Nuestro primer objetivo mundial es poner fin a la pobreza, y estamos lejos de lograrlo
Por Luis Felipe López-Calva, Director Global de Pobreza y Equidad del Banco Mundial.
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Hoy nos encontramos ante una coyuntura crítica en la lucha contra la pobreza. A pesar de las décadas de avances logrados con tanto esfuerzo en el ámbito del desarrollo, aún estamos muy lejos de alcanzar el objetivo de un mundo sin pobreza.
Hace 10 años, las perspectivas parecían más positivas. El mundo había experimentado un extenso período de reducción sostenida de la pobreza extrema, que había comenzado a principios de los años noventa. Entre 1990 y 2013, más de 1000 millones de personas lograron salir de la pobreza extrema, cuya tasa cayó del 37,8 % al 11,7 %.
Sin embargo, a partir de 2014, el ritmo de disminución de la pobreza comenzó a desacelerarse. Entre 2014 y 2019, la pobreza apenas descendía aproximadamente 0,6 puntos porcentuales por año, y el objetivo de poner fin a la pobreza extrema para 2030 parecía cada vez más inalcanzable.
Como todos sabemos, en 2020, estos avances se detuvieron abruptamente. Varias crisis superpuestas importantes —la pandemia de COVID-19, las conmociones climáticas, los conflictos inesperados y el aumento de los precios de los alimentos— llevaron a que entre 2020 y 2022 se perdieran tres años de esfuerzos. Actualmente, la tasa mundial de pobreza ha vuelto a los niveles anteriores a la pandemia, pero los países de ingreso bajo, los más afectados, aún no se han recuperado.
¿Qué significa esto para las personas de carne y hueso? Significa que alrededor de 700 millones de seres humanos de todo el mundo hoy intentan sobrevivir con menos de USD 2,15 al día (la línea internacional de pobreza extrema). Significa que 700 millones de personas no tienen suficientes ingresos para satisfacer siquiera sus necesidades más básicas. Más de la mitad de ellas son mujeres.
Hay millones de personas más que viven sin acceso adecuado a la salud, la educación, la vivienda, el agua o la electricidad: se ven privadas no solo de recursos esenciales, sino también de oportunidades, esperanza y dignidad básica.
En la primera edición del Informe sobre el desarrollo mundial del Banco Mundial —publicada hace 45 años, en 1978— se define la pobreza absoluta como “unas condiciones de vida caracterizadas por la desnutrición, el analfabetismo, las enfermedades, la sordidez del medio ambiente, la elevada mortalidad infantil y la baja esperanza de vida, que no caben dentro de ninguna definición razonable de dignidad humana”.
En efecto, la pobreza es multidimensional, por lo que nuestros esfuerzos también deben ser esfuerzos coordinados e intersectoriales. Por lo tanto, debemos utilizar la idea de la multidimensionalidad como una herramienta para coordinar la acción política. Debemos trabajar con mayor eficacia en todos los sectores para garantizar que los hogares se estén beneficiando con la adopción de políticas adecuadas, de manera que podamos abordar juntos estos desafíos interconectados.
La promoción del crecimiento económico inclusivo será un factor importante a la hora de acelerar los esfuerzos de reducción de la pobreza. Pero el crecimiento inclusivo no es algo que pueda darse por sentado; es una elección política. A largo plazo, la reducción sostenida de la pobreza solo será posible si las políticas contribuyen a que se invierta en la capacidad productiva de los pobres.
Para ello, es necesario poner el acento en eliminar las limitaciones que demasiados hogares pobres enfrentan para acceder a empleos de mejor calidad. Cuando pensamos en empleos, tendemos a centrarnos en las inversiones en capital humano, como la ampliación del acceso a educación y salud de buena calidad. Estas inversiones son, desde luego, muy importantes.
Sin embargo, también debemos brindar apoyo a los hogares pobres para que acumulen y utilicen otros tipos de activos productivos, como el capital natural y el capital financiero. Esto puede implicar, por ejemplo, inversiones ambientales para mejorar la calidad del suelo, inversiones en infraestructura para ampliar el acceso a los mercados agrícolas, o leyes para mejorar la igualdad de género en la titulación de tierras, y tecnologías digitales para incluir a las personas en los mercados financieros.
Por último, cientos de millones de personas pobres son vulnerables a las perturbaciones, dado que viven en zonas que están muy expuestas a fenómenos meteorológicos extremos como inundaciones, ciclones, sequías o calores extremos. Y millones más son vulnerables a caer en la pobreza como resultado de tales fenómenos. Es preciso adoptar medidas urgentes para reducir el impacto de las crisis climáticas.
Los Gobiernos deben tratar de aplicar políticas que generen “beneficios triples”, es decir, que mejoren los medios de subsistencia de los pobres hoy, reduzcan su vulnerabilidad frente a los riesgos climáticos mañana y contribuyan a mitigar los futuros peligros climáticos.
De hecho, la acción climática —si hacemos las cosas bien— puede ser una oportunidad para lograr el crecimiento inclusivo. La transición hacia un modelo de crecimiento más sostenible podría mejorar la vida de millones de personas pobres.
Con todo lo que hemos aprendido en las últimas décadas, tenemos la oportunidad de marcar una diferencia real de cara al futuro. El objetivo de lograr un mundo sin pobreza en un planeta habitable está a nuestro alcance, pero solo podrá materializarse si actuamos ahora.