interés y dejar de usar dinero para garantizar la toma de riesgos privada. Parece que esas metas están en tensión: la Fed debe subir las tasas, pero podría generar inestabilidad. El sistema financiero está en mejor forma que el 2008, pero está claro que tiene ante sí una dura prueba.
Traducido para Gestión por Antonio Yonz Martínez
© The Economist Newspaper Ltd, London, 2022