La concentración es considerada la base del rendimiento. Pero en gran medida son los descansos intermedios los que mantienen el cuerpo y la mente en forma. ¿Qué significa esto para la organización de nuestras jornadas de trabajo?
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Cuando hay mucho por hacer, se necesita calma y concentración para poder resolver las tareas pendientes. Pero muchas veces, en lugar de eso, los pensamientos de uno vagan constantemente, uno se dedica a jugar con el teléfono móvil o a conversar con colegas. ¿Por qué resulta tan difícil permanecer concentrado, y de qué manera podemos lograrlo?
A continuación un panorama que brinda algunas pautas sobre qué cuestiones podemos ajustar para lograrlo.
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1. Utilizar de manera inteligente los altos y bajos:
Con concentración nos referimos a la capacidad de enfocarse en una tarea a la vez y dejar todo lo demás en suspenso. “Sin embargo, mantener este estado durante más de dos horas seguidas de golpe es muy poco realista”, afirma el neurocientífico, bioquímico y autor de libros Henning Beck.
La capacidad de concentrarse atraviesa oscilaciones, porque las células nerviosas necesitan tiempo para adaptarse a diferentes estímulos.
En lugar de intentar permanecer concentrado durante la totalidad del tiempo, es preferible aprender a aprovechar de forma inteligente los altos y bajos de la propia capacidad de concentración.
“Es similar al deporte, donde también siempre se necesita una alternancia entre esfuerzo y distensión”, comenta Beck. De la misma manera, explica, nuestro cerebro requiere entremedio fases de relajación para regenerar y elaborar lo aprendido.
“Por eso, un trabajo a intervalos, donde se va alternando entre concentración alta y baja, es en realidad lo mejor”, indica. Y detalla que pueden realizarse trabajos más fáciles durante la fase de menor concentración.
2. Manejo inteligente de las pausas:
Asimismo las pausas son un tiempo bien invertido, asevera Beck, porque posteriormente se puede continuar trabajando de manera más concentrada.
El coach y autor Thomas Mangold aconseja, de manera concreta, tomarse una breve pausa de cinco minutos durante cada hora, para estirarse y relajar la vista y el cerebro. “En ese lapso, lo ideal es, en lo posible, no clavar la vista en una pantalla, tampoco en el celular”, advierte.
También puede ayudar combinar la pausa del almuerzo con movimiento. Pero es importante “poder desconectar cada tanto la cabeza, o sea que no necesariamente hay que consumir podcasts, videos o artículos del diario”.
3. Tener en cuenta el biorritmo:
¿Madrugadores o noctámbulos? El biorritmo cambia de persona a persona y ejerce influencia sobre los momentos en los cuales uno se puede concentrar especialmente bien.
Algunas personas son productivas más bien por la mañana y otras, en cambio, por la noche. “Esto puede ser averiguado llevando un diario o una lista durante un tiempo y luego aprovecharla en beneficio propio”, aconseja Mangold.
Modificar verdaderamente el biorritmo resulta prácticamente inviable. “Uno puede entrenar otro tipo de ritmo, pero esto requiere un gran esfuerzo y no es necesariamente recomendable. Es más razonable ajustar el transcurso del día al biorritmo”, opina Mangold.
Pero lamentablemente nuestros sistemas laboral y escolar no se ajustan al biorritmo humano, lo que también explica por qué a veces resulta tan difícil levantarse por las mañanas.
“En general, nuestra capacidad de concentración es en promedio especialmente elevada dos horas después de levantarnos”, apunta el coach.
4. Sueño y alimentación:
El sueño y la alimentación representan asimismo factores importantes que influyen sobre nuestra capacidad de concentración.
“Nuestro cuerpo se recupera en el sueño y necesita para ello intervalos de 1,5 horas. Por eso, lo mejor es ponerse el despertador en intervalos de seis horas, 7,5 o nueve horas y mantener ahí una regularidad”, asevera.
También resulta de utilidad planificar las comidas. El especialista señala que nuestro cerebro consume alrededor de un 20 por ciento de las calorías que ingerimos, y su procesamiento requiere energía. Antes de tareas que implican una elevada concentración, apunta Mangold, es preferible prescindir de comidas pesadas.
5. Estrés y emociones:
Si uno está excitado, alterado o nervioso, la capacidad de concentración se esfuma, ya sea que se atraviese una sensación de felicidad o de tristeza.
“Las emociones son reacciones automatizadas a estímulos y sirven para procesar de manera especialmente rápida un estímulo determinado”, analiza Beck. Este esfuerzo, señala, anula todo lo demás en el cerebro.
El estrés, en cambio, eleva transitoriamente la capacidad de concentración, pero cuidado: “es una anteojera bioquímica que estrecha nuestra percepción para hacer frente lo más rápidamente posible a una situación que se percibe como amenazante”, puntualiza el neurocientífico.
Por esa razón actuamos de manera especialmente resuelta y veloz en situaciones de estrés. Pero esto no siempre nos resulta beneficioso en el trabajo o en el estudio.
“Durante un examen o una presentación, no es el contenido, sino la situación la que nos genera el estrés. Por eso, el estrés anula nuestra capacidad de concentrarnos en el contenido”, manifiesta el especialista.
En estos casos, recomienda, lo ideal es simular previamente la situación de examen, para poder irse habituando. Y mantener la calma es lo que siempre ayuda más a nuestra capacidad de concentración.