El redondeo de números sería irrelevante si los inversionistas fuesen racionales. Pero no lo son. La semana pasada, el rendimiento del bono del Tesoro de Estados Unidos a 10 años superó el umbral del 3% por primera vez en más de cuatro años y los inversionistas se estremecieron. Su desvelo es que la prolongada tendencia a la baja de los rendimientos, que comenzó en 1982, podría haber concluido. ¿Será cierto?

Esta pregunta no interesa solamente a los tenedores de bonos, para quienes los rendimientos altos significan precios bajos. Los rendimientos de los bonos gubernamentales son la referencia para los costos de financiamiento de empresas y consumidores, de modo que cuando se elevan, las empresas más frágiles y los consumidores más endeudados enfrentan mayores probabilidades de encontrar dificultades.

Y si el endeudamiento público se encarece, se hace más complicado financiar los déficits presupuestarios, y los políticos podrían verse forzados a reducir el gasto o incrementar los impuestos. Si sobrepasar el umbral del 3% fuese el presagio de una abrupta alza de los rendimientos, entonces podrían surgir problemas más adelante —motivo por el cual los mercados bursátiles tambalearon la semana pasada—.

Sin embargo, un baño de sangre en el mercado de bonos parece improbable. Para empezar, no es una sorpresa que sus rendimientos hayan experimentado una tendencia al alza, pues luego de la crisis financiera de 2007-2008 llegaron a niveles históricamente bajos, cuando los bancos centrales emplearon todos los medios a su alcance para reanimar la economía global.

Punto de inflexión
Millones de millones de dólares en bonos gubernamentales fueron adquiridos por los bancos centrales como parte de sus programas de flexibilización cuantitativa (QE). A medida que aumentaban las inquietudes respecto de una “estagnación secular” —un largo periodo de lento crecimiento económico y baja inflación—, los inversionistas estaban preparados incluso para incurrir en pérdidas. En cierto momento, más de US$ 10 millones de millones en bonos se negociaba a rendimientos negativos.

Pero al año pasado la economía global parecía recuperarse y los bancos centrales retiraron algunos de los estímulos monetarios. Al mismo tiempo, los gobiernos comenzaron a relajar la austeridad fiscal. Los países desarrollados pueden haber alcanzado el punto de inflexión en el que el monto de QE disminuye progresivamente y el monto de emisiones de bonos gubernamentales se incrementa.

Estados Unidos está encabezando la marcha. La Reserva Federal está recortando sus tenencias de bonos. Y luego de la aprobación de las reducciones de impuestos en diciembre (con una ley del Congreso), se proyectan déficits presupuestales de millones de millones de dólares a partir del 2020.

Amenazas y riesgos
La principal amenaza que enfrenta el mercado de bonos gubernamentales ha sido, históricamente, la inflación elevada. Las tasas inflacionarias han subido un poco y el reciente salto en el precio del petróleo podría sumarse a la presión. Asimismo, la caída del desempleo podría impulsar los salarios y tener un impacto más duradero (sobre los precios).

No obstante, los únicos países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) que de momento presentan inflaciones anuales superiores a 3% son México y Turquía.
Asimismo, un fuerte aumento de los rendimientos podría corregirse a sí mismo.


El 18 de abril, el Fondo Monetario Internacional (FMI) advirtió que la deuda global, medida como porcentaje del PBI, está más alta que nunca. De este modo, el riesgo de que el encarecimiento del endeudamiento pueda ralentizar marcadamente el crecimiento tendrá que disuadir a los bancos centrales de ajustar demasiado rápido su política monetaria.

Los alarmados inversionistas deberían tener en mente a Japón, donde los rendimientos de sus bonos gubernamentales han desafiado dos décadas de proyecciones que indicaban que se moverían al alza. Así, apostar contra los bonos japoneses probó ser una estrategia de negociación tan mala que terminó siendo llamada “hacedor de viudas”. También es demasiado pronto para proclamar el fin de la era de los bajos rendimientos en otros lugares.

En lo que va del 2018, la data económica ha sido bastante decepcionante, en particular en Europa. Y la brecha entre los rendimientos de los bonos del Tesoro a dos años y a 10 años se ha estrechado desde principios de febrero, desde 0.75 puntos porcentuales a alrededor de 0.5. Este aplanamiento de la curva de rendimiento es visto a menudo como una señal de que el mercado cree que las tasas de interés pueden estar acercándose a su tope máximo.

El mundo es plano
Algunos incluso creen que todavía están por llegar los niveles bajos en los rendimientos de los bonos gubernamentales. Cuando golpee la próxima recesión —algo que eventualmente ocurrirá—, los bancos centrales podrían no contar con el margen necesario para reducir las tasas de interés de corto plazo en los cuatro puntos porcentuales, o por ahí, que son la respuesta típica ante una recesión, de modo que tendrían que lanzar una nueva ronda de QE y adquirir muchos más bonos.

Así que no hay que entrar en pánico. Incluso si los rendimientos están un poco por encima de 3%, ese nivel es mucho menor al que prevaleció antes del 2007. Por ello, los fondos de pensiones, las compañías de seguros y los jubilados ahorradores seguirán estando dispuestos a comprar bonos a estas tasas. A menos que surja una inesperada oleada inflacionaria, la situación actual no es ningún colapso.

Traducido para Gestión por: Antonio Yonz Martínez