(Bloomberg View).- La presidenta brasileña está teniendo un mal año. Como si la recesión económica, las protestas callejeras y un Congreso insurgente no fueran suficiente dolor de cabeza, también debe lidiar con la morosidad del bloque comercial sudamericano.

Luego de un inicio brillante, cuando la actividad comercial entre los miembros fundadores –Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay- se quintuplicó en los Noventas, el Mercosur se vino abajo.

Ni la riqueza petrolera de Venezuela, instalada con fanfarria en 2012, ha servido de ayuda. El comercio total entre el bloque de cinco miembros se estancó: las exportaciones totales dentro del Mercosur alcanzaron US$ 52,000 millones en el 2014, aproximadamente lo mismo que en el 2010.

El comercio bilateral entre Argentina y Brasil, que representa más del 80% de la actividad comercial interna del bloque, cayó 21% el año pasado.

La regresión económica, el avance de China y una nueva ola de proteccionismo – son muchos los responsables de la crisis del Mercosur, pero también es la historia de una debacle anunciada.

Cuando arrancó en 1991, el Mercosur, nombre abreviado de Mercado Común del Sur parecía un ganador. América Latina había expulsado a sus dictadores y comenzado a abrir sus fronteras. Soplaban los vientos del libre comercio y las democracias emergentes de la región querían aunar fuerzas para aprovechar la bonanza global.

Brasil, especialmente, tenía mucho en juego. "Un día, Brasil ingresaría en el club de los países del primer mundo, y el Mercosur fue recibido como una forma de integrar sus mercados globalmente", me dijo Luiz Augusto Castro Neves, exdiplomático brasileño.

En el siguiente decenio, los vientos cambiaron. Avanzó la ola de las materias primas y América Latina se montó en el oleaje, absorbiendo los ingresos de las exportaciones sin tener que digerir las reformas de mercado radicales que los "neoliberales" impulsaban en los países en desarrollo.

Se acabó el Consenso de Washington y su proyecto de Área de Libre Comercio de las Américas, que un grupo de países latinos encabezado por Brasil había sepultado en una cumbre histórica en 2005. Se izó la bandera de la solidaridad latina y su sopa de letras –Celac, Unasur, Alba- de colectivos regionales.

Un Mercosur renovado serviría de guía. En los papeles, el bloque comercial es un gigante. Si fuera un país, tendría la quinta economía más grande del mundo y una población de 295 millones.

La solidaridad fue una buena etiqueta promocional, pero no se tradujo fácilmente en una buena política comercial. Al aquietarse el auge de las materias primas, los mercados se retrajeron y volvió el proteccionismo. Los gobiernos elevaron las barreras no arancelarias e impusieron cupos de importación en contra de sus vecinos.

Mientras tanto, vale prácticamente todo. Algunos analistas comerciales estiman que la mitad de los bienes intercambiados entre los socios del Mercosur no gozan de la tarifa común reducida. "Uruguay hace lo que quiere. Argentina no quiere el libre comercio y Brasil no lidera", me dijo Mauro LaViola, responsable de la Asociación de Exportaciones de Brasil.

En tanto los socios del Mercosur se pelean, la Alianza del Pacífico, un acuerdo comercial entre Perú, Colombia, Chile y México, prosperó. El año pasado, los países de la Alianza del Pacífico crecieron 2.8%, al tiempo que el bloque del Mercosur se contrajo 0.5%.

No todos se han dado por vencidos, empero. Acorralada en su país, Rousseff ensalza el comercio regional con México y Uruguay. Tiene prevista una visita estatal a los Estados Unidos en septiembre. Recientemente habló de reactivar un acuerdo que languidece entre el Mercosur y la Unión Europea, que podría reportar a ambos bloques 9.000 millones de euros en comercio anual –y recordar a los Estados miembros que el Mercosur es importante.

Para hacerlo, Rousseff debe subir a bordo a los aislados argentinos. Para la asediada líder brasileña que enfrenta una insurrección pública local, esa podría ser, no obstante, la parte fácil.