Este mes se cumplen dos años del abrupto inicio de la era del teletrabajo, cuando la primera ola del covid-19 provocó la implementación de cuarentenas en Occidente y los oficinistas tuvieron que acostumbrarse a nuevos hábitos. Activar el volumen de la cámara aún no era un movimiento reflejo y la fatiga por usar Zoom como herramienta laboral aún no era una aflicción común.
Y ahora, una nueva era está en marcha. A menos que una nueva variante del virus intervenga, más y más empleados irán a la oficina por al menos parte de la semana. Las directrices para trabajar desde casa fueron suprimidas en Reino Unido en enero. American Express espera ver personal de regreso en sus oficinas en Estados Unidos a partir de mediados de este mes y los empleados de Citigroup, Goople y Apple serán informados sobre fechas de retorno el 21 de marzo, 4 de abril y 11 de abril, respectivamente.
Está en desarrollo otro periodo de ajustes, y no solo ante las novedosas exigencias del trabajo híbrido. Las personas también tendrán que adaptarse a la realidad física de volver a estar rodeadas por colegas tridimensionales —gente que otea, charla, sorbe, resuella, hace ruido, susurra y no puede permanecer quieta en su escritorio—. Algunos reajustes son evidentes: usar pantalones no es una elección de estilo de vida sino un requisito.
Otros son menos obvios. Con la oficina volviéndose a llenar, establecer contacto visual con los ojos reales de alguien más es una habilidad que necesita ser reaprendida. Si sostiene la mirada por muy poco tiempo, se pensará que usted no presta atención, si la sostiene por mucho tiempo, parecerá que es incómodamente intenso. Un estudio publicado el 2016 encontró que tres segundos de contacto visual mutuo son los adecuados para la persona promedio (pero no los cuente en voz alta).
La cháchara es otra habilidad perdida. Uno no tiene que asentir cortésmente ni sonreír a la gente cuando trabaja desde casa; preguntar cómo está la familia es raro cuando conversa con su cónyuge e hijos. En cambio, una oficina abarrotada exige interminables comentarios amables y casuales, ya sea cuando uno se cruza con alguien en el pasillo o junto a la cafetera, o esperando el ascensor.
Las trivialidades rinden frutos: el 2020, investigadores de las universidades Rutgers (Estados Unidos) y de Exeter (Reino Unido) hallaron que las conversaciones intrascendentes mejoraban la sensación de bienestar y conexión de los trabajadores. Pero charlar sobre nada requiere práctica, incluso para los extrovertidos.
Asimismo, las reuniones son completamente diferentes en el mundo offline, para bien y para mal. Lo bueno incluye mayor espontaneidad y que nadie se congela en medio de una disertación, con la cara retorcida en un horrible rictus. Lo malo es que muchos hábitos desarrollados en casa deben ser olvidados: trabajar con la laptop mientras alguien habla sin parar es aceptable en Zoom, pero no en la oficina, donde tampoco es posible desaparecer mágicamente desactivando la cámara, ni hacer gestos de desaprobación o exasperación sin ser visto.
En teoría, uno puede pedir a todos los asistentes a una reunión presencial que le acompañen a buscar galletas en la alacena de la oficina, pero es mucho más simple procurarse comida vía Zoom. Tampoco es fácil abandonar reuniones insustanciales. En el mundo virtual, la salvación es un clic y una disculpa insincera; en el mundo físico, uno tiene que mover sillas, murmurar excusas y abrir la puerta. Se puede salir, pero perseguido por miradas fijas.
Las realidades de los colegas corpóreos también se revelan de otras maneras. Por ejemplo, la ubicación. Rara vez usted deambula por la sala de su casa y se encuentra con Malcolm, de la gerencia de Marketing. En las oficinas nuevamente atestadas, estará compitiendo con él para reservar un escritorio, o peor que eso, podría ser su vecino. Otro ejemplo es la calefacción. Las mujeres son más productivas a temperaturas más cálidas de las preferidas por los hombres, pero en la oficina tienen menor probabilidad que en sus casas de controlar el termostato.
Y ni qué decir de las preocupaciones subyacentes que fueron la causa de que la gente abandone sus oficinas —lo contagioso y virulento que es el covid-19—. En los próximos meses, las empresas implementarán y modificarán nuevas normas de interacción física. ¿Apretón de manos, choque de puños o un simple “hola”? ¿Con o sin mascarilla, o colocada debajo del mentón, lista para cubrir al instante boca y nariz cuando sea necesario? ¿Con o sin distanciamiento social?
El inicio de la era del trabajo híbrido es una buena noticia, pues significa que la pandemia se ha trasladado a una fase menos amenazante. Ahora, las empresas pueden mezclar los beneficios de la interacción presencial con la flexibilidad de trabajar remotamente, que es lo que muchos empleados ansían. Sin embargo, la cercanía física entre personas todavía necesitará tiempo para volver a ser una costumbre.
Traducido para Gestión por Antonio Yonz Martínez
© The Economist Newspaper Ltd, London, 2022