FOTO 24 | Netflix: Por dominar la pantalla más pequeña.
FOTO 24 | Netflix: Por dominar la pantalla más pequeña.

Por Mac Margolis 

Tan pronto como el gran escándalo y la investigación sobre la operación Lava Jato en Brasil salieron a la luz pública en el 2014, comenzaron a inspirar respetables obras dramáticas: una telenovela y una obra teatral, un documental financiado mediante crowdfunding, un largometraje y, más recientemente, una serie completa transmitida a más de 190 países.

¿Qué más esperar de lo que podría ser el mayor esquema de pago de sobornos de la historia moderna? Los brasileños también han mostrado un legítimo orgullo por la purga histórica que ha perseguido a los delincuentes financieros desde palacios hasta paraísos fiscales, a través del Ecuador y por cuatro continentes.

Sin embargo, si los talentosos guionistas de Brasil pueden hacer por sus vengadores judiciales lo que han hecho por los matones y forajidos del país, en descarnados largometrajes como "Pixote, la ley del más débil", "Ciudad de Dios" y "Tropa de Élite", es una pregunta abierta.

Si alguien puede hacerlo, ese es el cineasta José Padilha, quien ha dirigido y producido algunos de los mejores dramas policiales de la región, entre ellos "Tropa de Élite", sobre policías corruptos y narcotraficantes, y "Narcos", sobre el máximo extraficante colombiano Pablo Escobar. Desafortunadamente, la serie "El mecanismo" de Netflix, lo último de Padilha, lleva el catálogo a un exasperante nuevo territorio.

Parte del problema es la densidad de detalles en un caso que se sumerge en niveles superpuestos de autoridades gubernamentales, partidos políticos, marcas corporativas y policías, instituciones de supervisión financiera y de auditoría. Quizás para poner al día a los espectadores no iniciados, Padilha utiliza en la mayor parte de esta serie de ocho episodios la voz en off de un narrador fuera de cámara, que cuenta la historia en lugar de mostrarla.

Otro problema es la dosis adicional de licencia poética que Padilha usa para acelerar el ritmo. Aunque está "inspirada en hechos reales", "El mecanismo" cambia nombres, mezcla fechas y adorna personajes, comenzando por el expolicía bipolar que conduce secretamente la investigación desde su garaje, como un “deus ex machina”.

Esto es razonable para la tierra que convirtió a las teleseries en una industria de horario estelar. El problema es que Padilha también describe "El mecanismo" como "una crítica" sobre el problemático momento político que vive Brasil y así lo expone al juicio a través de esa métrica más rigurosa.

La serie, afortunadamente, no es una concesión a la campaña partidista que ha abrumado a Brasil desde la implosión política y el juicio político de Dilma Rousseff, una protegida de la antigua leyenda del Partido de los Trabajadores, Luis Inácio Lula da Silva, ahora condenado por delito de corrupción. Se esmera en identificar la corrupción como un "mecanismo" con muchos engranajes y "sin ideología", como lo repite el policía Marco Rufo a lo largo del drama.

Algunas de las tomas más devastadoras están reservadas no para Lula y su cohorte de izquierda, sino para el abanderado de la oposición de centroderecha (una versión apenas disfrazada del ex candidato presidencial socialdemócrata Aécio Neves), que es representado como un oportunista sobornable.

Ni siquiera la por lo general encomiable Corte Suprema de Brasil -que últimamente ha sido objeto de escrutinio por fallos dictados supuestamente para complacer a los altos mandos políticos- escapa a la mirada de Padilha.

"¡Somos libres! ¡Se fue a la Suprema (Corte)!" revela un magnate del petróleo encarcelado a sus compañeros de celda al enterarse de que el alto tribunal ha acogido el caso de corrupción después del notoriamente duro tribunal de menor instancia.

El único paso en falso de Padilha es una escena en la que su doble de Lula, quien en la serie es Higino, se queja con su abogado sobre la necesidad de evitar que la investigación sobre corrupción desangre a los "aliados políticos". De hecho, esa es una cita textual del bando rival: un aliado de la presidenta en funciones, Michel Temer, quien reemplazó a Rousseff y fue calificado desde entonces como golpista.

El cambio provocó una tormenta en las redes sociales y llamados a cancelar las cuentas de Netflix. "¡Noticias falsas!", acusó Rousseff.Esa explosión dice mucho sobre el momento que vive Brasil que no se verá en la pantalla grande. Si el caso Lava Jato ha demostrado algo, es que la corrupción no lleva banderas ni uniformes.

Eso quedó muy claro en las confesiones de Joesley Batista, el empresario de la empacadora de carne acusada de vender carne contaminada y que se convirtió en informante, cuya compañía admitió haber sobornado a 1.829 políticos de 28 partidos.

Ese punto aparece claramente en la historia de Padilha, como en muchas otras del género. El misterio es cómo el sectarismo político todavía florece a pesar de ese ecumenismo delictual.

El filósofo Francisco Bosco, exdirector de la Fundación Nacional de las Artes (Funarte), atribuyó recientemente la desconexión a un cambio cultural, cuando los brasileños dejaron atrás su reputación de cordialidad y coexistencia fluida -ya sea en la cancha de fútbol, la playa o el carnaval- por la política de identidad más frágil.

La caída de Lula y el juicio político de Rousseff -o golpe de estado, como usted quiera- aceleraron la transición, dividiendo a Brasil en campos de guerra. Ahora, y a pesar de Lava Jato, la confrontación triunfa sobre la cordialidad y la ideología eclipsa los elementos en común.

El peligro es que las disputas políticas se conviertan en violencia. Esta semana, el convoy de autobuses de la campaña presidencial de Lula recibió disparos en el sur de Brasil y el juez de la Corte Suprema Edson Fachin informó haber recibido amenazas.

Para superar "El mecanismo" y volver al estado de derecho, los brasileños necesitan encontrar no solo investigadores heroicos sino también una nueva causa común. Esa es una historia que los escritores prodigiosos de Brasil aún deben narrar.