Los gobiernos de países ricos inyectaron dinero en sus economías a fin de paliar los efectos de las cuarentenas que impusieron para combatir la pandemia. Es que la producción colapsaba y la velocidad y escala del alivio superó cualquier preocupación sobre su costo, alcance y efectos colaterales.
Ahora los confinamientos están flexibilizándose, hay tímidas señales de recuperación económica -incluso en lugares donde el covid-19 sigue en aumento- y el debate político se ha movido a si ya es tiempo de reducir gradualmente, y en qué magnitud, esas políticas fiscales expansivas de emergencia. Por ejemplo, el esquema de apoyo al desempleo en Estados Unidos expira el 31 de julio, y el de Reino Unido, a fines de octubre.
¿Qué deberían hacer los gobiernos? Para empezar, reconocer que el alivio funcionó. Nada pudo haber impedido una parada repentina de la actividad al imponerse las cuarentenas, pero los subsidios otorgados por el Tío Sam elevaron en 12% los ingresos de las familias en abril, respecto al mismo mes del año pasado, pese a que el desempleo alcanzó su mayor nivel desde la Gran Depresión. En Reino Unido y la eurozona, cuyos gobiernos han canalizado estímulos vía esquemas de suspensión de labores, el porcentaje de desempleados no es más alto que en enero.
Sin embargo, la recuperación es frágil. El virus se está propagando rápidamente en gran parte del sur y oeste de Estados Unidos, y también hay brotes localizados en países donde los contagios han caído. Y hasta sin confinamientos generales, el incremento de contagios debilitará la recuperación. La más reciente data de movilidad en tiempo real en Australia y Estados Unidos indica que consumidores supuestamente avezados se asustan rápido cuando las infecciones se disparan.
¿Por qué no mantener el estímulo? Un motivo es su enorme costo. Los países ricos han implementado programas que promedian el 10% de sus PBI, y un tercio se ha destinado a subsidiar el empleo o compensar a quienes lo pierdan. Antes que termine este año, los déficits fiscales en estos países llegarán a los dos dígitos. Tampoco tiene sentido congelar la economía por demasiado tiempo.
Todo indica que esta década la vida será diferente de lo que era hasta el 2019 -pensemos en el ascenso del e-commerce y el teletrabajo, o la expectativa de una disminución a largo plazo de la demanda por transporte aéreo-. Habrá trabajadores que tendrán que dejar sus empleos y encontrar nuevas ocupaciones. En Europa, el 20% de empleados en suspensión labora en sectores con probabilidades de contraerse con el tiempo, como hotelería y entretenimiento.
Mientras los gobiernos abordan el tema, están surgiendo muchas ideas malas. En junio, el Gobierno francés dijo que ampliaría por dos años su esquema de suspensión de labores, a cambio de reducciones en horas de trabajo. Francia también realiza transferencias adicionales para el turismo, pese a que los guías parisinos e instructores de windsurf en resorts podrían enfrentar una caída permanente de la demanda.
En tanto, el ministro de Hacienda británico, Rishi Sunak, señaló el 8 de julio que reduciría el impuesto al valor agregado para empresas hoteleras y de entretenimiento, e introduciría un esquema para cubrir hasta £ 10 (US$ 12.60) de las cuentas de restaurantes, de lunes a miércoles, incluidas las bebidas no alcohólicas. Algunos economistas han pedido subsidios salariales para los sectores más golpeados.
En lugar de estos obsequios, la forma correcta de desmantelar el estímulo gradualmente depende del tipo de alivio. Por ejemplo, Estados Unidos ha canalizado dinero a través del subsidio al desempleo, amplió la duración del beneficio y fijó el monto máximo en US$ 600 semanales. Dejar que caduque cuando el desempleo aún supera el 10% sería cruel, pero debido a su cuantía, 75% de los beneficiarios percibe más que cuando trabajaba.
La solución, como ha propuesto un grupo de exasesores de la Casa Blanca, es disminuir progresivamente los pagos a medida que el desempleo baje. Asimismo, vincular los pagos a las tasas de desempleo estatales orientaría el estímulo a áreas más afectadas -incluidas las que sufran brotes del covid-19-.
En Europa, el riesgo es que empleadores y trabajadores en suspensión permanezcan demasiado tiempo en una relación improductiva. El mejor enfoque es reducir gradualmente los pagos -que en Francia cubren más del 80% del salario- hasta que converjan al seguro de desempleo, que no vincula al beneficiario con el empleador. Esa es la manera en que opera, en tiempos normales, el esquema de reducción de jornada laboral en Alemania.
Habrá rebrotes del virus y es difícil predecir cuánto asustarán a los consumidores. Por ende, aunque los gobiernos reduzcan el estímulo, deben estar preparados para incrementarlo de nuevo. Al principio, el objetivo era simplemente inyectar dinero a la economía, pero ahora es usar recursos finitos para ayudar a trabajadores y empresas a afrontar la pandemia y ajustarse a un mundo nuevo.
Traducido para Gestión por Antonio Yonz Martínez
© The Economist Newspaper Ltd, London, 2020