Una regla de la política estadounidense es no meterse con las grandes farmacéuticas. Su ejército de lobistas en Washington ha conseguido que presidentes de ambos partidos, de Reagan a Obama, hayan ratificado la firme defensa del sector a los derechos de propiedad intelectual (PI), incluidos los establecidos en tratados internacionales. Trump intentó imponer controles de precios a las medicinas, pero no pudo. Ese esfuerzo fallido reflejó la imagen global de arrogante y codicioso del sector.
El presidente Joe Biden está respaldando una propuesta ante la Organización Mundial del Comercio para otorgar dispensas a la protección de patentes de las vacunas anticovid. Si está dispuesto a repensar los derechos de PI en el extranjero, también podría tener la audacia de hacerlo con las patentes de nuevos fármacos en su país.
Para juzgar si el sector se merece ese trato, hay que plantear tres preguntas: ¿Cuánta innovación hay? ¿Están declinando las prácticas rentistas, que van desde precios excesivamente a la manipulación de patentes? ¿Qué podría ocurrir si se suaviza la regulación de patentes?
En cuanto a innovación, en la década del 2000, la inversión de las farmacéuticas no estuvo de moda, pero desde el 2010 en Estados Unidos, han elevado su gasto en I+D a más de 25% de sus ingresos. El financiamiento de capital de riesgo a las ciencias biológicas está en auge y el 2020 alcanzó un récord de US$ 36,000 millones, duplicando lo registrado el 2017. El número de nuevas medicinas aprobadas por la reguladora (la FDA), ha crecido más del doble la última década. Estas cifras no anticipan el futuro pero indican que el escenario ha cambiado.
Respecto de la conducta rentista, la situación es menos calamitosa que antes. Las medicinas en Estados Unidos siguen entre las más caras del mundo, en promedio, pero la subida de precios se ha desacelerado. La presión política es uno de los motivos. Otro es la consolidación entre aseguradoras y grandes intermediarios, ya que les otorga mayor poder para negociar rebajas. Se ha hecho más difícil ganar dinero con los medicamentos superventas.
La consultora Deloitte estima que la tasa interna de retorno de la I+D en una docena de grandes farmacéuticas cayó de 10% hace una década a 2% el 2019 –por debajo del promedio ponderado de su costo de capital–. El costo promedio de desarrollar un medicamento ha crecido en dos tercios desde el 2010, hasta alrededor de US$ 2,000 millones. Y la proyección del pico de ventas de un nuevo fármaco ha caído a la mitad.
Con frecuencia, las grandes adquieren rivales innovadoras pequeñas. De acuerdo con la consultora EY, en los últimos cinco años, las farmacéuticas estadounidenses destinaron US$ 185,000 millones a compras biotecnológicas. Alrededor de un tercio de los ingresos de las grandes es el resultado de PI proveniente de sus adquisiciones.
¿Qué ocurriría si se debilitan las reglas sobre patentes? Los hábitos rentistas disminuirían, pero también podría hacerlo la innovación. Una manera de tener una idea es ver cuánta innovación ocurre fuera de Estados Unidos, donde los derechos de PI suelen ser menos estrictos o menos respetados. Hoy existe innovación en la mayoría de industrias a nivel global, pero en la farmacéutica persiste una fuerte participación estadounidense. Dos tercios de la inversión mundial de riesgo en biotecnología ocurren en dicho país.
A pesar de los avances de China en otros frentes, en ciencias biológicas sigue representando solo el 15% del financiamiento global de capital de riesgo. Similarmente, aunque las multinacionales estadounidenses se han vuelto más globales –obtienen alrededor de la mitad de sus ingresos en el extranjero–, su preferencia por I+D doméstica ha aumentado: el 88% se realiza dentro del país.
Esto sugiere que el Gobierno estadounidense evitará provocar cambios drásticos que perjudiquen la innovación. Pero sí podría flexibilizar el régimen de patentes para reducir conductas rentistas en medicinas que ya tienen tiempo en el mercado. El 2019, la Comisión Federal de Comercio halló que el sector depende menos que antes de los contratos que pagan a las fabricantes de genéricos para que retrasen el lanzamiento de fármacos de bajo precio que competirían con los suyos, más caros.
Pero las grandes siguen usando otras tácticas, como la protección “perenne” de PI, es decir, más allá del periodo de 20 años, vía la presentación a la reguladora de una maraña de patentes con modificaciones menores respecto de la original. Se puede hacer más para frenar tales abusos.
El índice S&P de las grandes farmacéuticas ha subido 20% los últimos cinco años, pero el mercado de renta variable se ha duplicado. A pesar de los milagrosos tratamientos anticovid, este año el índice del sector se ha contraído cerca de 10%. Es claro que aunque aumente el gasto en innovación, presuntamente como reflejo de la confianza en que los derechos de PI en Estados Unidos seguirán intactos, los inversionistas piensan que hacer dinero fácil ya no es lo que solía ser. Eso está bien.
Traducido para Gestión por Antonio Yonz Martínez
© The Economist Newspaper Ltd, London, 2021