Andrea Orcel nunca pareció ser la elección más obvia para Banco Santander SA. La reversión a última hora de su nombramiento como director ejecutivo es más que una vergonzosa equivocación para el prestamista español.
El martes, el banco anunció que José Antonio Álvarez, quien había sido nombrado vicepresidente para dejar la vía libre al nuevo líder, se mantendrá como director ejecutivo. Según el prestamista, este giro en la decisión se debe a que el bonus en diferido devengado por Orcel por retirarse de su puesto anterior en UBS Group AG ronda los US$ 50 millones. Está claro que Santander esperaba que tanto UBS como Orcel llegaran a un acuerdo mutuo.
Para los inversores, la debacle plantea una duda sobre la gobernabilidad en el banco. En primer lugar, no está claro cómo se produjo la contratación de la presidenta, Ana Botín, y en qué medida la junta estaba totalmente comprometida con ello.
Orcel, un veterano de los negocios, ha orquestado algunas de las fusiones bancarias más grandes del mundo y pasó los últimos seis años reduciendo la banca de inversión de UBS. Allí, trabajó arduamente con su personal, atrayendo críticas de algunos y elogios de sus compañeros y partidarios.
Es casi imposible desafiar su descarado estilo de gestión o argumentar sobre su reducción de un negocio de valores, lo que él ha convertido en todo un éxito. Esto despertó su ambición de ser algún día director ejecutivo. A falta de un camino claro hacia el primer cargo en UBS, Santander era su oportunidad.
Desde el principio, su experiencia en banca de inversión lo convirtió en un candidato poco probable para Santander, un prestamista mayormente centrado en el consumidor con un imperio que se extiende desde España hasta Brasil. El argumento de Botín que planteaba que Orcel lideraría el camino hacia la digitalización, mientras mantenía el enfoque en la banca minorista y comercial, convenció poco a los tantos observadores.
La clave de su nombramiento radica en su familiaridad de larga data con Santander y la familia Botín. De hecho, es seguro decir que sabe más sobre Santander que muchos en el banco.
Durante décadas, el financiero italiano había servido como confidente del difunto Emilio Botín. En Goldman Sachs Group Inc. y Merrill Lynch & Co., Orcel había asesorado sobre decenas de miles de millones de dólares en acuerdos que impulsaron a Santander a convertirse en un gigante europeo, ahora con 1.4 billones de euros (US$ 1.6 billones) en activos.
Desde que Ana Botín sucedió a su padre Emilio luego de su muerte en el 2014, el prestamista ha favorecido el crecimiento orgánico, controlando sus ambiciones mientras atiende las demandas regulatorias para reforzar el capital. El traslado de Orcel a Santander generó especulaciones de que el banco buscaría que las fusiones se expandieran una vez más, particularmente en EE.UU., donde su alcance es muy bajo.
La oferta presentada a Orcel dependía de las negociaciones salariales. A primera vista, Santander parece haber calculado mal lo mucho que UBS estaría dispuesto a comprometerse para preservar la relación futura de los dos bancos.
Pero incluso en los escenarios más optimistas, la contratación de un banquero de inversiones único en su clase habría retrasado a Santander en decenas de millones de dólares, y se habría arriesgado a una reacción popular. Es cuestionable con qué tanta exactitud la junta sopesó la posibilidad de que las negociaciones pudieran fracasar.
Aunque la familia cuenta ahora con una pequeña participación minoritaria, la dinastía Botín ha en efecto dirigido el banco durante más de un siglo. Ana Botín, quien adquirió su experiencia en JPMorgan y dirigió la unidad de Santander en el Reino Unido, es la cuarta generación que supervisa al prestamista.
Su historia y gobierno son muy diferentes a los de cualquier otro gran banco europeo. La debacle de Orcel es razón suficiente para que los inversionistas lo cuestionen.
Por Elisa Martinuzzi